La pregunta «¿qué hacemos nosotros con nuestra democracia?» surge a modo de reflexión después del abordaje de Agostina Blodek en la columna de Plural donde habló sobre el papel de los adolescentes ucranianos que sobreviven a la guerra. Una mirada esperanzadora con propuestas superadoras, en medio del caos.
Viernes 4 de julio de 2025. Mientras el mundo debate sobre zapatillas o desafíos virales, una generación ucraniana crece entre escombros, eligiendo entre el exilio o el fusil. La guerra Rusia-Ucrania, activa desde 2022, convirtió la adolescencia de miles en un laberinto de refugios subterráneos, alarmas antiaéreas y decisiones imposibles: al cumplir 18 años, huir o enlistarse. Pero detrás del instinto de supervivencia emerge una narrativa más poderosa: la construcción política desde las ruinas, según planteó Agostina Blodek en su columna de Plural.
Los datos son crudos: 20% de estos jóvenes perdió familiares; uno de cada cinco sufre traumas psicológicos, y la educación se interrumpió. Sin embargo, como destaca la columnista, la resiliencia se impone. Algunos parten a Europa, pero muchos regresan como voluntarios: enfermeros, maestros en refugios, o soldados. «No es solo guerra; es política y compromiso», subrayó Blodek. A diferencia de Rusia —donde el autoritarismo coarta las opciones—, Ucrania permite (y necesita) esa participación cívica.
La comparación con los veteranos argentinos de Malvinas es inevitable. «Aquí hubo una trampa generacional» ya que los jóvenes argentinos de la guerra, a la vuelta, fueron «excluidos, ocultados y abandonados» tras el conflicto, con secuelas de depresión y suicidios. En cambio, los ucranianos —aun en la tragedia— encuentran un espacio para actuar. «Ellos eligen involucrarse, ejercer ciudadanía en medio del caos», explica. La diferencia radica en la posibilidad de construir futuro: desde enseñar en sótanos hasta planear una Ucrania postbélica.
La columna trasciende el conflicto europeo. Blodek cuestiona la cultura de la queja y el teclado en sociedades como Argentina: «Criticamos mucho, pero ¿nos involucramos?». Misiones, por ejemplo, registró alta abstención electoral pese a ser un derecho negado en otros países. «Somos privilegiados: podemos elegir, pero a veces solo gastamos energía en cultivar el odio», señala, para rescatar lo que entiende como una lección ucraniana clara: la adversidad no anula la agenda política.
En ese sentido, Agostina rescata el testimonio de un joven ucraniano que resume el ethos: «Perdí a mi familia, pero mi lugar está aquí». Mientras Occidente debate trivialidades, ellos redefinen el significado de «juventud». Blodek lo llama «militancia de la acción» ya que no basta con indignarse sino que hay que transformar el dolor en proyecto colectivo.
En un mundo en llamas —de Gaza a Ucrania—, esta generación escribe su historia no como víctimas sino como arquitectos de un futuro que aún no existe. La pregunta que deja flotando la columna es incómoda: ¿Qué hacemos nosotros con nuestra democracia?
En la columna, Agostina Blodek aborda un punto que parece contradictorio: así como sigue la guerra, también sigue la resistencia. Así como «ellos -los jóvenes- plantaron la bandera de la palabra ‘resiliencia’, en tiempos de escombros, la actitud es sumamente revolucionaria».
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