El doctor Octavio Chon, director del Proyecto Estratósfera, revela en entrevista los secretos de una década de misiones, el hallazgo de una anomalía térmica en Paraguay y su visión de construir una red científica continental.
Notas relacionadas:
Itapúa envió yerba mate al espacio en un hito científico sin precedentes
#MisiónEstratósfera, «sin margen de error»
Los estudiantes pioneros que hicieron historia
Sábado 6 de septiembre de 2025. «Cada lanzamiento es único y diferente», explica el doctor Octavio Chon, investigador peruano y director del Proyecto Estratósfera, durante la charla con Plural donde resume la esencia de una aventura científica que, tras una década y más de 25 misiones, acaba de escribir un nuevo capítulo en Paraguay. Así, el científico detalló cómo una colaboración internacional convirtió a la Universidad Nacional de Itapúa (UNI) en protagonista de un hito sin precedentes: el primer lanzamiento con carga útil recuperable de interés astrobiológico en el país.
Chon, quien también preside la Asociación Peruana de Astrobiología, explicó la búsqueda del proyecto: «es el estudio científico de la posibilidad de vida en otros mundos». Como aún no hay evidencia de vida extraterrestre, la estrategia es estudiar cómo se comporta la vida terrestre en ambientes extremos análogos a otros planetas. «La estratósfera es uno de esos lugares parecidos a Marte, particularmente a la región de Elysium Planitia», afirmó. El valor diferencial de su iniciativa es la carga recuperable, que permite enviar y analizar muestras tras su exposición a condiciones límite: radiación UV intensa, temperaturas de hasta -50°C y presión atmosférica mínima.
De Perú a Paraguay, una colaboración que nació en Colombia. El vínculo con Paraguay se selló en noviembre del año pasado durante un congreso en Neiva, Colombia, donde la doctora Estelvina Rodríguez de la UNI conoció el trabajo de Chon. «Vimos que en Paraguay no se había hecho un lanzamiento con carga útil recuperable de interés astrobiológico», señaló. El proyecto se adaptó a la realidad local, incluso cambiando la frecuencia de radio utilizada para el rastreo, que en Perú y Colombia es VHF 144.390 MHz, pero en Paraguay coincide con la de Brasil.
La misión paraguaya dejó una sorpresa científica: una anomalía térmica. «Parece que aquí, durante el ascenso, la temperatura es un poco más cálida según nuestros sensores, en comparación con Perú y Colombia», reveló Chon. Este dato, que requerirá más lanzamientos para confirmarse, se suma a otro hecho singular: la recepción de la señal del globo por radioaficionados en Toledo, Brasil, a 350 kilómetros de distancia. «No nos había pasado antes que un país distinto nos asistiera de esta manera», destacó, viendo en esto una oportunidad para instalar una antena en Paraguay y fortalecer la colaboración regional.
El Proyecto Estratósfera tiene un curioso «menú» de experimentos. Chon dijo que enviaron semillas de uva pisquera peruana, granos de café (en investigación con Colombia), ceviche, pisco y ahora, yerba mate paraguaya. Los análisis preliminares del café, por ejemplo, sugieren cambios: «Parece que el aspecto dulce se acentúa, pero también se percibe más oxidado». Aclaró que estos productos son seguros para el consumo, ya que los análisis microbiológicos no muestran amenazas. La próxima misión, a fines de septiembre en Boyacá, Colombia, probará con más granos de café, verdes y tostados.
Más allá de los resultados en ciencias naturales, Octavio Chon enfatizó el impacto en las ciencias sociales y la educación. Con publicaciones en la Universidad de Cambridge y revistas europeas de STEAM, su equipo demostró evidencia de que la participación en estos proyectos «aumenta la competencia en transdisciplinariedad» y la «autoeficacia académica» de los estudiantes. «Influye positivamente en su autoestima como investigador», afirmó, basándose en estudios con más de 200 universitarios peruanos.
Con una década de experiencia, el Proyecto Estratósfera se consolida como la línea de investigación más estable en su tipo en Sudamérica y con una visión ambiciosa: mapear todo el territorio continental para comparar resultados y ampliar la red a Brasil y Chile. Desde el desierto de Ica hasta la selva de Alto Paraná, Chon demuestra que la frontera del conocimiento no está solo en las estrellas, sino en la colaboración que permite alcanzarlas.
Octavio Chon en Plural
—¿Qué es el Proyecto Estratósfera y cómo surge? ¿Dónde surge?
—Es una iniciativa que comenzó hace ya una década, primero como un trabajo de investigación de la Asociación Peruana de Astrobiología, que presido, y también impulsada por la Universidad de Lima, donde soy profesor investigador. En el año 2025, ya en el presente, se conforma como una entidad propia: Proyecto Estratósfera, con alcance en Colombia y Perú. El proyecto tiene como objetivo investigaciones orientadas a la astrobiología. Para entenderlo, hay que saber qué es la astrobiología: es el estudio científico de la posibilidad de vida en otros mundos. Es decir, se pregunta si estamos solos en el universo, pero desde una mirada académica. Como no tenemos evidencia de vida extraterrestre todavía, lo que podemos hacer es estudiar cómo podría comportarse la vida que conocemos en ambientes extremos, como por ejemplo Marte. Si hubiera vida en Marte, ¿cómo sería? ¿Cómo reaccionaría? Aquí aparece la importancia de lo que se denomina “análogos marcianos”, que son lugares en la Tierra que se parecen, en condiciones climatológicas, a Marte. Claro que Marte es un planeta muy amplio, así que no podemos decir que un solo análogo sea igual a todo el planeta. Al igual que en la Tierra, hay lugares puntuales con determinadas características. La estratósfera es uno de esos lugares parecidos a Marte, particularmente a la región de Elysium Planitia, por sus condiciones de temperatura, humedad relativa y presión atmosférica. Así, la estratósfera se presenta como un laboratorio natural al que cualquiera puede acceder, y especialmente —y aquí está el punto diferencial de nuestros lanzamientos— con carga recuperable. Se envían globos estratosféricos con fines meteorológicos todos los días en distintos lugares del mundo, pero el hecho de que podamos recuperarlos agrega un valor especial en el sentido astrobiológico, porque nos permite enviar y volver a analizar muestras. Ya lo hemos hecho con semillas de uva pisquera peruana, granos de café —actualmente en investigación en Colombia— y, en este caso, con yerba mate paraguaya. El objetivo es evaluar los efectos de la radiación UV, la presión atmosférica y la temperatura (que puede llegar a -50 °C), junto con la humedad relativa mínima, para ver qué sucede con estos productos. Tenemos antecedentes con las investigaciones en granos de café, donde se han detectado cambios en la oxidación e incluso en el sabor. Hemos hecho catas y parece que el aspecto dulce se acentúa, pero también se percibe más oxidado.
—¿Eso sigue en estudio o ya está cerrado?
—Está en proceso. En este momento tenemos alianzas e investigaciones, en el caso particular del café, en Colombia.
—Cambia el sabor, pero se puede consumir…
—Sí, se puede consumir. Si alguien piensa que exponer café a la estratósfera lo vuelve radioactivo o peligroso para la salud, no es así. Hemos hecho análisis microbiológicos y no hay nada que represente una amenaza para el consumo humano, salvo que apareciera alguna bacteria o forma de vida resistente a condiciones estratosféricas, lo cual sería inusual, pero no imposible.
—¿Y con la yerba el proceso es similar?
—Sí. Con la yerba vamos a hacer análisis para evaluar cambios en la oxidación y otras variables de laboratorio a partir de la semana entrante. También enviamos microplásticos, y en este caso el estudio se basa en la fotoxidación: queremos ver si disminuye su contenido o si hay alguna afectación y así entender la influencia de la estratósfera sobre este tipo de muestras.
—¿Qué evaluación inicial hacés de la experiencia en general?
—Hay dos elementos clave. Uno es el aspecto de las ciencias naturales, que acabo de comentar. El otro es el de las ciencias sociales, que tiene que ver con la educación.
En ese sentido, ya tenemos publicaciones en la Universidad de Cambridge y en revistas europeas de STEAM, donde mostramos evidencia de que, por ejemplo, la competencia en transdisciplinariedad de los participantes aumenta. Porque como es un proyecto que involucra diferentes áreas del saber —estamos hablando de ingenierías, química, biología, comunicaciones, etc.— necesita la colaboración orquestada de los participantes que vienen justamente de esas disciplinas. En ese modus operandi se genera un marco de trabajo en común, un equipo y, además, aumenta la autoeficacia académica, que es básicamente, para ponerlo en términos simples, la autopercepción positiva del investigador. Influye positivamente en su autoestima como investigador. Esto lo hemos trabajado, en el caso de la autoeficacia académica, con más de 200 estudiantes universitarios de universidades públicas y privadas en Perú, y ha sido publicado recientemente en esta revista europea de STEAM.
—¿Cómo elegiste esta universidad o cómo llega la universidad a tu proyecto?
—El contacto principal fue la doctora Estelvina Rodríguez, en el contexto del Congreso Internacional de Astrobiología que se realizó el año pasado en Neiva, Colombia, en noviembre. Allí di una charla y un taller sobre este tipo de iniciativas que ya estábamos llevando a cabo en Lima, Perú, y vimos también la posibilidad de expandirlo hacia Paraguay, porque ya teníamos envíos con Colombia, como comenté. Observamos que en Paraguay no se había hecho un lanzamiento con carga útil recuperable. Sí se habían hecho lanzamientos meteorológicos, pero no de interés astrobiológico. En este caso lo logramos: trajimos el equipo y tuvimos que adaptarnos a las circunstancias. Por ejemplo, en Perú y Colombia usamos una radiofrecuencia particular —los radioaficionados que nos escuchen seguramente lo sabrán—: VHF 144.390 MHz. Pero aquí cambia. Todo el equipo que usábamos allá tuvimos que adaptarlo a la frecuencia que aquí coincide con la de Brasil. Además, vimos un aspecto positivo del lanzamiento en Paraguay: la geografía. En Ica, Perú, tenemos al lado el océano Pacífico y los Andes, lo que complica la recuperación por los vientos y la orografía. Debemos planificar bien la época del año y, además, allí la infraestructura es limitada: en el desierto de Ica no hay antenas que nos permitan dar seguimiento; nosotros mismos somos la antena y hacemos el rastreo con nuestro propio equipo. En Colombia es diferente: la infraestructura y las carreteras ayudan, y sí tienen antenas que pueden colaborar en el seguimiento. En Paraguay encontramos una situación intermedia. Trajimos nuestras antenas y seguimos el globo hasta los 5 km de altitud. De pronto, detectamos una señal desde Brasil: a 350 km de distancia, en Toledo, estaban recibiendo nuestra señal y la enviaban por internet, lo que nos facilitó el seguimiento hasta que el globo descendió a un nivel en el que dejó de captarse. En ese momento retomamos el rastreo manual. Fue una experiencia interesante, porque no nos había pasado antes que un país distinto nos asistiera de esta manera. Esto abre una oportunidad de mejora y colaboración, incluso para instalar aquí una antena de radiofrecuencia que facilite este tipo de actividades.
—Octavio, ¿qué otros lugares y qué otras investigaciones similares a esta están haciendo o tienen proyectadas?
—Ya hemos hecho, por ejemplo, un lanzamiento en Cuzco, en una zona montañosa y estamos pensando ampliarlo a Brasil, a Chile y, eventualmente, ir mapeando todo el territorio sudamericano para tener también una comparativa de los resultados estratosféricos. Ya estamos viendo algunas diferencias, por ejemplo, en la temperatura, que sería interesante comparar. Incluso en el caso paraguayo hay un resultado inusual: parece que aquí, durante el ascenso, la temperatura es un poco más cálida según nuestros sensores, en comparación con Perú y Colombia. Esto requiere profundizar con más lanzamientos para tener un perfil más definido.
—¿Hay otras organizaciones, universidades o empresas privadas que estén haciendo estudios similares?
—En Sudamérica sabemos de intentos aislados, pero no tienen una línea de investigación propia. También hay lanzamientos con fines comerciales. Nosotros, por ejemplo, como Proyecto Estratósfera, hemos hecho algunos lanzamientos comerciales financiados por empresas privadas: enviamos ceviche peruano, pisco peruano, y ahora, en el caso del café, trabajamos con instituciones de investigación y representantes empresariales para continuar este proyecto. No existe otro organismo que mantenga una línea de investigación tan estable en el tiempo: comenzamos en 2015, y en 2025 cumplimos una década. Ese es nuestro diferencial. Si miramos fuera de la región, en Estados Unidos y Europa también hay quienes se dedican a esto, pero generalmente con fines comerciales. Algunos envían marcas, otros incluso cenizas de personas fallecidas, y producen capturas de la estratósfera que generan curiosidad: el globo va ascendiendo, capa tras capa, el cielo pasa de celeste a oscuro, casi negro, y se aprecia la curvatura de la Tierra.
—Cuando hacés el análisis de lo realizado, ¿qué sensación te deja? ¿Sentís que estás iniciando una investigación, que estás satisfecho o que se disparan otras ideas para avanzar más?
—En lo personal, cada lanzamiento es único y diferente. Hasta ahora llevamos más de 25 lanzamientos, cada uno con su particularidad. La de esta vez fue la recepción de señal entre dos países y que el globo cayera en la copa de un árbol en la selva, algo que no nos había pasado antes. En otras ocasiones cayó en zonas remotas del desierto o incluso en una mina de carbón. Todo varía según el clima, el tiempo y los vientos, que monitoreamos día a día antes del lanzamiento. En este caso, inicialmente estaba programado para un lunes, pero había tormenta eléctrica y lluvia, o el viento lo llevaba hacia Argentina o Brasil, lo que habría complicado la recuperación. Lo movimos al miércoles; parecía que estaría despejado, y aunque no lo estuvo completamente, se pudo realizar. Cumplimos el objetivo: llegar a la estratósfera, recuperar las muestras y no perder nada. Además, reutilizamos el mismo equipo, sin generar basura: el poco látex que queda tras la explosión del globo se degrada y lo recogemos. Tenemos equipos que ya han participado en más de diez lanzamientos, que vamos modificando y reparando.
—¿Qué es lo próximo que tenés en mente?
—Lo próximo es un triple lanzamiento confirmado en la zona de Boyacá, al norte de Bogotá, a fines de septiembre. Vamos a poner a prueba más granos de café, tanto verdes como tostados, para ver qué resultados obtenemos.
—Pregunto desde el desconocimiento: ¿siempre son alimentos sólidos?
—Sí, de momento ha sido más por conveniencia y circunstancias. No hemos tenido ocasión de enviar líquidos, salvo una vez que envié un recipiente sellado con agua, para visualizar cómo el frío de la estratósfera la iba congelando hasta convertirse en hielo. Fue más una experiencia educativa que científica. También hemos enviado contenedores con tardígrados —microorganismos extremófilos resistentes a condiciones extremas—, y semillas de choclo, maíz, quinua, kiwicha, tomate, cebolla y papa. Este proyecto permite ensamblar diferentes experimentos y ya tenemos resultados publicados sobre varios de ellos. Lo interesante es que es un trabajo científicamente inclusivo científicamente.
