En una era dominada por la tecnología y la inmediatez, el escritor y docente de esta nota reflexiona en clave literaria sobre la generosidad y la misma adversidad. Con una mirada crítica y a la vez esperanzadora le pone luz a las complejidades de la vida cotidiana, mientras rescata la esencia de la identidad regional como espacio de disfrute y de reflexión. Rolo Capaccio repasa momentos de su misioneridad.

Jueves 7 de noviembre de 2024. Para el docente y escritor Nicolás «Rolo» Capaccio, el libro de papel es una herramienta insustituible por su practicidad y utilidad. A pesar de la proliferación de medios digitales, el libro físico es –sigue siendo– una fuente de atracción y encanto, especialmente entre los jóvenes, aseguró durante una entrevista con Plural, programa periodístico de Canal 4 Posadas. «Rolo», para sus alumnos de la universidad, observa con agrado que los jóvenes buscan y llenan los espacios físicos de las bibliotecas en busca de conocimiento, desafiando esa máxima que asegura que todo se busca hoy en día en una pantalla. Habla, por ejemplo, de las Biblioteca Popular de Posadas o de las pequeñas góndolas de los supermercados que tienen libros.
En esa línea, Capaccio reflexiona también sobre el poder transformador de la lectura, la evolución de las bibliotecas y su impacto en la era digital, mientras compartió pinceladas de su vida en Misiones, la tierra que eligió para vivir y soñar.
En ese ir y venir de temas, entiende que la lectura es una herramienta de transformación social. La letra escrita ha sido, sin duda, una fuerza revolucionaria en la historia de la humanidad. Desde las primeras formas de registro escrito hace alrededor de 8.000 o 9.000 años antes de Cristo, hasta la masificación de la lectura tras la invención de la imprenta por Gutenberg, la escritura permitió a la humanidad avanzar y reflexionar. Las bibliotecas, desde su existencia en la antigüedad, son el refugios de conocimiento, aunque históricamente solo las minorías alfabetizadas accedían a ellas. Hoy en día, las bibliotecas siguen siendo espacios de descubrimiento, aunque su rol ha evolucionado con la llegada de la era digital.
Para Capaccio, las bibliotecas jugaron un rol fundamental en su formación. Recuerda con cariño sus visitas a la Biblioteca Sarmiento en Mercedes, Buenos Aires, donde accedía a un mundo de lecturas sorprendentes y desconocidas. Estas experiencias despertaron en él una curiosidad insaciable y marcaron su camino hacia la Comunicación Social, dejando atrás una carrera en veterinaria, por la que había optado al principio, cuenta con su sonrisa característica. Esta decisión lo llevó a descubrir su verdadera pasión: la docencia, donde encontró su vocación al explicar y enseñar con entusiasmo.

Ese viaje de transformación
La mudanza a Misiones fue una experiencia transformadora para Capaccio. Atraído por la invitación de un amigo, encontró en Misiones un lugar lleno de oportunidades y un vibrante panorama social y paisajístico. Esta tierra, con su mezcla de culturas y una identidad muy particular, se convirtió en una fuente inagotable de inspiración para sus escritos. Su vida en San Vicente y posteriormente en Posadas le permitió conectarse profundamente con la región, al punto de sentirse más misionero que bonaerense.
La charla con Rolo tiene riquezas y tiene relatos que se van construyendo incluso como una película. Es la capacidad del escritor de rescatar y de transmitir esas imágenes que guarda en su memoria y que su interlocutor puede imaginar.
Cuando habla de la identidad misionera la describe como un rasgo distintivo que se fue forjando a través del aislamiento histórico y la mezcla de etnias. Este dinamismo y crecimiento continuo, que contrasta con otras regiones del país, es algo que Capaccio observa con admiración. La energía y la modernidad de ciudades como San Vicente son, insiste con entudiasmo, testimonio del vigor y la vitalidad de Misiones.
Y reflexiona: la misioneridad no solo se vive, «se escribe». Sus publicaciones, muchas en colaboración con Rosita Escalada Salvo, exploran las facetas mágicas y trágicas de la región, así como las miradas de los viajeros que pasaron por acá. Este compromiso con la cultura y la historia local refleja una identidad profundamente arraigada y un amor inquebrantable por la tierra que lo acogió hace casi cinco décadas.
Y acá escribe.

Nicolás Rolo Capaccio en Plural


-¿La lectura es una herramienta de transformación social?
-Absolutamente. Creo que desde que existe la letra escrita ha ido transformando a la humanidad directamente desde los inicios. Es decir, la letra escrita ha producido la gran revolución mental que le ha permitido al ser humano ir avanzando como ha avanzado a lo largo de los siglos, desde allá, desde más o menos unos 8 mil o 9 mil años antes de Cristo, que empiezan las primeras formas de registro escrito. Es decir, como un sustituto de la memoria, pero al mismo tiempo como un elemento que va sirviendo para la reflexión, para la discusión, para la oposición… En fin, la letra escrita es lo que ha transformado a la humanidad hasta el día de hoy. De allí que la conformación de las bibliotecas, que existen ya desde la antigüedad, han sido lugares de concurrencia de la gente que podía acceder al código escrito. Porque también tengamos en cuenta eso: a lo largo de muchísimos siglos eran minorías las que accedían a la letra escrita, las grandes mayorías eran totalmente analfabetas, pero a partir de la instalación de las bibliotecas se fue ampliando ese panorama hasta la revolución de Gutenberg, que permitió la masividad de la letra escrita y ahí ya transformó totalmente las sociedades.

-¿Qué importancia tuvo la biblioteca en tu formación?
-Creo que esa es una cuestión generacional también porque actualmente no sé si los chicos concurren tanto a las bibliotecas como pasaba en mi generación, a las bibliotecas públicas. Esa era la forma de acceder a textos. Yo tuve la suerte de tener en mi casa libros; mis padres eran lectores. Pero eso me inició también en la búsqueda de otros contenidos, y concurría a la Biblioteca Sarmiento de mi pueblo, de Mercedes, Buenos Aires, y ahí se me abría todo un inmenso panorama de lecturas a las que uno accedía cuando tenía 10, 11, 12, 13 años, antologías, libros que no sospechaba que existían, porque creo que las bibliotecas tienen, y todavía esa cuestión de la sorpresa: encontrás lo que no fuiste a buscar. A veces iba por un libro que me habían recomendado o que del colegio te indicaban que ahí podías encontrar tal contenido, pero en la búsqueda descubría cosas que no pensaba que existían. Entonces ahí se abría otro panorama para uno.

-¿Esas bibliotecas tuvieron que ver en la decisión de qué hacer con tu vida?
-Me marcaron en la línea de, personalmente, seguir luego una carrera como fue Comunicación Social. Porque yo estudié veterinaria hasta tercer año, pero evidentemente no era mi camino. Lo celebraron mucho los animales cuando dejé la carrera (risas). Y cuando me volqué hacia la Comunicación Social, en La Plata, allá por fines de los años 60 se me abrió otro panorama, otro mundo, otra dimensión de la vida y del conocimiento. Jamás me arrepentiré porque seguí con mucha pasión todo ese camino hasta la actualidad, aunque volcado más que nada a la docencia, más que a la actividad periodística, por así decir, de los cuales siempre he hecho algunos aportes, pero nunca en forma sistemática.

-¿Te gustó mucho más la docencia?
-Me gustó más la docencia, porque yo hice la licenciatura en Comunicación Social y el profesorado. Y cuando hice el profesorado, me tocó dar clases que los docentes evaluaban, y al dar ya las primeras clases me di cuenta que eso era lo mío. Me encantaba explicar, dar clases sobre determinados contenidos. Entonces encontré que el rumbo era más por ahí que por la parte periodística propiamente dicha.

-¿Cómo creés que se conjuga hoy todo ese conocimiento o esa mirada que tenés sobre las bibliotecas y quizás desde este título: “Las bibliotecas y la era digital, la era del celular, de la pantalla”.
-Es todo un tema. Yo creo que el libro tiende a permanecer, más que nada por la extremada utilidad y la practicidad que tiene. Lo que ocurre es que aún en los medios digitales los libros tratan de imitar el papel, el dar vuelta a las páginas. No recuerdo en este momento qué escritor lo leí por ahí, dice: «Es como la cuchara, una vez que se inventó no hay nada que supere para la función que cumple», vos vas a tomar sopa, ¿y qué otra cosa podés usar? O como pasa con el cuchillo o las herramientas elementales. Ya el libro es una herramienta elemental y de una practicidad tremenda. Podés llevarlo contigo en los viajes, leerlo por partes, dejás el señalador, volvés ahí… Y en cambio, con los medios electrónicos siempre es un poquito más complicada la lectura. Todavía creo que el libro de papel es irreemplazable.

-¿Seguís yendo a las bibliotecas?
-Sigo yendo. He estado mucho tiempo en la comisión de la Biblioteca Popular, ahora ya hace un tiempo que no estoy en la comisión, pero siempre voy por consultas.

-¿Y te encontrás con jóvenes ahí?
-Afortunadamente, por lo menos la Biblioteca Popular Posadas me parece una maravilla en su atención y su organización, porque hay veces que no encontrás lugar para sentarte. Eso es de lo más alentador. Sobre todo en los periodos lectivos, porque van los alumnos a buscar textos, a instruirse en determinados temas, y entonces está ocupadísima. Y el personal que atiende lo hace muy bien. Entonces da gusto…

-Cuando uno pensaría todo lo contrario, que es mucho más fácil recurrir a la pantalla para buscar justamente esos temas que pueden estar buscando…
-Así es… Sin embargo, si ustedes observan un poquito, van a ver también en los supermercados que venden libros, que los chicos se instalan, se sientan y empiezan a ojear. Y seguramente son niños que a lo mejor ya tienen hasta celular. Pero sin embargo, el libro tiene un atractivo físico, no sé, la imagen, lo que sea. A mí me llama mucho la atención que donde están las góndolas de libros van los chicos a hojear los libros, que teniendo la posibilidad en los medios electrónicos, podría resultarles indiferente, y de ninguna manera. Más los libros ilustrados les atraen enormemente.

-Para conocer un poquito de tu vida, ¿por qué venir a vivir a Misiones, cuándo y en qué contexto?
-Yo vivía en La Plata y en un determinado momento por razones que no vienen al caso, temas de separación y esos detalles, estaba buscando nuevos horizontes. Y tenía aquí un amigo que había venido casado con una misionera, que ya hacía diez años que vivía acá, compañero mío del Colegio Nacional en Mercedes, que es mi ciudad natal, y me dice: «Mirá, hay un colegio nuevo, no tiene profesores. ¿Vos no quisieras ir?» Y vine un poco para visitar y conocer, y otro poco para… Y ya me tomaron y quedé instalado. Ya va a ser 50 años de eso, fue en San Vicente. Este fin de semana para mí fue muy emotivo, porque me hicieron un homenaje por haber sido el docente que acompañó la primera promoción de egresados del Bachillerato Polivalente 17 a Bariloche. Fuimos en un camión, las chicas dormían arriba y nosotros abajo, un viaje que era una aventura. Con las fotos mi hijo hizo un video y se pasó en un acto, y uno de los participantes, que ya son todos casados, con hijos y hasta con nietos… presentó, hizo hacer una maqueta del camión que nos llevó, en madera, la hizo un artesano de Jardín América, muy bien hecha, y la donó con una cúpula de vidrio al colegio como recuerdo. Así que fue una cosa muy emotiva. Y estuve 4 años en San Vicente como docente, en el San Vicente de aquel entonces, del año 75 al 78, pero había establecido ya vínculos acá con gente de Posadas, y en el 79 vine a la Facultad de Humanidades y ya ahí quedé hasta la actualidad.

-¿Ese paso por el interior misionero te influyó también?
-Me marcó notablemente, porque eso hay que destacarlo: Misiones está conformada en gran parte con gente que ha venido de otros lugares y tiene unos atractivos paisajísticos, sociales que te marcan fuertemente. Basta solamente mencionar un personaje como Horacio Quiroga, que quedó prendado, y así muchísima gente más, porque te marca esta vida misionera. Yo, en aquel entonces, mientras permanecía en San Vicente, ya escribía algo y publicaba, iba tomando nota para futuras publicaciones o con la idea de publicar en algún momento. Y ya estando acá en Posadas pude hacerlo con un libro que se llamó «Pobres ausentes y recién venidos», donde marco algunas historias en las que tengo que ver algo o, si no, sobre cosas que había observado.

-Santiago Morales te preguntó en la nota si sos un recién venido. ¿Fuiste un recién venido?
-Sí, en un momento fui un recién venido, ahora ya me considero más misionero que otra cosa. Ya tengo hijos y nietos misioneros.

-¿Qué le pasa a un recién venido en Misiones?
-A mí como docente, por ejemplo, siempre lo destaco, una cosa graciosa es el uso del lenguaje. Recuerdo que en los primeros días había cosas que yo no le entendía a los chicos, a los alumnos, ni ellos creo que me entendían a mí. En un determinado momento les digo: «Ahora vamos a salir al patio», y entonces uno de ellos me dice: «No va a ser posible, señor, está pingando». Y yo digo: «¿Qué me estará diciendo?». Miro y estaba goteando. Entonces entendí. Pero hacerte al lenguaje, a las modalidades, a las expresiones cuesta un tiempo. Ahora, hay gente que no se adapta y se vuelve, o vive extrañando su lugar de origen de manera permanente. Yo me fui convirtiendo, a lo mejor, por el dicho ese: «Al país donde fueres, haz lo que vieres», pero me fui adaptando, además con mucho gusto. Es decir, fui incorporando la “misioneridad” de alguna forma, y creo haberlo reflejado en las publicaciones. Yo tengo también una serie de publicaciones hechas con Rosita Escalada, que son antologías sobre determinados temas. Hicimos una sobre «Misiones mágica y trágica», con temas que convocan esas dos situaciones. Después hicimos otra sobre la mirada de los viajeros sobre esta zona a lo largo del tiempo, otra sobre la comida de los viajeros, y ahora tenemos una para publicar que es sobre «Viajes incómodos y peligrosos». Pero en todo tiene algo que ver también esta región, que yo creo que también la identidad misionera se ha ido generando fuertemente porque fue una región aislada. Ya era el aislamiento desde la época jesuítica, y después era uno de los lugares de que también quedó allá lejos. Ya desde la época de la Colonia había una hipótesis de conflicto con Brasil permanente, lo que también hizo que el Estado se aislara mucho, y eso genera una identidad, genera rasgos muy propios, una idiosincrasia muy misionera. Y sumada a la mezcla de etnias después de la época de la inmigración. Entonces es una cosa muy particular. Zonas como el Alto Uruguay con una influencia del portugués muy grande, o la costa del Paraná con la influencia del guaraní, del Paraguay. En una provincia es un universo tan variado y tan hermoso que realmente es una cosa maravillosa, ideal para escribir. Notable por la dinámica social que tiene. En este último viaje a San Vicente que hice quedé pasmado de ver cómo esa ciudad crece y crece con una energía impresionante en tan pocos años. Porque uno va a otras provincias, las mismas de Buenos Aires o las provincias tradicionales del noroeste, y es una cosa aletargada. Yo lo empecé a comparar, por ejemplo, ya viviendo acá, cuando volví a mi ciudad natal, que es Mercedes, Buenos Aires, fundada en 1752 como uno de los fortines de frontera. Una ciudad que creció, pero yo veía las mismas casas que ya habían visto mis abuelos, estaban ahí, exactamente igual. Y voy, y están todavía. Y acá, vas a San Vicente y no podés creer, de un año para otro las construcciones, todo moderno, todo cambia. Es una dinámica que no tiene otra región del país. Maravillosa.

-Cuando charlábamos para esta nota, te decía que también quería hablar de lo que estás adelantando, de esta identidad misionera como un rasgo político también, como una impronta política nuestra, regional…
—Sin duda. Marca mucho eso. Creo que hay efectivamente una identidad, unos rasgos, un temperamento, una forma de ser de la misioneridad. Y expresada en el lenguaje, expresada mucho en la literatura también. Ha habido toda una larga etapa de literaturas tradicionales acá donde se trató de reflejar mucho lo que era la explotación de los yerbales, el mensú, pero todo eso ha ido siendo reemplazado poco a poco por nuevos escritores, ya con temáticas mucho más actualizadas. Pero ese es otro de los rasgos, hay una potencialidad literaria notable también en Misiones, una literatura muy viva. A mí me sorprendió muchísimo cuando me tocó dirigir la editorial universitaria, de hecho, había muchísimas publicaciones de profesionales y de gente ya reconocida, pero organizamos un concurso durante tres o cuatro años consecutivos, allá de 2003 al 2006 más o menos, que se llamó «Los jóvenes cuentan», convocando a un concurso de jóvenes, más o menos entre 15 y 25 años. Una cosa maravillosa, yo digo: «hay chicos que habría que acompañarlos en su carrera», porque eran unos relatos, unos cuentos extraordinarios. Y en eso creo que también la educación formal tiene que estar muy atenta y acompañar. Así como la universidad con casos muy especiales que se dan de chicos ganadores de concursos nacionales, por ejemplo, de matemáticas, de cosas que habría que poner ya el ojo en ellos y acompañarlos, becarlos. Una cosa que no ocurre con tanta asiduidad como acá en otros lugares. Es notable eso, es decir, yo lo atribuyo a la mezcla siempre mejora la calidad social, sin ninguna duda.

-Hace poquito presentaste tu último libro, ¿de qué habla?
-Se llama «Piedras en verde silencio» y es sobre varias misiones, o más bien sobre varios pueblos jesuíticos, desde la llegada de los jesuitas y la instalación de los pueblos, con fechas que le he ido poniendo a cada relato, hasta llegar a la actualidad, son ruinas visitadas por los turistas. Arranco allá por 1630 y llego hasta el año 2023 con historias, pero siempre en el marco de las reducciones jesuíticas.

-¿Por qué las reducciones, por qué San Ignacio? Sé que tenés un vínculo fuerte con ese lugar por haber creado el espectáculo de luz y sonido.
-Eso me marcó mucho -fue en el 87- porque viví experiencias muy singulares ahí. Como por ejemplo, pasar muchas noches seguidas, cosa que la gente no tiene la posibilidad de hacer, ahí en las ruinas, mientras se ajustaban aspectos del espectáculo, las partes que se iban a iluminar con el texto que yo había elaborado. Por ahí sobraba un poquito o faltaba un poquito, entonces los técnicos, con la computadora que dirigía el espectáculo, tenían que hacer esa adecuación. Y eso a lo mejor demoraba media hora, una hora. Y en ese interín, yo iba y me acostaba dentro de las habitaciones, y no podés dejar de estremecerte y relacionar que estás ocupando el mismo lugar físico, en la oscuridad y en el silencio, donde nacieron criaturas, donde murió gente, donde se desarrolló un pueblo vivo realmente. Eso me resultaba muy conmovedor. Y de ahí salen algunos relatos, y lo llevo hasta la actualidad, donde está la visión ya del turista, que no sabe nada de lo que ha ocurrido ahí, pero algo ocurre en el relato.

-¿Dónde conseguimos el libro?
-La editorial universitaria lo editó y lo comercializan ellos, y creo que en la Biblioteca Popular también.