Rodolfo Nicolás Capaccio, “Rolo”, habla de la impronta de su nuevo libro, Piedras en Verde Silencio, una conexión con la misión jesuítica guaraní de San Ignacio Miní, y del sello de las bibliotecas que visitó de niño y después en su vida adulta. Como siempre, un rescate de la fascinación del escritor, también, por la impronta, la vida y la historia misionera, que el autor de esta entrevista rescata con precisión.

Por Santiago Morales

Domingo 6 de octubre de 2024. El escritor misionero Rodolfo Nicolás Capaccio, Rolo, se sumerge en la historia y la cultura de San Ignacio Miní en su último libro, para explorar el misterioso encanto de la reducción jesuítica. En una entrevista con Misiones Plural, Capaccio comparte sus influencias, experiencias y la importancia que, asegura, tienen las bibliotecas en su vida y también en su obra.
Durante la presentación de libro en la Biblioteca Popular, Capaccio destacó la conexión íntima que siente con el público cuando la lectura se realiza en un espacio horizontal, sin el distanciamiento de un estrado. «Fue una presentación amena y sencilla, rodeado de gente que aprecio», dijo, para resaltar la naturalidad de la presentación. Además, dijo que hubo pocas preguntas debido al desconocimiento del contenido del libro, lo que permitió una presentación enfocada en comentar y reflexionar sobre la obra.
Capaccio también reflexionó sobre el impacto que tuvieron las bibliotecas en su vida. Recordó su infancia en la Biblioteca Sarmiento de su pueblo natal, Mercedes, en la provincia de Buenos Aires. «Las bibliotecas populares marcan de por vida cuando se las visita de chico», aseguró. Para él, estos espacios son tesoros bibliográficos donde uno puede extraviarse y encontrar caminos inesperados, definiendo vocaciones y alimentando la curiosidad sin límites.

La entrevista

-¿Leés entrevistas a escritores?
-Sí, si se trata de autores que conozco y más aún si los prefiero, con lo que va de suyo que la mayoría ya han muerto, por lo que debo decir que en realidad leía entrevistas. No obstante, hay algunos como Vargas Llosa, Pérez Reverte, Irene Vallejo y otros de los que no me pierdo las entrevistas que les hacen. Pero debo reconocer que estoy muy desactualizado con respecto a las nuevas generaciones y más aún en lo que se produce en la Argentina. Algo que también se entiende por lo mucho que se publica ahora, al ser más fácil hacerlo. Tengo un amigo en mi pueblo natal, Mercedes, excompañero del Colegio Nacional, que me remite desde hace más de sesenta años recortes periodísticos de cosas que sabe me pueden interesar, entre ellos muchas cosas vinculadas a la literatura y con lo que he ido almacenando un archivo, por tema y por autor, con vistas a, alguna vez, hacer con ello algún programa radial; cosa que no he concretado, pero sigo guardando los recortes. También por estos envíos me entero de las nuevas figuras, tanto nacionales como internacionales que publican; comprendo que no se puede abarcar semejante producción y me remito más a releer que a incorporar cosas nuevas.

-¿Cómo fue la presentación de tu último libro en la Biblioteca Popular de Posadas?
-Estuvo muy amena la presentación, sencilla, rodeado de gente que aprecio; me alegró fuese en la sala de lectura y no arriba, donde está el escenario y el presentador sobre un estrado; ahí se pierde la “horizontalidad” con el público. Casi no hubo preguntas porque no se conocía el contenido del libro. Así que la presentación, a cargo de Froilán Fernández, Rosita Escalada y Roberto Maack, prácticamente se redujo a eso, a comentar sobre qué trata el libro y desperdigar alguna que otra loa referida al autor. Rosita leyó un fragmento de uno de los relatos y yo me limité a agradecer a los presentes y a Antonio Ruiz de Montoya -ausente con aviso- quien me proveyera de tres o cuatro temas a los que di forma literaria, pero cuyo copyright le pertenece: los enviados que son comidos, el joven que quería ser castrado y el niño que deseaba morir para que lo adornaran; todos temas muy alegres como puede verse. Al finalizar la presentación se deglutieron algunas chipitas calientes y se bebió algo de vino, pero no hubo peleas, felizmente.

-¿Cómo decidís los títulos de tus libros, tan eufónicos como los que conllevan el verde?
-Como se suele decir en el ámbito periodístico, “excelente pregunta cuando uno no tiene la respuesta adecuada”. Pero puedo ensayar una respuesta pensando, primero, que no me gusta irme por las ramas (cosa extraña en el monte misionero) y segundo que siempre trato, como comunicador, de sintetizar el tema, así que tanto en “Sumido en verde temblor”, como ahora en estas “Piedras en verde silencio”, la imposición del verde deviene naturalmente (no podía ser de otro modo) de cómo me impregnara el monte, sobre todo a mi llegada hace cincuenta años, cuando no me quedó otra que vivir entre el monte. Por eso creo que, más que decidir los títulos, ellos un poco se imponen, porque en ambas historias no se hace otra cosa más que navegar en un mar verde, vivo y cambiante. Podría agregar como broma, aunque es verdad, que también nací y crecí en una tintorería, pero además del verde hay otros colores que me gustan.

-¿Qué significó la presentación de tu exposición de cuadros sobre lápices?
-Significó más que nada el cierre de un historia que comenzó hace cuarenta años, cuando recogí el primer lapicito en la Escuela número 1 y que fue creciendo sin que le hallara un sentido concreto, por más que en los 2000 y pico abriera una página en internet que se titulaba “Lápices con historias” y en la cual, además de fotografiarlos (los lápices son tan fotogénicos como el gato), iba contando historias que suponía podían ser las de esos desgraciaditos arrojados por una ventana, pisoteados en una vereda, mordidos y torturados o bien aquellos de marca, pulidos y refinados, escapados de un portafolios y llorado por sus dueños que los pagaron caro. Es así que ya venía con la idea de sacarlos de las cajas donde los guardaba y exponerlos sobre un soporte cuando al contarle esto a los Engel… al vuelo quisieron que eso ocurriera en su taller. Y así ocurrió, con la colaboración de Chiquitina, porque a mí me sobrepasaba la tarea de irlos disponiendo artísticamente. Así que solo me limité a clasificarlos por su estado y apariencia y ella hizo el montaje. De hecho, los lápices quedaron allá en lo de los Engel, pero yo sigo rejuntando huérfanos, a lo mejor para hacer con el tiempo (ni que fuera inmortal) otra muestra más amplia. Como resultado creo que fue algo original, o al menos fuera de lo común, y vino a corroborarme lo que ya había presentido cuando inventaba suposiciones en “Lápices con historia”: siempre hay gente más loca que uno. Me contestaban coleccionistas de todas partes, de ciertas marcas, por ejemplo, los que esperan el lanzamiento de un nuevo Faber como aquellos que esperan la salida al mercado del último modelo de Chevrolet o Ford; los que coleccionan lápices de eventos, los que arman objetos con ellos, los que coleccionan de ¡un solo color! Etcétera.

-¿Cómo fue el proceso de acopio y la decisión de ponerle fin?
-Contesto lo segundo primero: no creo haberle dado fin. Sigo recogiendo lápices perdidos y más que nada porque luego de llevar esta costumbre por más de cuarenta años sigo, ya como algo que no puedo evitar, un “proceso de acopio” que sigue más o menos las siguientes pautas: ojo avizor en patios y veredas de escuelas, oficinas y lugares públicos en general. Aptitud para agacharse y recogerlo sin vergüenza cualesquiera sean las circunstancias, con o sin gente, paradas de bus, comercios, vía pública, aulas, así sea un recién sacado de la cartuchera o uno roto que quedó mostrando el culito en un desagüe.

-¿Qué experiencias viviste que hayan podido contribuir a imaginar el mundo de la vida en la reducción jesuita de San Ignacio?
-De esto hablé algo en la presentación del libro, porque “las misiones” fueron siempre para mi algo lleno de significación. Si bien yo descreo de las predicciones y me parece que la vida de los individuos se rige por el más absoluto azar (dentro de un sistema socio-político determinado) tengo motivos para creer que Misiones estaba en mi destino por varias cosas que sería largo enumerar, pero que al fin me trajeron a esta tierra donde tuve la enorme suerte de conocer gente que me afianzaron a ella. Fue así que conocer las ruinas (por las reducciones) -prácticamente todas-, hacer en el año 81 un audiovisual sobre ellas y ser elegido como el guionista del espectáculo de Luz y Sonido que se inauguró en San Ignacio en 1987, fue todo un compenetrarme con aquella empresa. Y por supuesto lo leído al respecto: Furlong, Woodrow, Magnus Mörner, Meliá, Lugones, CunnighameGrahan, Antonio Sepp, Sánchez Labrador, Ruiz de Montoya, etcétera. Pero fueron algunas experiencias y sensaciones las que me marcaron a la hora de compenetrarme con aquella experiencia singular que logró, en medio de los montes, aislados el mundo, editar los primeros libros, por ejemplo, y esas experiencias (que traté de reflejar en el libro) fueron las que tuve cuando, al dirigir los efectos de iluminación para el Espectáculo, tuve que pasar noches enteras entre aquellos muros y portales. Y allí viví una experiencia que nada tiene que ver con las visitas turísticas, tal como, por ejemplo, las de acostarme en el piso de una habitación destechada e imaginar en el silencio y la oscuridad reinante todo lo que debió ocurrir allí en aquellos tiempos: nacimientos, sueños, cópulas, comidas, discusiones, juegos, muertes… todo en el mismo espacio ocupado ahora por mi cuerpo dentro de ese ámbito vacío. Hace muchísimo que no voy y tampoco me siento muy tentado de hacerlo (me refiero a San Ignacio), excepto si tengo que acompañar a alguien que no las conoce. Prefiero las más solitarias, como las de Santa María la Mayor, donde uno puede “oír el silencio” aposentado sobre aquellos muros que albergan tantas cosas ocurridas. Y cuando voy, más que tomar apuntes me dejo invadir por aquellas sensaciones de murmullos de hojas, trinos sueltos, y luego, al escribir, tratar de reproducir esas vivencias. A lo mejor por poner en práctica aquel principio de (Horacio) Quiroga en sus instrucciones para escribir un cuento: “no hacerlo bajo el imperio de la emoción”, sino recordar, luego de pasada ésta, lo que se sintió.

-¿Qué proyecto literario tenés actualmente, o qué estás escribiendo?
-No tengo por el momento ningún proyecto de ficción definido, y mucho de mi tiempo se me va en elaborar los dos micro programas que hago: para FM Show los lunes, “¿Qué conocés de Misiones, tu provincia”? y los sábados de 7 a 8 horas con Miguel Riquelme por LT4 “El País de la Milonga”. Pero ya le estamos dando fin a una nueva antología con Rosita Escalada que se titulará: “Viajes incómodos… y peligrosos” que veremos si sale editada el año que viene. Una recopilación de textos de viajeros desde la conquista hasta el siglo XX por todo el territorio nacional. Hay relatos increíbles, y creo que, un libro así, servirá para que los lectores actuales, más aún los jóvenes, comprendan que lo placentero de desplazarse ahora es el resultado de años de superar las incomodidades y los peligros. Todo lo que disfrutamos ahora no surgió por generación espontánea.

-¿Qué estás leyendo?
-En realidad, más que leer, re- leo cosas y autores que me gustan, y casi no incorporo lecturas nuevas ya que tengo libros en espera de ser leídos desde hace mucho. Releo si algunos cuentos breves o bien fragmentos de mis ídolos: Maupassant, el Marqués de Sade, Balzac, Chejov, Cadwell, London, etcétera, etcétera, porque lo que más tiempo me lleva es la exploración de autores misioneros y de temáticas criollas o regionales para hallar contenidos con los que armo los micro radiales que mencionara. La lista es larguísima, pero siempre tengo como soportes “Las Figuras del habla misionera” de Amable, el “Diccionario Etimológico Lingüístico de Misiones” de Kaul Gründwald así como el “Vocabulario y Refranero Criollo” de Tito Saubidet, el “Martín Fierro”, el “Fausto Criollo” de Estanislao del Campo, etcétera.

-¿Cuál fue el libro más divertido que leíste últimamente?
-Siempre tengo a mano el “Allá. Palíndromos de por acá”, al que echo mano en las pausas de cualquier labor porque me divierte ese ir y venir de las frases tan ingeniosas. Pero además “convivo” con “Los cuentos del Viejo Varela”, de Wimpi, un clásico (que he usado para algunos micros) y la sin par “Antología Apócrifa” de Conrado Nalé Roxlo, un genio capaz de tocar en la misma clave que los autores más famosos -incluyendo poetas- pero encima en joda.

-¿Cuándo llegaste a Misiones? ¿Eras un recienvenido?
-De hecho lo era cuando llegué: en tren, una tarde de febrero de 1975 y me alojé en la pensión Nagel, del barrio El Palomar, pero no me daba cuenta. Comencé a comprenderlo cuando ya instalado en San Vicente veía y trataba a otros que recién llegaban, de muchas partes. Y ahí podía verse el proceso de adaptación, o no, que cada cual tenía a este mundo de nuevas percepciones y sensaciones. Algunos nos adaptábamos (a vivir sin asfalto, ni agua corriente, con luz eléctrica que se cortaba a las 22, a las formas novedosas del habla, a la carne de cebú…) y nos quedamos para siempre. Otros se iban al poco tiempo, o se quedaban, pero extrañando de manera crónica sus lugares de origen. En mi caso siempre mantuve mi lado bonaerense, pero sin nostalgia ni ganas de volver, disfrutando siempre de esta nueva tierra, aunque para eso tuve la suerte emparejarme con la persona que más quise: Titita Sodá, con la que conviviera los mejores cuarenta años de mi vida. Pero la categoría de “recienvenido” existe, y mucho, en esta Misiones poblada por tanta gente llegada de tantas partes a lo largo del tiempo, y por eso no podía dejarla de lado al titular aquellos relatos de cosas sentidas y vividas: “Pobres, ausentes y recienvenidos”.

-¿Cuán frecuentes son tus visitas a bibliotecas, sobre todo en el proceso de escritura de comidas de viajeros y cuál es la importancia de las bibliotecas populares? ¿Cuáles te gustan investigar?
-En los últimos años ya no voy a ellas, por falta de tiempo, pero las recorrí bastante cuando hacía en Radio Universidad aquel micro titulado “Explorador de anaqueles”, por los años 2012 a 2015: la Popular, la del barrio El Palomar, la del Museo Aníbal Cambas, la de la Escuela Normal y otras de diferentes escuelas. En cada una hay tesoros bibliográficos. Para la Biblioteca Popular Posadas elaboré un video titulado “Lectura Compartida” (www.vimeo.com/76487238) cuando cumplió sus primeros 100 años, en 2013. Le doy enorme importancia a las bibliotecas en general y a las populares en particular porque marcan de por vida cuando se las visita de chico. Uno no olvida lo descubierto allí sin haber ido a buscarlo. Lo sé porque pasé muchos días de mi infancia en la Biblioteca Sarmiento de mi pueblo, fundada en 1887, cuando Sarmiento aún vivía y se le avisó que habría de llevar su nombre. En las bibliotecas populares uno puede extraviarse y hallar el camino que no sabía que existía, sorprenderse, desengañarse, se pueden definir vocaciones, sentir ganas de muchas cosas, pero difícilmente aburrirse.

-¿Se puede pensar a Misteriosa Buenos Aires, de Mujica Lainez, como influencia para tu último libro sobre la misteriosa San Ignacio Miní?
-Si, muchísimo, más allá de que las historias sean tan distintas, pero nadie puede negar el misterio que envuelve las ruinas. Además la narrativa de Manucho se aviene perfecto a lo que es la evocación de sucesos reales, mezclados con fantasías, y por supuesto de él tomé el darle a cada historia narrada una fecha (arbitraria en mi caso) pero que sirve para que el lector tenga una continuidad cronológica más o menos aceptable dentro el proceso histórico.

-¿Cómo se te ocurrió tan original estructura?
-En diferentes momentos fui escribiendo las historias, inclusive dos de ellas ya pertenecían a “Pobres, ausentes…” (“Transmutado” y “Destiempo”) que dada su índole jesuítica merecían estar junto a las nuevas, aunque llevaban años ya de publicadas. Otras fueron escritas el año pasado, poco antes de terminar el plazo para presentar el original. Los dos o tres casos sugeridos por Ruiz de Montoya me bailaban en la cabeza desde que leí, hace algunos años “La Conquista Espiritual del Paraguay”, o sea que estaban en vida latente, como semillas dentro de la cabeza, hasta que se fue perfilando este asomo de futuro libro. Este proceso de incubación me recuerda esos zapallos que cuando uno los abre encuentra que algunas semillas ya comenzaron a germinar dentro de él por la demora el sembrarlas. (En tal caso, también, la analogía entre mi cabeza y el zapallo, es correcta).

-Vos que dirigiste una ¿Qué opinas del auge y lucha de las pequeñas editoriales para resistir los problemas económicos, la escasez de papel?
-Me parece, por lo desigual, una lucha heroica por parte de las pequeñas editoriales, y ojalá mejorase la situación económica para que puedan subsistir. Por suerte en los últimos tiempos la posibilidad de editar tiradas limitadas permite a muchos autores ver sus creaciones publicadas y es suficiente con que un libro vea la luz para que se haya concretado un sueño, una idea, una iniciativa, una esperanza… a lo mejor luego tendrá oportunidad de reproducirse en algún momento, pero ya está, ya se concretó lo que se deseaba decir sobre la hoja. Pasó de lo inasible a lo tangible. Ya nació para ser juzgado por los otros. Puede luego semillar. Por supuesto hace falta después esa otra parte que es la difusión, y allí la cosa se complica. De todos modos son preferibles aunque sea unos pocos ejemplares a los libros que nunca nacerán. Esto que digo me recuerda en mis años de editor a quienes venían con algún proyecto, a veces hasta interesante, y entonces yo decía: “Bueno, traé (o traiga) una copia en borrador para evaluarla” y me contestaban, – Bueno, pero yo todavía no escribí nada…”.

-¿Cómo es tu relación con la poesía y otros géneros?
-Sencillamente venero a unos pocos poetas y creo que la poesía es como el calzado: lo que le encaja bien a uno no le entra al otro. Es algo absolutamente personal y como tal con tantas variantes que es difícil de evaluar, más allá de que se pueda identificar fácilmente un excelso poema de un verso mediocre. He leído mucha poesía a lo largo de la vida, pero ya de grande (iba poner: de viejo) cuando se decanta todo lo acumulado, veo que me quedo con unos poquitos, como ocurre con los amigos: Quevedo, Miguel Hernández, Antonio Machado, Rafael Alberti, y de por acá mucho pero no todo: Lugones (“siempre admirado pero nunca querido”, como decía Borges) y José Pedroni. Por supuesto que admiro muchos poemas de otros autores, incluyendo a misioneros; la poesía gauchesca en lengua culta (puedo recitar lagos tramos del Santos Vega de Obligado), muchas letras de tango y el Fausto Criollo, con uno de cuyos ejemplares quisiera ser enterrado. Y en cuanto a otros géneros, he ido rumbeando con el tiempo para las narraciones breves. Ya no estoy para caminarme el “Ulises” ni “La guerra y la paz”. Prefiero el cuento corto, sin llegar al extremo del micro cuento, aunque los hay ingeniosos.

-¿Cómo resiste el mundo de los libros ante la tirantez de lo digital?
-Para dar respuesta a esta pregunta solo hay que leer “Nadie acabará con los libros” de Jean-Claude Carrière y Umberto Eco (Sudamericana 2012) en el cual analizan esta situación a fondo y a través de la historia, pero una frase de ese libro parece explicarlo todo: “El libro es como la rueda. Una vez inventado no se puede hacer nada mejor”. Y basta para ello pensar que todos los intentos digitales por reemplazarlo siempre tienden a acercarse a las características del libro objeto: imitar el papel, poder subrayar, dar vuelta las páginas… es decir: tratan de ser como es él, así que para qué lo vamos a reemplazar, mejor nos quedamos con él y listo. (cuidando siempre de no dejarlo olvidado en algún asiento y/o prestarlo, en lo posible.)

-¿Es verdad que tuviste una experiencia como banderillero de carreras de motos en San Vicente? ¿Cómo llegaste a ese lugar?
-Si. Ocurrió en San Vicente allá por los años 77/78 cuando era docente en el Bachillerato Polivalente 17 y, como tal, nuestra labor no terminaba al dejar de dar clase; éramos docente todo el día, y como tales participábamos en los eventos culturales y deportivos del pueblo dando siempre una mano. En este caso me tocó estar, no de banderillero propiamente, sino como control (aunque también había allí una bandera), subido a una especie de “mangrullo” o atalaya de postes a varios metros del suelo para controlar desde ahí la pasada de los motociclistas, vuelta por vuelta, y anotar la posición de cada uno en una planilla. Una tarea que no se la deseo a nadie porque la vertiginosidad de la carrera y la tierra levantada entorpecían la anotación correcta, sumado a la incomodidad del sitio. No era un enduro, pero tampoco se trataba de una tarea blanda para mí. Y el caso fue que al terminar una de las pruebas, uno que discutía con los organizadores por su clasificación final comenzó a trepar la escalera de mi torre y ya casi arriba, prendido de los escalones me gritó: “¿Cómo pasé yo en la penúltima vuelta? Entonces consultando la planilla le digo: “Pasaste cuarto” y él desdeabajo me contestó: “¡Ni nunca!”. Pero esta experiencia vinculada al deporte motor de Misiones no fue nada comparada con mi participación como acompañante de mi amigo Jorge Hasan, de San Vicente, corriendo con él en todos los circuitos de entonces en la categoría Turismo Misionero: en Posadas, Apóstoles, Eldorado, Capioví, Gobernador Roca… Corríamos en un Ford 39 con motor Tornado, y concretábamos así el sueño automovilístico del que habíamos sido espectadores de adolescentes en Mercedes, viendo las carreras del TC de aquel entonces, por la época en que éramos compañeros en el Colegio Nacional.

-¿Dónde se consigue tu libro?
-Por suerte está a la venta en la Biblioteca Popular (calle Córdoba entre San Lorenzo y Ayacucho, de Posadas) a donde es fácil acceder. Pero también lo tienen en la propia Editorial Universitaria en la Calle Félix Bogado, casi Uruguay. Pegado a la policía. No confundirse al entrar.