El populismo de derecha, a diferencia de otros, presenta una visión maniquea y excluyente: se posiciona en una dicotomía donde las soluciones propuestas por «los otros» son siempre erróneas y las suyas, infalibles. Así polariza y vacía de contenido el proceso democrático, similar a los movimientos fascistas que demonizaban a sus opositores y despreciaban la democracia.

Lunes 27 de mayo de 2024. La Argentina, un país turbulento, lleva en su historia política y social muchas formas de violencia: dictaduras, terrorismo y torturas. En 1983, con la llegada de Raúl Alfonsín, comenzó la era de esperanza y reconciliación, un esfuerzo compartido también por otros líderes que lo sucedieron, pero persiste otra forma de violencia que se manifiesta ahora con el hambre, el maltrato y la exclusión de millones de argentinos.
La escritora Beatriz Sarlo, siempre muy crítica con el campo nacional y popular, dice que en ese contexto de violencia eterna emergen figuras como Javier Milei, con proclamas y estilo agresivo que encuentran cobijo en ciudadanos desencantados.
Con esa retórica incendiaria, Milei es un reflejo invertido de aquellos que se sienten frustrados y traicionados por las promesas incumplidas de la política tradicional. Su estilo, que desprecia la mesura y el diálogo constructivo, contrasta con la tradición política de figuras, como Alfonsín, que valoraban el tono civilizado y el debate racional, del que se aleja Milei para emerger como un populista de derecha, una corriente históricamente peligrosa.
Lo dice Beatriz Sarlo, lejos del llamado campo nacional y popular, que el populismo de derecha, a diferencia de otros, presenta una visión maniquea y excluyente: se posiciona en una dicotomía donde las soluciones propuestas por «los otros» son siempre erróneas y las suyas, infalibles. Así polariza y vacía de contenido el proceso democrático, similar a los movimientos fascistas que demonizaban a sus opositores y despreciaban la democracia.
La cita del filósofo Norberto Bobbio es ilustrativa: «En las grandes sociedades democráticas, la separación excesivamente clara entre dos únicas partes contrapuestas es cada vez más inadecuada». Esta visión dicotómica es la que impide negociaciones democráticas y promueve la exclusión, características inherentes al populismo de derecha.
Milei, sin embargo, encuentra eco en las capas medias, dolidas por las pérdidas y desengaños. Su discurso simplista y agresivo capta a quienes se sienten abandonados por el sistema.
Pero este fenómeno no es nuevo; el siglo XX mostró que los extremismos, tanto de izquierda como de derecha, se alimentan de la frustración social y promueven soluciones únicas y excluyentes. Mussolini, antes de su ascenso al poder, describía al parlamento italiano como «repugnante», un sentimiento que Milei parece compartir hacia la clase política argentina.
El peligro radica en la negación de la complejidad social y política. La democracia, por naturaleza, es un proceso de gestión de conflictos, no de su eliminación mediante la represión o soluciones únicas. Desde 1983, Argentina avanzó en aceptar y manejar estas complejidades mediante la alternancia democrática y el respeto institucional. Sin embargo, el «imperialismo de la comunicación», que Balibar define como la dominación del discurso simplista y unidimensional, favorece a líderes como Milei, quienes rechazan la complejidad en favor de respuestas fáciles y autoritarias.
La política del grito y la descalificación de Milei no solo amenaza con desestabilizar la democracia argentina, sino que también resuena peligrosamente con los movimientos extremistas del pasado.
El desafío de hoy es reconocer y combatir estas tendencias extremistas, para no vaciar a la democracia de su esencia. La política debe seguir siendo un espacio de diálogo, negociación y respeto por la diversidad de opiniones, lejos de los discursos de odio y de las simplificaciones.
La lección del pasado es clara: el extremismo, sea de izquierda o derecha, solo conduce a la división y al sufrimiento. Lo dice Beatriz Sarlo, ¡eh!