Roberto Maack, periodista y escritor, profundizó sobre la impronta guaraní de la región, en un libro que rescata la historia regional en clave de novela policial: La Clave Zípoli, un libro que se basa en datos y personajes de la historia real para una historia que ficciona la expulsión de los jesuitas y profundiza en el fascinante y truncado legado de las Misiones Jesuítico-Guaraní.
Martes 16 de septiembre de 2025. “Esto no es un libro, es un guión de Netflix”, le sugieren al periodista y escritor Roberto Maak cuando le hacen devoluciones después de leer su libro, la novela La Clave Zípoli, que recrea parte de la historia de las misiones jesuíticas guaraní de la región en clave de novela policial.
La chispa inicial, cuenta Maack, nació de una mentira piadosa. “Empezó en una visita con amigos de Santa Fe que hacíamos a Loreto. Yo estaba mintiendo un poco sobre un vaso roto en el museo; inventé una historia para divertirme”. Esa anécdota ficticia prendió tanto en sus amigos que lo alentaron a desarrollarla. Así nació Cuentos en Ruinas, un proyecto con tres reglas básicas: “Se ficciona con datos históricos; se respetan nombres y datos reales y se ficciona dentro de ellos; y, cuando no se hace eso, la ficción repite las formas en que se escribía en la época”.
Para construir su relato, Maack se sumergió en una época que lo apasiona. “Casi todo está en internet, además de los autores tradicionales como Guillermo Furlong o Alfredo Poenitz”, explicó. Pero su fuente más valiosa fueron las cartas anuas, los informes anuales que las reducciones enviaban a sus superiores en Buenos Aires, Córdoba y el Vaticano, hoy digitalizadas. “Ahí ves cómo era la vida diaria: cómo vivían, producían; sus preocupaciones; cómo la necesidad de una imprenta, de hacer música o de conseguir metal para hachas. La última gran preocupación fue armarse, porque eran atacados por los bandeirantes”.
El título del libro homenajea a Domenico Zipoli, un sacerdote y músico de talento extraordinario. “Era igualado en la historia con Strauss o Beethoven en nivel de composición, pero como su obra fue música religiosa, no trascendió. Los invito a buscar en YouTube la música que hacía Zípoli: es tremenda”, desafió Maack. Fue justamente la música, señaló, la clave para la evangelización: “Descubrieron que era muy importante para los guaraníes, y fue la primera comunicación rápida” que permitió integrar a las comunidades.
Para responder por qué este tema atrapa de manera tan visceral a quienes lo abordan, Maack lo atribuye a que “es un proyecto que quedó truncado”. “Quedó la utopía de ‘qué hubiera pasado si esto hubiese continuado’”. La expulsión en 1767, recordó, fue “violentísima” y dejó a los pueblos “totalmente a la deriva”. “Así como hay defensores, también hay detractores que dicen: ‘Acá los curas esclavizaban a los indios’. Pero para mí lo que queda es esa visión utópica de sociedades que, para la época, vivían en comunidad y estaban desarrolladas”.
Respecto al legado de aquel pueblo, Roberto Maack aborda un análisis matizado: “Hay y no hay”. Puso como ejemplo emblemático que “260 hombres de las misiones integraron los Granaderos de San Martín”, quien, recordó, nació en Yapeyú once años después de la expulsión y hablaba guaraní. “Esa gente que estaba acá, que era formada, nutrió de su conocimiento al incipiente país que nacía”.
Sin embargo, ese aporte también contribuyó a despoblar la región, que luego sufrió invasiones y un prolongado limbo histórico. “Misiones empieza a poblarse otra vez después de la Guerra de la Triple Alianza, ya con inmigrantes, paraguayos y brasileños”, recordó. El resultado, afirma, es una identidad singular y mixturada. “Vos recorrés la provincia y te encontrás con identidades muy particulares… escuchás tonadas portuguesas, brasileñas… a solo 40 kilómetros de Posadas”.
También citó al antropólogo Ambrosetti, quien a fines del siglo XIX documentó que en San Ignacio se hablaba principalmente guaraní y portugués. Con ese dato, Maack concluyó que “el castellano es lo de menos. Misiones es todo eso, es una mezcla. Nuestro legado es un `mboyeré´ (una mezcla). Tenemos inmigrantes, paraguayos, brasileños; los que vinieron de otras provincias… y hacen, digamos, su cuestión”.
También en una reflexión final invita a imaginar, una vez más, la utopía: “Hasta hoy me encuentro con gente que dice: ‘Si hubiese seguido eso, sería un país, una potencia’”. Una potencia llamada Guarania, con una configuración geográfica muy distinta, claro, abarcando territorios actuales de Argentina, Paraguay y Brasil. El libro, también, tiene un final alternativo que, por ahora, sigue vivo en la historia y en novelas tan intrigantes como La Clave Zípoli.
Roberto Maack en Plural
-Esto no es un libro sino un guión de Netflix: hablo de la novela La Clave Zípoli.
—Vos sabés que me han dicho: “¿Por qué no llevar esto a Netflix y que lo hagan?”. Porque La Clave Zípoli es una especie de suspenso, de thriller, de cómo se desencadena la expulsión de los jesuitas y quiénes fueron los responsables. Netflix, aquí estamos (risas).
—¿Cómo empezó esto? ¿Cómo se te ocurre? ¿Y dónde indagaste?
—Empezó en una visita con amigos de otras provincias, de Santa Fe, que hacíamos a Loreto. Estábamos charlando y yo estaba mintiendo un poco sobre un vaso roto en el museo (risas); inventé una historia, pero para divertirme. Esa idea prendía mucho, y entonces me dicen: “¿Por qué no hacés algo con eso?”. Les digo: “Sí, ¿por qué no?”. Y ahí empecé a trabajarlo. Cuando tuve la idea, nació un proyecto que se llama Cuentos en Ruinas, pensado con tres reglas básicas: se ficciona con datos históricos; se respetan nombres y datos históricos reales y se ficciona dentro de ellos; y, cuando no se hace eso, la ficción repite las formas en que se escribía en la época. Lo que hay de esa época son las cartas anuas, que las reducciones enviaban cada año a su jefatura en Buenos Aires o Córdoba, y de ahí al Vaticano. Entonces, hay uno o dos cuentos en La Clave Zípoli escritos en forma de cartas; los otros son ficciones ambientadas en ruinas, con personajes históricos.
—¿Qué investigaste, Roberto? ¿Dónde te metiste y qué encontraste?
—Es una época muy linda. Casi todo está en internet, además de los autores tradicionales como Furlong o Poenitz. Hay muchos libros, y el mismo Horacio Quiroga vino como fotógrafo a principios del 1900 a relevar las ruinas de San Ignacio. Hay mucha documentación, pero lo más accesible hoy son las cartas anuas, que están digitalizadas. Ahí ves cómo era la vida diaria: cómo vivían, producían, se comunicaban; cuáles eran sus preocupaciones, como la necesidad de una imprenta, de hacer música, de conseguir instrumentos, de obtener metal para herramientas como hachas. La última gran preocupación fue armarse, porque eran atacados por los bandeirantes. Hacían casi todo en las reducciones, con gente muy talentosa. Los jesuitas casi siempre eran profesionales de otra cosa: ingenieros, arquitectos, músicos… gente muy capaz. Y el título del libro, Zípoli, era un sacerdote y músico muy talentoso, igualado en la historia con Strauss o Beethoven en nivel de composición, pero como su obra fue música religiosa, no trascendió. Los invito a buscar en YouTube la música que hacía Zípoli: es tremenda.
—¿Y el nombre tiene que ver con la evangelización?
—En la evangelización, la música fue clave. Hay que partir de que hablaban idiomas distintos: sacerdotes con un concepto de mundo diferente llegaban a un lugar y debían encontrar cómo comunicarse. Descubrieron que la música era muy importante para los guaraníes, y fue la primera comunicación rápida que permitió sumar más rápido a las comunidades a ese gran proyecto que eran las misiones.
—Roberto, esta es una idea: ¿puede ser que quien empieza a meterse en el tema jesuítico-guaraní termine fascinado? Uno empieza porque lo tiene cerca, lo ve, no le da mucha importancia… hasta que un día hay un dato, un disparador, y uno se convierte en fundamentalista del tema. ¿Por qué creés que pasa?
—Porque es un proyecto que quedó truncado. Fueron expulsados y eso se destruyó con el tiempo por distintas circunstancias históricas. Quedó la utopía de “qué hubiera pasado si esto hubiese continuado”. Así como hay defensores, también hay detractores que dicen: “Acá los curas esclavizaban a los indios para que trabajen para ellos”. Pero para mí lo que queda es esa visión utópica de sociedades que, para la época, vivían en comunidad y estaban desarrolladas. Fueron truncadas y esparcidas a la deriva, porque la expulsión fue violentísima: con soldados, con la policía. Los sacerdotes fueron sacados y el pueblo quedó totalmente a la deriva. Por ahí, digamos, sí hay una falla de los sacerdotes en cuanto a que… ¿por qué no los prepararon para…? Pero nadie puede prever la decisión de un rey y de repente: “Che, bueno, no me gusta más esto, sáquenlos de ahí”. Al margen de eso, hubo continuidad en algunos pueblos, sobre todo en Paraguay, y también en la parte de Corrientes, en Yapeyú, La Cruz… cierta continuidad, pero que también estuvo trunca por la cuestión histórica que siguió: ya sean las revoluciones de los países, las independencias, los procesos, las guerras… y ahí también tuvo una parte muy importante la gente que vivía acá.
—¿Podemos, caprichosamente si se quiere, hacer un paralelo: hay un legado de ese pueblo o esta es otra sociedad totalmente distinta, que se apagó y se encendió otra cosa; o hay un legado cultural misional?
—Vos sabés que es bien interesante el planteo, porque hay y no hay. ¿En qué sentido? Por ejemplo, 260 hombres de las misiones integraron los Granaderos de San Martín. Pero fijate este dato: los jesuitas fueron expulsados en 1767… ¿En qué año nace San Martín? Once años después, en una misión, en Yapeyú. Once años después de que se van los curas, nace el libertador de toda esta región, que además hablaba guaraní, lo entendía, y fue criado por un ama que hablaba guaraní. Él es de esta región y conocía a la gente de acá. Muchos de esos hombres que conocía los llevó para armar su ejército; fueron los granaderos a caballo de su primer experimento armado en Argentina. Entre ellos, Chepoyá, uno de los más conocidos, que llegó a sargento, tocaba la trompeta y murió en una batalla con Brasil. Guerreó toda su vida, incluso después de San Martín. Esa gente fue llevada a Buenos Aires, o sea, mucha gente que estaba acá, que era formada, que sabía, tenía formación, digamos, por vivir en un lugar como este, en las misiones, poblaron y nutrieron de su conocimiento al incipiente país que nacía. Pero al mismo tiempo, otra vez de eso… ¿qué hizo eso? Que esto se despoblara, digamos. Es decir, Misiones es un lugar lejos del centro del país. ¿Y qué pasó particularmente en Misiones? Esto primero: los bandeirantes, los brasileños, las invasiones… ¡las invasiones! De hecho, la reducción de Loreto, prácticamente mira por completo a Loreto Corrientes, digamos, la continuidad de este Loreto nuestro es Loreto Corrientes. Se van para huir de este escenario. Y ahí viene lo que decía: ¿qué quedó del legado? Sí, quedó. De hecho, uno va y reconoce las ruinas, las camina, se entusiasma, lee, investiga. Pero las misiones que conocemos hoy son prácticamente otra cosa. Y es muy interesante, porque Misiones estuvo así en un limbo: Andresito, otros procesos históricos en 1820… y después tuvo un limbo en poder de Paraguay. Paraguay, con Gaspar Rodríguez de Francia, lo tenía ahí, pero mandó una guardia, no había gente, no pobló. Y Misiones empieza a poblarse otra vez después de la Guerra de la Triple Alianza, ya con inmigrantes, ya con paraguayos de la frontera del río Paraná, a principios del siglo pasado, ya con brasileños del río Uruguay. Y al mismo tiempo, a mí me pasa que uno recorre la provincia y se encuentra con identidades muy particulares. O sea, a mí me llamó la atención… Vos recorrés, como San Vicente, por ejemplo, estaba tan vinculada a Buenos Aires, decís “¿cómo?”. Claro, cómo los pueblos fronterizos del Paraguay están vinculados con Asunción, con otros lugares… y cómo, a su vez, otra vez yo, por ejemplo, ahora que estoy yendo seguido a Profundidad, a Fachinal, que está llegando al asfalto ahora, cómo son pueblos que viven otra identidad porque no tenían asfalto y están a 40 kilómetros de Posadas. Pero vos entrás y hablás, escuchás tonadas portuguesas, brasileñas… pero esto es más cerca de Posadas que de Brasil. Pero sí, lo que hay ahí es… sí, digamos, la fundación. Ambrosetti tira un dato que es interesante. Él viene en 1880 y algo a recorrer Misiones y va a San Ignacio, y describe San Ignacio. Dice: “Se hablaban dos idiomas: guaraní y el portugués, y dice `algo de correntino´”. Y el castellano es lo de menos. Y Misiones es todo eso, es una mezcla de todo eso. Y después viene lo otro: las poblaciones que vinieron a través de guaraníes… muchos ya no eran aquellos, son otros nuevos que llegaron, otra gente, y otra vez se pobló, otra vez nos integramos, otra vez. Y entonces el legado nuestro es una mixtura. O sea, es un mboyeré, digamos. O sea, tenemos inmigrantes… eso es Misiones. Para mí eso es Misiones. Tenemos inmigrantes que, el inmigrante otra vez, se juntó, se casó. Tenemos paraguayos, tenemos brasileños, tenemos los que vinieron de otras provincias… y hacen, digamos, su cuestión. Al mismo tiempo, voy a encontrar esto: el legado de las misiones jesuíticas… “¿qué hubiese sido así?” O sea, yo hasta hoy me encuentro con gente que dice: “Si hubiese seguido eso, sería un país, una potencia”, probablemente sí.
—Hasta otra configuración geográfica, por supuesto.
—Totalmente. O sea, el mapa que llamale Guarania: sería parte de Paraguay, todas Misiones, la mitad de Corrientes, Río Grande do Sul, Santa Catarina, parte de Paraná. Y es un país riquísimo.
