El artista colombiano más universal murió este viernes en Mónaco. Su país natal llora el fallecimiento del nonagenario pintor, escultor y dibujante, famoso por sus figuras rotundas y voluminosas. Durante su carrera, expuso en importantes museos y galerías alrededor del mundo, y sus esculturas adornaron espacios públicos en Madrid, Oviedo, La Coruña, Bogotá, Nueva York y París.

Viernes 15 de septiembre de 2023 (Santiago Torrado para El País). Fernando Botero Angulo, el artista colombiano más universal, famoso en todo el mundo por sus figuras rotundas y voluminosas, falleció este viernes, a sus 91 años. El célebre pintor, escultor y dibujante murió en su casa en el principado de Mónaco, donde se recuperaba después de haber sufrido recientemente una neumonía, según confirmaron desde el entorno del artista.
El maestro Botero nació el 19 de abril de 1932 en Medellín. Como artista un verdadero autodidacta en todo el sentido de la palabra. “El arte debe producir placer, cierta tendencia a un sentimiento positivo”, afirmaba en 2019 en una entrevista con el diario EL PAÍS. “Pero yo he pintado cosas dramáticas. Siempre he buscado coherencia, estética, pero he pintado la violencia, la tortura, la pasión de Cristo… Hay un placer distinto en la pintura dramática, la pintura misma. El gozo mayor de la pintura, la belleza, no pone a reñir lo dramático y lo placentero”, afirmaba entonces.
Su hija Lina lo definía así ese mismo año, con ocasión del documental Botero: una mirada íntima a la vida y obra del maestro: “Es la historia inspiradora de una persona que empezó de la nada y que lo único que tenía claro era su vocación artística, su capacidad de trabajo, su pasión por lo que estaba haciendo. Todo eso le permitió salir adelante y nadar muchas veces contra las corrientes predominantes en el mundo del arte”. El documental es una suerte de gran retrospectiva con un acceso inédito al artista, su familia y su intimidad. Dedicó más de 70 años a su obra, entre esculturas, oleos, pasteles, acuarelas y dibujos.
El largo camino de Botero tuvo numerosas escalas. De orígenes muy humildes, su carrera comenzó como ilustrador del periódico El Colombiano a finales de los años cuarenta. Muy temprano se reconoció como heredero de Piero della Francesca, y la génesis de su estilo inconfundible llegó a los 25 años, con el boceto de una mandolina que insinuaba su sentido de la monumentalidad. Considerado desde hace mucho como uno de los mejores artistas vivos, la fama y popularidad que había adquirido con sus pinturas de colores luminosos se acrecentó en los noventa cuando sus enormes esculturas de bronce comenzaron a ser exhibidas en las principales capitales del mundo. Un estilo que nunca abandonó, ni siquiera cuando dedicó una famosa etapa a las torturas de la prisión de Abu Ghraib, en Irak.
Uno de los pasajes más reveladores de aquel documental se dedica a la etapa de Botero en Nueva York, laboratorio de la vanguardia contemporánea, a donde llegó con 200 dólares en el bolsillo en la década de los sesenta. Cuenta que en algún momento de esos años difíciles solo le quedaban 27 dólares en su cuenta de ahorros. Ante las cámaras, dos de sus hijos, Lina y Juan Carlos —un reconocido escritor—, abren un depósito en la Gran Manzana que permaneció sellado por décadas. Allí descubren cartas, bocetos y pinturas que dan cuenta de las búsquedas y luchas de ese artista treintañero que nadaba en contra de las corrientes de su tiempo. Se siente incomprendido, pero escribe instrucciones para darse ánimo, orientarse y depurar la maestría en su técnica. En esos tiempos predominaba el arte abstracto, el expresionismo abstracto y el pop art, pero el colombiano ya había escogido su derrotero en una dirección opuesta. Las voces críticas también lo acompañaron a lo largo de una carrera extraordinaria.
En los setenta se mudó a París, y allí lo alcanzó la mayor de las tragedias. Vio morir a los cuatro años a Pedro, hijo de su segundo matrimonio, en un accidente con un camión. El propio Botero perdió parte de su mano derecha, por varios meses no pudo pintar y tuvo que hacer terapia física. Se encerró en su estudio a recrear una y otra vez el rostro de Pedrito. Esa serie incluye Pedrito a caballo, que se encuentra en el Museo de Antioquia, donde junto al pequeño se observa una casa de muñecas con dos figuras vestidas de luto asomadas por las diminutas ventanas. Son sus padres.
A pesar de haber vivido en México, Nueva York, Mónaco o París, Botero nunca perdió de vista su país. Los recuerdos de su infancia, del mundo de la Medellín de los años treinta y cuarenta, inspiraron buena parte de su obra. Lo acompañó la convicción de que el arte, cuanto más local, más universal. En el inicio de este siglo, donó la totalidad de su colección de arte a Colombia, una decisión que llegó a considerar la más importante y satisfactoria de su vida. Además de las obras exhibidas en los museos en Bogotá y Medellín, otra de sus esculturas es quizás el mayor testimonio de la transformación de esta última, capital de la provincia de Antioquia, y del terror que sufrió en tiempos del narcoterrorismo de finales del siglo pasado. Cuando una bomba destrozó la paloma con su firma que se exhibía en una plaza de la ciudad —con un saldo de 26 muertos y un centenar de heridos—, Botero pidió que no la reconstruyeran. Quedó como un monumento desfigurado, y al lado hizo otra paloma como homenaje a la paz. Así sigue hoy en día. La guerra y la paz de Colombia a través de su artista más universal.
Personas voluminosas, no gordas
La pintura “debe tener volumen y espacio”, afirmaba el pintor y escultor colombiano Fernando Botero, fallecido este viernes a los 91 años, según consignó el portal de noticias internacional BBC Mundo. El artista contaba que, al pintar una mandolina a finales de la década de 1950, descubrió «una nueva dimensión que era como más volumétrica, más monumental, más extravagante, más extrema».
“Si pinto una mujer, un hombre, un perro o un caballo, lo hago con volumen. No es que yo tenga una obsesión con las mujeres gordas”, aseguró en una entrevista al diario español El Mundo en 2014.
Y es que las figuras voluptuosas delinearon su prolífico trabajo —tanto en la pintura como en la escultura— que fue reconocido a nivel mundial.
Desde su juventud adoptó el estilo porque se diferenciaba del “tabú” del arte bidimensional predominante, explicó a BBC Mundo en 2005.
“Tomé un camino aparte, casi opuesto a la mayoría de los otros artistas. No soy cubista, impresionista, surrealista, expresionista. Soy lo que soy”.
Sin embargo, su seña de identidad le obligó a tener que aclarar lo mismo en repetidas ocasiones durante su carrera: él no pintaba personas gordas, sino voluminosas. Quería explorar la monumentalidad de las formas y el volumen exaltado.
“Decir que Botero pinta gordos es una afirmación un tanto simplista”, dijo su hijo Juan Carlos Botero en una conferencia en 2019.
“Para crear elementos gordos en sus cuadros tendría que haber también elementos delgados para resaltar la gordura, pero no los hay, porque una cosa es la gordura y otra es el volumen. El estilo de Botero gira precisamente en torno a esa propuesta, exaltar el volumen de las cosas para darles grandeza”, agregó.

Algunas obras

De entre las muchas obras icónicas y representativas de Fernando Botero, BBC Mundo seleccionó cinco de ellas, que reproducimos a continuación:

1. «Obispos muertos»

Más allá de lo que delineaban las formas en sus obras, Botero también imprimía su punto de vista en ellas. Una de las primeras que llamó la atención más allá de Colombia fue «Obispos muertos» (1961): una pila de cuerpos de jerarcas de la Iglesia con sus vestiduras.

2.»Una familia»

A lo largo de siete décadas de trabajos, Botero pintó en varias versiones su imagen de una familia tradicional. Una de ellas fue la que tituló simplemente «Una familia» (1989).

3.»Mona Lisa a los 12 años»

También con su estilo característico, Botero pintó en 1959 su propia versión de la Mona Lisa, de Leonardo Da Vinci, pero mostró a La Gioconda como una adolescente. Se trata de la «Mona Lisa a los 12 años».

4.»El pájaro»

En el mundo de la escultura, Botero también usó las formas con amplias curvas.
Una de sus obras más representativas y cargadas de historia fue «El pájaro», instalada en su natal Medellín y que en 1995 sufrió un episodio de la violencia criminal del narcotráfico.
En el parque San Antonio, un grupo no identificado hizo detonar 10 kg de dinamita a un costado de la escultura de bronce, que quedó severamente dañada.
El artista rechazó que fuera reparada y sustituida. En su lugar, envió una nueva paloma para que acompañara a la primera, símbolo de la violencia criminal.

5.»Gato»

Otra de las esculturas más conocidas a nivel mundial del artista de Medellín es «Gato».
Elaborada en bronce y con una longitud de 7 metros, fue instalada en Barcelona en la década de 1980.
Para los Juegos Olímpicos de 1992 en esa ciudad, fue trasladada a las inmediaciones del Estadio Olímpico. Desde ese momento, adquirió fama mundial.