En este artículo de tres partes, el autor analiza la sostenibilidad en el turismo dentro de un contexto global marcado por el capitalismo neoliberal y el ascenso de las nuevas derechas en la política internacional. Y aborda el tema desde tres perspectivas: desde la evolución del turismo sostenible, desde la relación entre turismo y cambio climático y desde el presente y futuro del turismo sostenible. Destaca, en ese sentido, las contradicciones internas del sector y la necesidad de resolverlas para garantizar su futuro sostenible.
Por Oscar Alejandro Degiusti – Licenciado en Turismo
El turismo sostenible en el nuevo contexto internacional
Primera parte
El objetivo del presente artículo es analizar la sostenibilidad en el turismo inserto en un contexto global caracterizado por el capitalismo neoliberal y la irrupción de las nuevas derechas en la esfera de la política internacional. Para ello, en la primera parte, haremos un rápido repaso del camino del concepto de turismo sostenible desde el Estado de Bienestar hasta el reciente Pacto del Futuro.
En la segunda parte, vamos a describir la relación entre el cambio climático, núcleo central de la sostenibilidad, y los acuerdos en relación al turismo en las Cumbres del Clima, también llamadas Acuerdo de las Partes (COP). A ello le vamos a sumar la irrupción de las derechas en el actual contexto político internacional, sumado a la actitud de los turistas, como obstáculos ante las acciones para amortiguar el cambio climático.
Finalmente, en la tercera parte, ofrecemos una mirada entre el presente y el futuro de la sostenibilidad, junto a las respuestas que el sistema está pensando respecto a la insostenibilidad de algunos destinos y la saturación de otros. Cerramos exponiendo un conjunto de comentarios que llamamos inconclusos, a modo de síntesis, para terminar resaltando una serie de contradicciones hacia adentro del sector que necesariamente deberán resolverse en el futuro y por el futuro del turismo.
El turismo sostenible desde el desarrollo sostenible al Pacto del Futuro
El turismo sostenible hunde sus orígenes hacia mediados de los años 80, cuando el Estado de Bienestar entraba en una crisis terminal, dejando su lugar al Estado Neoliberal. En el turismo, el modelo del turismo denominado “masivo” o de “sol y playa” daba lugar al “turismo alternativo”.
El Informe Brundtland es publicado en 1987 para las Naciones Unidas, donde se alertaba de los grandes impactos negativos que las actividades económicas y el ritmo de consumo estaban acelerando. En el turismo, las primeras reacciones conceptuales para intervenir de acuerdo a los diagnósticos ambientales preocupantes fue pensar en lo que se entendía como “el turismo verde” o “turismo ecológico”. Pronto este último concepto es reemplazado, ya en los 90, con el de “ecoturismo”, que se instala como el modelo a partir del cual se reflejaba el desarrollo sostenible.
Posteriormente, hacia los 2000, el concepto se fue desvaneciendo, en lo que algunos lo explican como que una cosa es la teoría y otra la aplicación en un contexto capitalista y neoliberal. El término fue saturando folletos y publicidades bajo la forma de un mero producto comercial o publicitario. Era complicado pensar en el ecoturismo como un enfoque del turismo basado en la ética, en un contexto neoliberal, donde parafraseando a Wall (1997) “por definición, es difícil gastar dinero en la naturaleza”, y el turismo es consumo.
Para este tiempo, el concepto del turismo responsable había desplazado al de ecoturismo, que aparece como un término conciliador, incluyendo a todas las modalidades del turismo, no sólo a los que se desarrollan en “la naturaleza”. No sólo lo reemplazó, sino que fue asumiendo el marco contextual de tipos de turismo como el turismo rural, el turismo accesible o el turismo rural comunitario, entre otros.
Con el paso del tiempo, las críticas al turismo responsable, en el sentido de que “la idea de responsabilidad sigue interpelando más a la individualidad que al colectivo”, es decir, que la voluntad del turista o del prestador es lo que prima. Además, el término se ha solapado con otros términos como sostenible, consciente, solidario, regenerativo, etc., que sólo causaron confusiones semánticas e hicieron que se incluyera a la sostenibilidad como una moda y práctica discursiva, sin posibilidad de ponerla en acción.
En el año 2000, 189 países, bajo el auspicio de las Naciones Unidas, adhieren a la Declaración de los Objetivos del Milenio (ODM), por la que se comprometen a incrementar el esfuerzo mundial para reducir la pobreza, sus causas y manifestaciones.
En el año 2007, un equipo de expertos realiza un informe para la Organización Mundial del Turismo (OMT), el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) destinado a reunir información para la segunda Conferencia Internacional sobre Cambio Climático y Turismo (Davos, Suiza). En el informe se lee en palabras del Secretario General de la OMT: “Nunca se ha evaluado globalmente la contribución del turismo al cambio climático causado por los seres humanos. El presente informe representa el primer intento de calcular las emisiones de CO2 generadas por tres subsectores turísticos destacados (el transporte, el alojamiento y las actividades turísticas), así como la contribución del sector al forzamiento radiativo, que incluye la totalidad de los gases de efecto invernadero, durante 2005”.
Como podemos deducir, existía ya una preocupación por los impactos del cambio climático y su incidencia en el turismo.
En el 2015, tras un proceso de revisión de los ODM, ve la luz una nueva agenda mundial formada por los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Para ello se adopta la Resolución Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. La Agenda 2030 aúna dos agendas convergentes: el desarrollo humano (heredera de los ODM) y el desarrollo sostenible (resultante de las Cumbres de la Tierra). La Agenda apunta a un conjunto de acciones en favor de las personas, el ambiente (más de la mitad de los ODS) y la prosperidad.
En junio del 2015 también se presenta la “Encíclica Laudato Si. El cuidado de nuestra casa común” del Papa Francisco, que relaciona el lugar en el que vivimos con la problemática ambiental y la espiritualidad. De acuerdo al documento, el cambio climático es un tema imperioso moralmente para abordarlo, y un resultado de la actividad humana.
El turismo, como actividad transversal y directamente con incidencia en muchos de los objetivos con sus metas, de igual forma que lo había hecho con el ecoturismo y el turismo responsable, no sólo adhirió, sino que en el año 2017, la OMT declaró el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo en ocasión del Día Mundial del Turismo.
En 2019, la Organización Mundial del Turismo (OMT) y el Instituto Tecnológico Hotelero (ITF) presentaron un estudio que preveía que las emisiones de CO2 del turismo aumentarían al menos un 25% para 2030. Ante este pronóstico, la OMT se compromete a acelerar el desarrollo de un turismo de bajas emisiones. Entre las acciones que se han propuesto están: la medición y comunicación de los datos de las emisiones de CO2 del turismo, acelerar la descarbonización de las operaciones turísticas y comprometer al sector turístico en la eliminación de carbono.
El panorama del sector turístico a esta altura era de un crecimiento sostenido: desde la Crisis Financiera del 2008, la construcción de alojamientos turísticos aumentó de 20,5 millones a 29,68 millones en el 2018, de las cuales un 41,9% estaba controlado por las primeras doscientas cadenas hoteleras a nivel internacional. Y el capitalismo de plataformas, con Airbnb y las GAFAM (Google –Alphabet-, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft), introdujeron aproximadamente 4 millones de viviendas al circuito de producción turística en 191 países.
Pero, cuando nadie lo esperaba, llegó la pandemia del COVID-19 y con ello la paralización del planeta, y las trágicas consecuencias traducidas en víctimas mortales, altos índices de violencia familiar, y la catástrofe económica y empresarial. Paradójicamente, también significó un “parate esperanzador” para los paisajes y la naturaleza, que comenzaba a respirar y se regeneraba, y no había turistas alrededor: Venecia, las playas paradisíacas en el Caribe, las selvas, las montañas, los ríos, el mar, incluso las ciudades, todo reverdecía y revivía.
Luego, a medida que las restricciones del COVID disminuían, el turismo se instituye como un bien de consumo prioritario, y la gente siguió viajando. Nada los detenía. Ni la inflación, ni la guerra de Ucrania con Rusia lograron frenar el movimiento y las ansias de viajar.
Durante los años próximos (2021, 2022 y 2023) y desafiando los pronósticos más pesimistas, el viaje se mantenía como un bien de consumo “de venganza” por el tiempo de encierro y por el temor a morirse sin haber viajado como en los tiempos del COVID. El turismo renacía, ya que sólo “en 2021 se abrieron 2.246 hoteles, que crecerán a 2.805 en 2022 y a 2.934 en 2023” según las previsiones del momento.
De esta forma, el turismo pasó de constituir el sector más afectado globalmente durante la pandemia, a recuperarse y volver a ser el sector de crecimiento más sostenido, lo que en términos actuales significa poseer una alta capacidad de resiliencia o de nuevas reglas del juego entre los actores privados en todo su conjunto. Pero también, la actividad que ocasionaba grandes impactos sobre el ambiente y el clima, y a su vez era afectada por el cambio climático y sus consecuencias sobre los destinos. En definitiva, nada frena al turismo, y en algunos destinos está incontrolable.
El 22 de septiembre de 2024 en Nueva York se reúne “La Cumbre del Futuro”, instancia de donde nace el Pacto para el Futuro y la Agenda 2045 de la ONU, una nueva hoja de ruta no vinculante a partir de la cual se extienden los plazos de la Agenda al 2045, en un reconocimiento explícito a la imposibilidad de alcanzar los objetivos propuestos al plazo temporal propuesto inicialmente. En realidad, a 6 años del objetivo temporal propuesto, de acuerdo a un Informe sobre ODS 2024 de las Naciones Unidas, solo el 17% de las metas de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 están en camino de cumplirse.
Este nuevo acuerdo ratifica la Agenda 2030, pero además agrega un anexo denominado “Pacto Mundial Digital”, donde plantea las potenciales amenazas de la inteligencia artificial (IA). Respecto al cambio climático, no avanza más allá de los compromisos asumidos en la COP28: “transición para abandonar los combustibles fósiles”, triplicación de la capacidad de las energías renovables al 2030, neutralidad en carbono de aquí a 2050, continuación de los esfuerzos para limitar el calentamiento global a +1,5°C. El documento final prevé además una nueva Declaración sobre las Generaciones Futuras, y el compromiso a modificar la constitución del Consejo de Seguridad.
Como el Pacto del Futuro es una continuidad de la Agenda 2030, desde el turismo no ha habido necesidad de transpolar conceptualmente y adaptar a la nueva configuración como lo hizo en otras oportunidades. La Agenda con sus ODS adaptados continúan constituyendo la brújula del turismo mundial.
