El economista y profesor Darío Ochoa, referente nacionalista realizó un diagnóstico crudo sobre la situación actual, criticó el sesgo financiero del modelo y advirtió sobre el riesgo de una “economía de enclave”. Apuntó contra la falta de un proyecto de país alternativo.

Viernes 5 de septiembre de 2025. El economista Darío Ochoa trazó un panorama contundente y crítico de la realidad económica argentina, ubicándola en “el ojo de la tormenta” donde se percibe el descalabro pero no se termina de sentir su impacto más crudo. Con un discurso que se define a sí mismo como “nacionalista”, Ochoa desgranó los problemas estructurales del país, apuntó contra las élites económicas y políticas de todos los signos y lanzó una alerta sobre el rumbo actual.
Para Ochoa, la economía está dominada por una “cultura rentística” que ha encontrado en la financiarización su máxima expresión. “El precio que se va pagando por una economía que se puso al servicio de la renta financiera”, afirmó, es el despegue del dólar y las tasas de interés que “frenan la actividad” y llevan a la quiebra a empresas y pymes. “Cualquiera que haya trabajado en el sector privado sabe que si tenés que pagar un descubierto a la tasa que hoy te piden los bancos, directamente quebrás”, ejemplificó durante una entrevista en Plural, programa periodístico de Canal 4 Posadas.
Este mecanismo, señaló, sacrifica toda reactivación productiva y hunde al país en “la canaleta de la depresión económica”. Un proceso cuyas consecuencias sociales, como el desempleo, son enmascaradas por indicadores estadísticos que, a su juicio, son tan cuestionables como los del INDEC de su momento: “Marco Lavagna es un mentiroso. Si a Moreno le cabía ese mote, tanto más le cabe a Marco Lavagna”.
El economista fue categórico al analizar las medidas del gobierno de Javier Milei. Afirmó que el ajuste, lejos de ser pagado por “la casta”, recae sobre “los jubilados, los pibes, las mujeres, los discapacitados”, evidenciado en una pérdida brutal del poder adquisitivo previsional. Acusó directamente al ministro de Economía, Luis Caputo, de ser “un delincuente” por tener cuentas en la Isla de Man, equiparándolo a un jefe de policía con herramientas de delito en su casa.
Ochoa negó que su postura sea una oposición partidaria simple (“Yo no soy candidato a nada, es mera lectura”), sino una crítica de fondo a un modelo que calificó de “salvaje”. “Estos no son liberales, son salvajes. Simplemente conceden todo lo que los sectores oligopólicos quieren”, aseguró, en referencia a la desregulación de sectores claves. Su advertencia mayor es que este rumbo conduce a una “economía de enclave”, como la de Perú, donde “vienen, sacan petróleo, oro, plata, proteínas animales, se llevan la plata afuera y listo”, dejando a la población en la precariedad.
Para Ochoa, el conflicto central de Argentina no es peronismo vs. antiperonismo, sino un problema de élite económica que atraviesa toda la historia nacional. “Argentina es un país atravesado por la cultura rentística desde su origen: cuatro o cinco vivos se quedaron con las tierras más fértiles y vivieron de la renta alquilándolas”, explicó. Esa lógica se extiende hoy a lo que llamó “rentistas del retail” como Marcos Galperín, a la “usura pura” de la banca y a los servicios regulados.
“Promueven la eliminación del Estado como regulador porque no quieren que nadie los moleste. Quieren hacer su métier, aunque lleven al país al cadalso”, sentenció. Esta élite, a su juicio, carece de un proyecto de país y su única meta es la “obtención de rentas diferenciales” aunque eso implique “fugar y acá no quede ni un tornillo”.
Pese a la dureza de su crítica al oficialismo, Ochoa no dejó afuera a la oposición. Señaló que la victoria de Milei fue una respuesta al “abismo” de una inflación del 200% que el gobierno anterior no pudo contener. “La sociedad ya le respondió a ese esquema, y la respuesta fue el triunfo de Milei. Si la opción era Milei o el abismo, eligió Milei”, analizó.
Sin embargo, criticó la falta de propuestas sólidas del espacio opositor: “Lo único que aparece es: ‘Acompañame porque este es malísimo.’ Pero no te ofrecen nada a cambio”. Para él, la construcción de una alternativa viable es tarea de la “élite política”, que debe presentar un proyecto claro en al menos tres o cuatro áreas: economía, seguridad, salud y educación. “Si no logran plantear cuatro ideas fuerza, la verdad es que se merecen seguir perdiendo”, concluyó, exigiendo una élite que, a diferencia de la actual, “esté en función de los intereses de la nación que representa”.

Darío Ochoa en Plural

—¿Dónde está parada la economía argentina?
—Bueno, venía pensando esa pregunta que me hiciste antes, obviamente en off. Y pensaba en un tema de La Renga que se llama El ojo de la tormenta. Vos, en el ojo de la tormenta o en el ojo del huracán, no percibís que está mal la cosa, sino que simplemente ves que empiezan a volar elementos que deberían estar fijos. Uno lo ve en la economía, por formación profesional: vio cómo el dólar empezó a despegar, cómo la tasa de interés busca anclarlo y no puede. Ese es el precio que se va pagando por una economía que se puso al servicio de la renta financiera. Somos un país atravesado por la cultura rentística desde su conformación hasta hoy, nada más que ahora se ha vuelto sofisticada en el sentido de la renta financiera de los oligarcas bancarios y financieros. Y ahí es cuando la codicia vence al miedo o, al revés, el miedo vence a la codicia. Entonces, estamos viendo esa discusión: si se quedan hasta las elecciones o se van antes y le pican el boleto. Todo el tiempo estamos discutiendo eso: si llegan, si no llegan… y no discutimos cómo llegamos nosotros hasta acá. ¿Cómo llegamos hasta acá, a este proceso de timba que va a haber que pagar y que se va a pagar con una devaluación otra vez?

—¿Hoy qué le está pasando a los argentinos en ese contexto?
—Vemos que sacrificaron la muy pequeña reactivación que habían logrado consolidar, y de vuelta cayeron por la canaleta de la depresión económica. Estas tasas de interés frenan la actividad. Cualquiera que haya trabajado en el sector privado sabe que si tenés que pagar un descubierto a la tasa que hoy te piden los bancos, directamente quebrás, te fundís. Y eso lo vamos a ver: todos los días aparecen en las noticias, aunque algunos medios intenten disimularlo, cierres de empresas por acá, reducción de personal por allá.

—¿Incluso en los gigantes?
—Sí, por supuesto. Pero este proceso tiene un impacto social distinto. La inflación se percibe como un problema general que es culpa del gobierno. En cambio, el desempleo, la desestructuración de la economía productiva, se percibe como algo individual: “se quedó sin empleo, algo habrá hecho”. Como si no me afectara a mí. Entonces, una parte de la población banca porque, al menos por un tiempo, con un placebo de dólar barato y timba financiera del carry trade se logró sosegar un proceso inflacionario fortísimo, como el de la salida del Frente de Todos. Eso le da un plus, pero igual se siente en el nivel de actividad, en los salarios y en el desempleo, que va a empezar a pegar muy fuerte. Tenemos que tener en cuenta que somos un país sin brújula. A ver: se criticaba a Moreno con justeza por sus manejos en el Indec, pero los manejos actuales no son muy distintos. Más allá del folklore de si ponía un arma o no, cosa que él mismo niega, la verdad es que Marco Lavagna es un mentiroso. Si a Moreno le cabía ese mote, tanto más le cabe a Marco Lavagna, porque hoy no se mide bien nada. Por ejemplo, para medir el desempleo te preguntan: “¿Cuántas horas trabajó en la semana?”. Y si pasaste al perro de tu vecino y te tiró mil pesos, ya contás como empleado. O si te echaron de un trabajo formal y ahora hacés Uber y tuviste dos viajes en la semana, ya te consideran empleado. Pero eso no es empleo, eso es una changa. Lo mismo con el emprendedurismo, que está de moda: no deja de ser una cultura del rebusque decorada con las “finas hierbas palermitanas” a la que le llamamos emprendedurismo.

—Claro. Pero la gente dice: “Ustedes critican esto porque están en contra de Milei y quieren que vuelva lo anterior”.
—A mí me pasó con otro personaje público que me discutía eso. Yo le decía: “Yo no soy candidato a nada, es mera lectura”. No tengo fanatismo cerrado ni termo. Sí confieso que soy un nacionalista, un profundo nacionalista, y me banco diferentes grises de nacionalismo. Lo que no me banco es el cipallismo: sacrificar el bienestar de mi patria entregándoselo a la timba financiera de BlackRock y cuatro o cinco fondos de inversión. Además, que todos los miembros económicos del gabinete actual sean ex JP Morgan no me parece. Yo no me imagino a Gelbard teniendo sus cuentas personales en la Isla de Man, porque eso es de delincuentes. Si vos sos ministro de Economía de un país del G20 y tenés tu patrimonio oculto en la Isla de Man, es como si yo fuera jefe de policía y en mi casa me encontraran un arma sin registrar, un pasamontaña y una barreta. Difícil de explicar que soy el encargado de la seguridad. Bueno, es lo mismo: “Toto” Caputo es un delincuente. A mí no me gustan los delincuentes que ni siquiera tienen la decencia, la ética y la moral de traer su plata a la Argentina y jugársela, si es que tanto creen en su propio proyecto. Yo soy un nacionalista. No me interesa nada más que dos máximas, si se quiere periodísticas: la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria. Quiero esas dos cosas. Si me critican por eso, bueno, yo analizo la realidad tal cual es. Así como en su momento dije que el Frente de Todos había formado 35.000 millones de dólares de superávit comercial para dárselos a los empresarios y que no hicieran olas —tratando de ganarse a los que nunca te van a querer—, con eso dinamitaron su promesa de campaña, que era elegir entre los jubilados y los bancos. Alberto Fernández prometió elegir a los jubilados, y no lo hizo. Con la misma justeza digo ahora que supuestamente el ajuste lo iba a pagar la casta y lo están pagando los jubilados. Pasaron de cobrar el equivalente a 550.000 pesos de hoy en 2015 a plata de hoy, a 330.000 ahora. Entonces, parece que el ajuste no fue mucho sobre la casta, sino más bien sobre los jubilados, los pibes, las mujeres, los discapacitados, los chicos con problemas de salud… Me parece que los estudiantes también. Y para mí ahí está la definición de la felicidad del pueblo. La otra parte es la grandeza de la patria. Si vos regalás las riquezas de la Argentina como si fueras un país subsahariano, chocado como Nigeria, lo único que generás es lo que Fernando Henrique Cardoso llamaba una “economía de enclave”. Y yo no quiero que Argentina sea una economía de enclave. Eso no es ser nacionalista. Eso es ser “Costa Pobre”, una república de Costa Pobre con un mandatario que se comporta como el personaje de Olmedo, el dictador de Costa Pobre. Y yo la verdad que no quiero eso. Voy a utilizar toda la inteligencia que Dios me dio y mi formación para, al menos, alumbrar un tipo de crítica constructiva. Para mí hay que hacer otras cosas. Pero la construcción de la alternativa no le corresponde a un simple contribuyente y trabajador como soy yo: le corresponde a la élite política.

—¿Y esa élite está a la altura de construir esa alternativa desde lo económico, más allá de lo social?
—Yo siempre digo lo mismo. El problema en Argentina es social, no es peronistas contra antiperonistas, ni radicales contra peronistas, ni mileístas contra peronistas. Porque el clásico siempre es “todos contra los peronistas” cuando se les queman los papeles. La verdad es que el problema es de élite económica. Argentina es un país atravesado por la cultura rentística desde su origen: cuatro o cinco vivos se quedaron con las tierras más fértiles y vivieron de la renta alquilándolas. Esa lógica se fue prolongando en distintos sectores de la economía. Por ejemplo, hoy tenés un rentista del retail: Marcos Galperín. Tiene el retail de e-commerce y opera como un rentista. Las tasas que cobra son usura pura; en cualquier otro país estaría preso. Acá sigue operando con niveles de usura rentística enormes. Lo mismo con los bancos: cuatro o cinco señores feudales que fijan tasas de tarjetas de crédito bestiales, animaladas, pura usura. Lo ves también en servicios regulados: los incrementos de luz, los combustibles… todo forma parte de una patria rentística donde la renta nunca pierde. Se quedan con pedazos sin control alguno. Por eso promueven la eliminación del Estado como regulador: porque no quieren que nadie los moleste. Quieren hacer su metier, aunque lleven al país al cadalso. Y no tienen capacidad analítica. Ni siquiera sus intelectuales. Lucas Llach, por ejemplo, es un pobre tipo cegado por el odio antiperonista, incapaz de hilar dos ideas sustentables sobre un país. Se extraña —y mucho— una élite política que fuera el frente visible de una élite económica con algo más de visión. En su momento, al peronismo se le oponía el frondicismo, que proponía una industrialización no solo basada en la sustitución de importaciones de bienes livianos, sino también en la industria pesada. Era una continuidad de lo que Perón ya había empezado, pero con otro sesgo. Después vino el plan de Alsogaray, el famoso “hay que pasar el invierno”, y arruinaron todo. El propio desarrollismo se desvirtuó por su sesgo y por su odio antiperonista. Eso se fue transformando en una faceta cultural en la que lo que prima es garantizar oligopolios, monopolios o monopsomios. Es la lógica del patrón de estancia, del señor de la renta que cobra su parte aunque lleve al país al desastre. Lo vemos, por ejemplo, en la renta yerbatera, en cómo ciertos oligopsomios ejercen su poder oligárquico imponiendo a los productores primarios un precio tope. Fundiéndolos, no les importa porque además tienen el apoyo de un gobierno nacional que, si en todo caso vos querés restringirles la oferta de materia prima, te abre la importación desde Paraguay y te disciplina. Entonces, no es que el Estado esté roto: el Estado está al servicio de esas élites que no tienen un proyecto de país. Por eso lo chocan, porque de vuelta aparece la voracidad por obtener rentas diferenciales, rentas impropias, que lleva al país al fracaso. Todo tiene que funcionar armoniosamente y en su justa medida. Nadie está pidiendo que los señores de … [no se entiende bien] pierdan plata, nadie les está pidiendo eso. Pero no se les puede conceder semejante nivel de rentabilidad a costa del espinazo del sector productor. Eso es lo que digo. Obviamente, si me preguntás a mí, el problema es que esa élite construyó un dispositivo político y no aparece otro proyecto político que los discipline, porque, en cierta medida, el hombre es el lobo del hombre.

—Ahora, esa élite con ese proyecto de país que describís, ¿no está en todos los espacios políticos hoy?
—Sí, todos los espacios políticos tienen élites, y todo país que se precie las tiene. Pero esa élite tiene que estar en función de los intereses de la nación que representa. Si son élites argentinas, deberían comportarse como argentinos y defender los intereses de la República Argentina.

—Por eso te digo: no es exactamente la misma élite en todos los espacios. Pasan los años, las décadas, y puede variar un poco más, un poco menos, pero la línea de fondo es siempre la misma…
—Te pongo un ejemplo para que no parezca un debate solo intelectual. Si vos decís: “Bueno, Sergio Tomás Massa no iba a proponer una salida parecida a la de Milei”. Puede que haya reconocido que la Argentina necesitaba un sesgo exportador, pero no un sesgo rentístico-financiero. Entonces, obvio que ibas a ser un regeneracionista, pero no ibas a conceder ridiculeces como, por ejemplo, que en el proceso de explotación minera se puedan traer bienes y capitales usados. Te iban a pedir que los compres nuevos y que una parte sea de componente nacional. Una cosa es ser liberal y otra cosa es ser un salvaje. Estos no son liberales, son salvajes. Simplemente conceden todo lo que los sectores oligopólicos quieren, y piensan que eso beneficia al país. Pero no tienen la formación para entender que la cuestión es mucho más compleja. Porque al final del día no es que creás trabajo, entonces destruís. Esa destrucción creativa que cita Sturzenegger, en el medio deja un bache enorme y un montón de gente que se muere de hambre. Y algo tenés que hacer, porque para eso te pusimos ahí, no para que firmes 20 decretos de desregulación, llenes bolsillos, fundas al país y después te vayas. Eso ya lo hicieron. Lo que pasa acá es que no hay consistencia, no hay proyecto de país. Porque un proyecto de país puede inclinarse más a la inversión o más al consumo. Esa fue la discusión histórica: frondicismo versus peronismo. El peronismo decía: “Dale al consumo, porque eso tracciona.” El frondicismo y otros sectores que no comulgaban del todo con el peronismo decían: “No, mirá, fijate porque en acero, aluminio, insumos difundidos y bienes intermedios te está entrando demasiado de afuera. Tenés un problema de balanza de pagos: importás bienes de alto valor agregado, producís poco valor agregado para el consumo interno y exportás poco. Entonces, no cierra.” Ahora estamos peor. Porque a eso se le suma el nivel de endeudamiento. Incorporás deuda para que los ricos de Argentina vendan en pesos, lo transformen en dólares y se lo lleven afuera. Los oligopolios fugan y acá no queda ni un tornillo. Eso es lo más destructivo para la economía argentina. Y de nuevo: es la lógica predatoria de la élite. Quieren dólares como sea, porque su única meta es llevarse la ganancia afuera, ya que no están comprometidos con el destino del país. Esto lo explica muy bien Alejandro Bercovich en su libro: ¿Qué quieren los dueños?. Los dueños quieren un país enclave. Vienen, sacan petróleo, oro, plata, proteínas animales, se llevan la plata afuera y listo. Es el modelo peruano. Y después todo lo demás es trabajar de repartidores o vender chucherías. Si alguno fue a Perú lo sabe: hicieron una encuesta en pandemia y el 30% de la población no tenía heladera. ¡No tenía heladera! Eso me exime de cualquier blindaje mediático a decir: “Vos querés que tres de cada diez vecinos no tengan heladera”. Eso sería la involución argentina. Porque incluso en la casa más pobre en Argentina hay una heladera. En Perú, no. En Perú, el 60% de la fuerza laboral está precarizada, y el otro 40% solo se rige por el salario mínimo. No existen convenios colectivos. ¿Se entiende? Quieren llevarnos a ser un país de costa pobre y encima convencernos de que ese es el futuro. Ahora bien, esa crítica se la podemos hacer al actual esquema rentístico-financiero encarnado en el mileísmo. Pero del otro lado tampoco se ven alternativas claras. No hay propuestas sólidas. Lo único que aparece es: “Acompañame porque este es malísimo.” Pero no te ofrecen nada a cambio. La sociedad ya le respondió a ese esquema, y la respuesta fue el triunfo de Milei. Si la opción era Milei o el abismo, eligió Milei. Porque el abismo de una inflación del 200% estaba demasiado fresco. Este país necesita salir ordenando prioridades. Como decía Henrique Cardoso, un presidente al que yo reivindico aunque no comparta su ideología: “Gobernar es explicar.” Y acá lo que hace falta es que alguien le explique a la gente qué se quiere hacer. Pero las cuestiones más básicas. Imaginate que nuestra élite económica no tiene nada para decirle a la gente. Lo único que quiere es un golpe comando: llevarse toda la renta que pueda de acá y no interesarse por el destino del país. Por el otro lado, debería aparecer otra élite —intelectual, política, social, cultural, empresarial— que diga: “Bueno, nosotros queremos esto”, al menos en tres o cuatro áreas: economía, seguridad, salud y educación. Si no logran plantear cuatro ideas fuerza, la verdad es que se merecen seguir perdiendo.