La manifestación popular es reacción pero también es una afirmación de la humanidad y la dignidad. Es un recordatorio de que en democracia, cada voz cuenta y cada persona tiene el derecho de ser escuchada. Cuando las calles se llenan de ciudadanos decididos a luchar por un mundo más justo, estamos presenciando el verdadero espíritu de la democracia en acción. Cuando alguien va a una protesta, está ejerciendo su derecho a participar en la vida pública y a influir en las decisiones que afectan a su comunidad. La calle se convierte en un espacio de diálogo y de construcción colectiva, donde se forjan nuevas ideas y se plantean alternativas a los modelos excluyentes.

Martes 1 de octubre de 2024. La manifestación popular es una herramienta que tienen las sociedades democráticas para expresar desacuerdos y exigir cambios, sobre todo frente a gobiernos excluyentes, en las calles, en ese espacio público y simbólico donde es imposible desoír esa contundente voz colectiva.
Las mayores transformaciones sociales y políticas de la historia fueron impulsadas por movimientos populares. Desde la Revolución Francesa hasta cualquier protesta reciente en América Latina puso en marcha los motores de cambio ya que por encima de cualquier manifestación política, estas movilizaciones representan una lucha por la dignidad, la justicia y la equidad.
Cuando un gobierno toma decisiones que excluyen, las calles se vuelven escenario para dirimir problemas que afectan porque, sabemos, la acción colectiva es una forma de resistencia contra la opresión. Cuando los mecanismos institucionales fallan, el pueblo debe recordar a sus dirigentes que el poder reside en la ciudadanía y no en los despachos.
No podemos ignorar el valor simbólico de la protesta. No se puede ignorar ese mensaje de descontento que tampoco se puede silenciar. Ese acto de presencia masiva en el espacio público reivindica la pertenencia y el derecho a ser escuchados. La manifestación popular rompe con la pasividad y la apatía, mostrando una sociedad viva y dispuesta a luchar.
¿Ejemplos? Desde la muchedumbre frente al Cabildo en la plaza de Mayo, allá por mayo de 1810 o las Madres y Abuelas en esa misma plaza, 170 años después, para resistir la dictadura cívico militar y eclesiástica que finalmente logró poner en la agenda mundial la búsqueda de los desaparecidos y defender los derechos humanos, contra todo pronóstico, demostrando que el pueblo organizado puede desafiar incluso a los regímenes más represivos.
O la guerra del agua en Cochabamba, Bolivia, ese conflicto social y político del año 2000 y que marcó un hito en la historia de ese país cuando la población enfrentó y revirtió la privatización del agua y la implementación de tarifas elevadas para el servicio, lo que generó una enorme protesta por parte de la población.
La filosofía siempre encuadra y define a la protesta como acción política y forma en que los individuos se hacen visibles en el mundo. La manifestación es un acto de aparición pública donde los ciudadanos dejan de ser meros espectadores para convertirse en protagonistas, con mucho valor en esta era donde el individualismo y la desafección política parecen prevalecer.
La manifestación popular es reacción pero también es una afirmación de la humanidad y la dignidad. Es un recordatorio de que en democracia, cada voz cuenta y cada persona tiene el derecho de ser escuchada. Cuando las calles se llenan de ciudadanos decididos a luchar por un mundo más justo, estamos presenciando el verdadero espíritu de la democracia en acción.
Cuando alguien va a una protesta, está ejerciendo su derecho a participar en la vida pública y a influir en las decisiones que afectan a su comunidad. La calle se convierte en un espacio de diálogo y de construcción colectiva, donde se forjan nuevas ideas y se plantean alternativas a los modelos excluyentes.
La calle está para mostrar que aún frente a las adversidades, siempre hay un camino hacia la justicia y la equidad. La voz de la calle es una potencia imparable; es una chispa que puede encender el cambio; es una llamada a la reflexión y a la acción, un recordatorio de que el poder emana del pueblo y que este tiene la capacidad de cambiar el rumbo de la historia.
Es una forma de recordar a los gobiernos que deben gobernar para todos y no solo para unos pocos.