Los discursos de odio, amplificadas desde la política y las redes sociales, deshumanizan al adversario y erosionan la convivencia, analiza la especialista en comunicación política, Isabel Carrera, en su columna de Plural, programa periodístico de Canal 4 Posadas.
Martes 22 de julio de 2025. La naturalización de los discursos de odio en la política, los medios y la sociedad, tienen peligrosas consecuencias para la salud democrática, según expuso en una columna de alto impacto la analista Isabel Carrera, al plantear a través de la columna en Plural, una de las problemáticas más insidiosas y extendidas de la Argentina contemporánea.
En un diálogo fluido, Carrera definió el fenómeno con precisión, citando a la ONU: se trata de “expresiones que atacan o discriminan a personas” por su etnia, nacionalidad, ideología, identidad de género u orientación sexual, cuyo objetivo “no es debatir ideas, sino deshumanizar a la otra persona”. Lejos de ser un mero intercambio agresivo, subrayó que este lenguaje “tiene un poder formativo: no solamente describe la realidad, sino que también la construye”, citando al investigador Svetan Todorov.
Isabel Carrera, comunicadora y periodista de profesión, fue enfática en señalar que estos discursos “dejaron de ser marginales” para colarse en el corazón del debate público, disfrazados de mera opinión o libertad de expresión. “Se esconden detrás de las redes, detrás de una pantalla, y dicen un montón de cosas, barbaridades”, afirmó, destacando el rol de las plataformas digitales como campos de viralización y maximización de estas expresiones.
Carrera ilustró su análisis con casos concretos y de alta repercusión nacional. Mencionó la campaña de desprestigio y fake news sufrida por la periodista Julia Mengolini, impulsada por “miles de cuentas libertarias” y, significativamente, potenciada mediante retweets y comentarios del propio presidente Javier Milei. Asimismo, trazó una línea directa entre los años de denigración misógina contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner —calificada con epítetos como “yegua” o “forra”— y el atentado que sufrió en 2022. “Todo ese clima (…) llevó a que ocurra ese atentado”, sentenció.
Frente a la observación de que el propio Milei también es objeto de discursos odiosos (como los rumores sobre su vida privada), Carrera admitió el carácter cíclico del problema, pero no lo equiparó. “Cuanto más discursos de odio circulan, más crece. (…) Es lo mismo que querer apagar un fuego tirándole nafta”, argumentó, remarcando la mayor responsabilidad de quien ostenta la jefatura del Estado en bajar los decibeles del conflicto.
La solución, propuso Carrera, no pasa por el silencio, sino por establecer límites claros entre la crítica legítima y la agresión gratuita. La palabra clave, que resonó a lo largo de la entrevista, es “no normalizar”.
Desde su perspectiva, la respuesta debe ser multifacética: desde el Estado, promoviendo leyes más claras que regulen estas expresiones sin caer en la censura, demarcando el límite de la descalificación gratuita; desde los medios y comunicadores, asumiendo un “rol más serio, más comprometido y más responsable” al informar, evitando replicar y viralizar contenidos odiosos que solo buscan “instalar prejuicios disfrazados de opinión pública” y, desde la ciudadanía, con pobladores formados en derechos humanos y como promotores de una cultura que no naturalice la violencia verbal. “Podemos tranquilamente pensar distinto (…) y hacer un intercambio”, concluyó, rescatando el valor del disenso sin deshumanización.
La columnista cerró su intervención con una advertencia grave: “Cuando el odio se normaliza, la democracia empieza a tener riesgo de desgastarse, de perderse”. Su columna se erigió como un urgente llamado a cuidar la palabra para, en definitiva, cuidar la convivencia democrática.
La columna de Isabel Carrera en Plural
—Bienvenida ¿Con qué tema, Isabel?
—Hoy quiero hablar de algo que se volvió casi cotidiano en nuestro país, en Argentina. Hablo del odio, esto que vemos en redes sociales, en los medios, en los discursos políticos, y casi a diario también en las conversaciones entre la gente. Hablo del discurso de odio, algo que se volvió —como decíamos— muy fuerte, muy presente en nuestras conversaciones y en la política, sobre todo.
—¿En las conversaciones nuestras, desde el llano, desde el plano común o desde las máximas autoridades que dirigen el país?
—Yo te diría que en todos los ámbitos, Raúl, porque lo vemos en redes sociales, lo vemos a nivel político —desde el presidente hacia abajo y todo su entorno— y también lo vemos muchas veces en nuestros entornos cotidianos. Hoy se complica ese diálogo que antes se daba de uno a uno, sin pensar que el otro que piensa distinto es mi enemigo. Hoy se instaló prácticamente eso. Y quiero compartir lo que dice la ONU con respecto justamente a los discursos de odio. Dice que “son expresiones que atacan o discriminan a personas, ya sea por su origen étnico, por su nacionalidad, por su forma de pensar, por su identidad de género o por su orientación sexual —algo que últimamente vemos con muchas agresiones, sobre todo en redes—. Y su objetivo no es debatir ideas, sino deshumanizar a la otra persona”.
—Aniquilar con las palabras.
—Si. Estigmatizarlo es prácticamente destruirlo de alguna manera, dejarlo anulado y, de esa manera, también justificar la violencia. Y esto no es un fenómeno nuevo, se viene dando desde hace muchos años. Sí, es mucho más visible a través de las redes sociales, como lo vemos hoy. Las redes sociales hoy son un campo donde se viralizan y se maximizan estas expresiones y estos discursos de odio. El investigador búlgaro Svetan Todorov hizo justamente una investigación sobre esto y advertía que el lenguaje tiene un poder formativo: no solamente describe la realidad, sino que también la construye. Por eso es sumamente importante ser muy cuidadosos con lo que decimos y con lo que hablamos. Dice: “Cuando ese lenguaje se carga de odio, construye enemigos, inventa amenazas y justifica el daño”.
—Y predispone también a la población —digamos, cuando vienen de las esferas políticas— a tener una actitud belicosa hacia el oponente.
—Exactamente. Y en Argentina, como decíamos, actualmente esos discursos de odio dejaron de ser marginales. Los vemos muy presentes: se colaron en la política, en los medios de comunicación, en las redes sociales, como te decía hoy, disfrazados de opinión o de libertad de expresión. “Yo soy libre y digo lo que quiero”, y con esto se justifica deshumanizar a otra persona.
—Te interrumpo, Isabel. Si bien venimos tratando desde hace mucho tiempo este tema, me llama la atención que esté también dentro… Sabemos que está dentro de la órbita de la ONU, pero digamos, si la ONU lo está tratando o lo tiene dentro de su campo de estudio o de análisis, evidentemente es una situación bastante pesada, ¿no?
—Sí, así es. Hay incluso muchos consultores que se dedican a la comunicación política, investigadores, sociólogos, que vienen estudiando esto y que detectan un avance significativo no solamente en Argentina, también en otros países: en Estados Unidos, en países vecinos, en Europa. Y es muy notorio cómo viene creciendo últimamente, sobre todo a través de las redes sociales. Se esconden detrás de las redes, detrás de una pantalla, y dicen un montón de cosas, barbaridades, desde cosas agresivas hacia personas de las comunidades LGBT, hasta contra otra persona que piensa distinto. Vimos hace poco —te puedo dar algunos ejemplos concretos—: hace un par de semanas habíamos leído, a través de las redes sociales y de los medios, que habían lanzado una serie de ataques violentos a la periodista Julia Mengolini. Hubo como una serie de miles de cuentas libertarias que empezaron a criticarla, cuestionarla, incluso a lanzar una fake news entre ellas: que esta periodista tenía una relación incestuosa con su hermano. Y el propio presidente fue quien empezó a retuitear, marcó y habló sobre el tema.
—Puso el tema en la agenda.
—Exactamente. Y esto llevó también a que miles de trolls, a través de las redes, empiecen a compartir. Como te decía, no es un tema nuevo. Sí hay mucho trabajo de investigación sobre esto y se viene dando en forma creciente: está creciendo este fenómeno en distintos países.
—Los consultores políticos advierten que esto está empezando a utilizarse en la comunicación política también, ¿o no tanto? ¿O hay casos muy aislados?
—Sí, también se está… Sí, hay incluso lo que en comunicación política se llama la “campaña sucia”. La campaña sucia. Hay consultores que trabajan con esos sistemas.
—Claro, las campañas sucias en nuestra época eran campañas de rescatar verdades para descalificar a un oponente, al adversario, pero no inventar o no denigrar al otro…
—Por ser distinto, por su condición sexual o por su elección, o por su identidad de género, o por lo que fuera. Vimos hace, en las últimas campañas, este video que se hizo de Macri para descalificar al adversario; entonces se está haciendo y se está notando que se utiliza mucho. Otro caso concreto también de la política: ¿te acordás del caso de cuando atentaron contra Cristina Fernández de Kirchner en el 2022? Bueno, esto no fue un hecho aislado. Recordemos que venía desde hacía varios años todo un discurso de denigración de ella como mujer: decían “la yegua”, “la forra”, “la chorra”, un montón de calificativos…
—“Yegua puta y montonera”, como ella misma rescata.
—Exactamente. Bueno, y todo ese clima, todas esas formas de verbalizar o calificarla, de describirla, llevó a que ocurra ese atentado. Como siempre, detrás de esos discursos que vemos en redes hay otra persona detrás de esa pantalla…
—Que se va animando.
—Exactamente, que carga ese odio y que también lo guarda. Y en algún momento, eso que está en la pantalla, o simplemente a través de los algoritmos, lo vemos en la realidad: se traspola a la realidad y se manifiesta de esta manera, como el atentado contra Cristina. O como también todas estas injurias que se lanzaron contra la periodista Julia Mengolini, y ni hablar —como te decía— del hostigamiento que sufren hoy las personas del eje LGTIQ+, a ellos también, a través de las redes, últimamente se los discrimina, se los amenaza. Y aprovecho también esta ocasión para mencionar que, en el Día de la Independencia, el gobernador Hugo Passalacqua, de acá de la provincia, habló sobre el tema. También hizo un llamado de atención sobre esto. Dijo —y voy a leer específicamente lo que dijo—: “Hay que construir con base al amor, la fraternidad, la igualdad, la oportunidad y el bien común; sentirse servidores públicos, ser humildes, ser austeros, ser ejemplares. Las generaciones que vienen nos están mirando”.
—Es parte del discurso del 9 de julio en Leandro N. Alem, ¿no es cierto?
—Exactamente, ese discurso que ofreció en Alem el Día de la Independencia. Hizo este llamado de atención y advirtió que justamente los discursos de odio no nos llevan a nada: no construyen, sino que dividen. Y después mencionaba un poema de Jorge Luis Borges, que hablaba sobre el peligro que ocasiona el odio dentro de la política. Él sostuvo que “uno sabe cuándo comienza esto, pero no cómo termina ni cuándo termina”.
—Isabel. Me quedé pensando que si bien el presidente o el partido del presidente Javier Milei es uno de los grandes utilizadores del lenguaje de odio —nombra “mandriles” a los oponentes, califica que los periodistas “no nos odian lo suficiente”—, él también es víctima de un discurso de odio, cuando se habla de relaciones incestuosas de él con su propia hermana. Es decir, también es contraatacado desde la otra vereda. Si bien él es el principal —no le vamos a quitar mérito como impulsor del discurso de odio—, desgraciadamente también recibe de esa propia medicina, desgraciadamente.
—Exactamente, y eso es lo que lleva: cuanto más discursos de odio circulan, más crece. Es decir, si yo empiezo a atacar, recibo del otro lado lo mismo. Entonces, cuanto más él incrementa esto, más va a seguir recibiendo. En cambio, si vos bajás el nivel y empezás a buscar la manera de achicar eso, de hablar de otra manera, de construir desde otro lugar, cambiaría la situación. En cambio, él… es lo mismo que querer apagar un fuego tirándole nafta. Entonces se maximiza y es lo que ocasiona. Como digo, no se justifica que lo ataquen, tampoco se justifica que él lo haga.
—Teniendo en cuenta que él tiene más responsabilidad porque está encabezando nada más y nada menos que el Estado. Es el jefe de Estado. Pero, aún así, no corresponde aplaudir o avalar cuando recibe la respuesta, cuando se la devuelven.
—Exactamente, eso es una responsabilidad nuestra también como comunicadores, como responsables de algún medio, o cuando hablamos frente a cámara o cuando escribimos alguna nota. También tenemos que tener en cuenta eso: no reproducir, no compartir, no normalizar…
—Esa es la palabra: no normalizar.
—Exactamente. También en esto influyen mucho los medios y el rol de los medios de comunicación. Vemos muchas veces que, como vos decís, normalizan esto, lo comparten, y eso no se trata de informar. Justamente lo que buscan es instalar prejuicios disfrazados de opinión pública, y lo que se tiene que hacer a través de los medios es informar. Entonces, al normalizar esto, al tomarlo como un hecho, estamos compartiendo y distribuyendo estos discursos de odio. No hay que confundir esto, no se trata de una libertad de opinión. Y muchas veces esta libertad con la que se viralizan las fake news —como comentábamos recién— perjudica a muchas personas. Y es un tipo también de violencia digital, que después de esa violencia digital se convierte en una violencia real. Y esto también afecta a la democracia, no solamente a las personas, sino también a la democracia de un país, de un Estado, a la calidad de la democracia, porque se debilita, justamente se elimina esa idea de que podemos disentir, que podemos compartir ideas, de que vos y yo podamos charlar aunque pensemos distinto.
—Incluso discutir encendidamente, pero no violentamente.
—Exactamente. Porque, ¿qué es lo que hacen los discursos de odio? Califican al otro como un enemigo y no como un adversario. Entonces, lo que se busca es construir unos excluyentes y dejar a los otros que piensan distinto de lado, descalificarlos y atacarlos. Es lo que vemos hoy: si no opinan lo mismo que yo, los dejo de lado y empiezo a atacarlos. Como te decía, este fenómeno se viene dando en distintos países. Bueno, ¿y qué hacemos frente a estas situaciones? Lo que decíamos recién: no normalizar. No se trata de callar o decir “no hablen del tema”; sí, hablemos, pero busquemos que haya un límite entre la crítica y la agresión, entre el hecho de descalificar al otro y desmerecerlo como persona. La filósofa y politóloga Hannah Arendt dice que el odio político crece justamente cuando se anula al otro, cuando se lo minimiza y cuando no lo vemos como adversario, sino como enemigo. Ahí está la diferencia, y eso es lo que vemos a diario también en las redes.
—Voy a arriesgar algo que me podés decir que me equivoco con total tranquilidad y con total libertad. Escuchándote, no puedo dejar de pensar en las intervenciones que se hacen cuando se habla del discurso de violencia de género. Pareciera que estuvieran totalmente entrelazados. ¿Viste que, cuando alguien —generalmente el varón— toma contra la mujer, es lo que ibas describiendo? Se minimiza, se ningunea, se lo lleva a su mínima expresión, quitándole todo…
—Se lo deshumaniza.
—Y me parece que sucede lo mismo en esta, si bien con ribetes de comunicación política, pero el discurso de odio pareciera estar inspirado en aquel otro discurso o tener la misma base.
—De hecho, el discurso de odio cala mucho cuando se habla de cuestiones de género. Es donde más se nota y donde se manifiesta generalmente, porque ¿qué es lo que se busca? El ejemplo que te daba hace un rato de Cristina Fernández: cómo se referían a ella como “la chorra”, como decías vos, “la yegua”. Entonces, se busca deshumanizar al otro; eso es lo que hace el discurso de odio, y con los discursos hacia la cuestión de género también. Decíamos ¿cómo buscamos la manera o cuál es la salida a esto? No reproducir estos discursos de odio, no normalizarlos, porque esto no es normal y tampoco está bien. Desde los gobiernos, lo que se puede hacer es crear leyes más claras para que también se regule esto; no es sancionar por sancionar, sino dejar claro que no se puede descalificar de manera gratuita a otras personas. Los medios también tenemos que asumir un rol, y los periodistas y comunicadores, un rol más serio, más comprometido y más responsable: no compartir esto, no normalizarlo, brindar formación en derechos humanos a todos para poder entender por qué no hay que descalificar, agredir o amenazar. Y promover una ciudadanía que no naturalice la violencia verbal. Hay que hablar de los discursos de odio: no es exagerar, es compartir y cuidar la palabra, cuidar la convivencia, pensar en el otro. Porque si el odio hoy gana la discusión pública, perdemos todos y también perdemos la democracia. Cuando el odio se normaliza, la democracia empieza a tener riesgo de desgastarse, de perderse.
—De todas maneras, más allá de que ataca la calidad de la democracia, también tiene que ver con nuestra calidad humana. Vuelvo a rescatar lo que decía: disentir, pero sin humillar, sin aplastar, sin destruir al oponente. No necesitamos el odio para poder comunicarnos, aún en las disidencias.
—Exactamente. Podemos tranquilamente pensar distinto: vos podés tener una posición, yo puedo tener otra, y podemos hacer un intercambio.
