En el marco del Día Mundial de la Salud Mental, que se conmemora el 10 de octubre, el licenciado en Psicología, Nicolás Andorno, analizó los criterios para entender esta disciplina, destacando que va más allá de la ausencia de enfermedad y que se construye en comunidad.

Miércoles 15 de octubre de 2025. Con la intención de desmontar estigmas y promover una visión integral, el licenciado en Psicología Nicolás Andorno dedicó la columna en Plural a reflexionar sobre el significado de la salud mental, justamente en el marco del Día Mundial de la Salud Mental que se conmemora cada 10 de octubre. Esta fecha, establecida en 1992 por la Federación Mundial de Salud Mental y respaldada por la OMS, fue elegida precisamente por no coincidir con otras celebraciones, para permitir una reflexión exclusiva sobre el tema.
Andorno desglosó los cuatro criterios fundamentales que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), definen la salud mental de una persona: el bienestar emocional (la capacidad de sentirse bien emocionalmente); la conciencia de las propias capacidades (saber reconocer lo que se puede y no se puede hacer); la capacidad para afrontar las tensiones normales de la vida (poder funcionar y adaptarse al medio cotidiano) y el trabajo o contribución a la sociedad (entendido no con un fin de lucro, sino como un aporte con sentido a la comunidad).
“Me parece importante empezar a pensar la salud mental como una cuestión positiva, como algo que tiene valor en sí mismo, no solo por oposición a la enfermedad”, subrayó Andorno, argumentando que estos criterios ayudan a la autorreflexión y a la concientización preventiva.
También recuperó la definición de Sigmund Freud, quien postulaba que la salud mental reside en la capacidad de “amar y trabajar”. Andorno explicó que “poder amar implica descentrarse de uno mismo y poder, junto a otra persona, buscar algo en común, considerando las diferencias”. Sobre el trabajo, aclaró que no se refiere a una actividad mercantil, sino a “la posibilidad de transformar el mundo que nos toca en el mundo que queremos”, una acción que dignifica y reafirma la identidad.
Uno de los puntos más destacados de la columna fue la insistencia en que la salud mental “no proviene de circunstancias neurológicas, sino de circunstancias sociales”. Andorno argumentó que no somos solo el resultado de conexiones neurológicas, sino de nuestra historia de vida y, fundamentalmente, de nuestros vínculos.
“Somos el resultado de esa historia, de ese entorno, y sobre todo de esa historia vincular”, afirmó. “Las conexiones neurológicas tal vez sean el resultado de las experiencias que atraviesa el sujeto. No es que la salud mental sea el resultado de cómo funciona nuestro cerebro, sino que el funcionamiento cerebral es, de alguna manera, la repercusión de algo cuyo origen es social”.
Desde esta perspectiva, la posesión de una red de contención afectiva se vuelve fundamental. Andorno recordó el significado etimológico de la palabra “loco” –“sin locación”, sin lugar en la sociedad– para enfatizar que los mecanismos de inclusión y exclusión social impactan directamente en el bienestar mental.
“La mejor forma de combatir la locura y promover la salud mental es creando espacios de circulación social. Lo que el sujeto necesita para sostener su salud mental es ser alojado y ser tenido en cuenta”, sentenció.
En la columna periodística, el psicólogo alertó sobre cómo ciertos prejuicios socialmente instalados actúan como factores de riesgo. Señaló con especial preocupación la naturalización del bullying, advirtiendo que “no es una pavada, no es una gracia. Además de no ser gracioso, es perjudicial y afecta significativamente”, sobre todo en etapas vulnerables como la infancia y la adolescencia.
Asimismo, cuestionó la idea de que la maternidad y la paternidad sean una “conexión automática”, afirmando que se construyen culturalmente. “La cuestión de la procreación responsable también me parece fundamental para pensar la salud mental: que los niños sean deseados y que existan condiciones de contención”, explicó, vinculando la falta de este deseo con diversas problemáticas posteriores.
Sobre el final, Andorno abordó el tema de los diagnósticos en salud mental, pidiendo desestigmatizarlos. Aclaró que un diagnóstico es un “recorte” en el proceso de la vida de una persona y no define su esencia.
“No me define, y tampoco sería correcto pensar que ese diagnóstico está ligado a una condición genética o a una esencia del sujeto, como si hubiera nacido así y se fuera a morir así”, afirmó. “La diferencia entre la salud y la enfermedad no es tajante, sino una cuestión de grado. Hay momentos en que nuestra salud mental puede verse alterada, y momentos en que podemos recuperarnos”.

Nicolás Andorno en Plural

—¿Con qué tema, Nicolás?
—Bueno, quiero hablar en términos generales de la salud mental en el marco del Día Mundial de la Salud Mental, que se recuerda el 10 de octubre. Existe una Federación Mundial de Salud Mental que, en el año 1992, propuso el 10 de octubre como una fecha particular para concientizar y trabajar en función de lo que entendemos como salud mental. La Organización Mundial de la Salud apoya a esta federación y, por lo tanto, también respalda la fecha que se propone como día de concientización. Algo interesante, un dato de color, es que este día, el 10 de octubre, no tiene que ver con la conmemoración de ningún hecho social significativo, sino que se buscó una fecha que no coincidiera con ningún otro tipo de festividad o celebración mundial. Entonces, se propuso el 10 de octubre justamente para que no coincida y, de esa manera, se pueda pensar exclusivamente en esta cuestión: la salud mental. En función de esto, lo primero que me interesaría plantear es: ¿qué entendemos por salud mental? La Organización Mundial de la Salud, la OMS, propone cuatro criterios para poder pensar la salud mental de una persona. Primero, habla de un bienestar emocional: bienestar como “estar bien”, sentirse bien emocionalmente. Si nos sentimos bien emocionalmente, podemos considerar que ahí hay un criterio importante para pensar la propia salud mental y la de los demás. Ser consciente de las propias capacidades, es decir, ser consciente de lo que soy capaz de hacer y de lo que no soy capaz de hacer. No me voy a tirar de un segundo piso porque entiendo que no soy capaz de volar. Afrontar las tensiones normales de la vida, las cuestiones cotidianas, las cosas que hacemos en automático. Tiene que ver con la capacidad de funcionamiento y adaptación al medio. Y también habla de trabajar o realizar algún tipo de contribución a la sociedad. Esta cuestión del trabajo es interesante porque no tiene que ver con el fin de lucro, sino con el sentido de aportar algo.

—¿Este concepto está pensado para la población general, Nicolás, o para quienes trabajan en salud mental?
—No, para todo el mundo. De hecho, son cuestiones que propone oficialmente la Organización Mundial de la Salud. Por eso hago hincapié en estos puntos, porque son indicadores que nos ayudan a reflexionar y a pensar acerca de la propia salud mental. A veces uno habla de salud mental y lo primero que piensa es en la enfermedad mental. Uno dice “salud mental” y se imagina la atención del loco, de alguien con un trastorno o un diagnóstico. Me parece importante empezar a pensar la salud mental como una cuestión positiva, como algo que tiene valor en sí mismo, no solo por oposición a la enfermedad. Por eso estos criterios que propone la OMS son interesantes para determinar el propio nivel de salud mental que cada uno tiene.

—¿Como prevención también? ¿O eso es otra cosa?
—En realidad, la prevención también tiene que ver con la concientización. Ser consciente. Saber a qué apuntamos cuando hablamos de salud mental. No solamente a la ausencia de un trastorno o de un sufrimiento mental, sino a poder pensarlo positivamente: ser consciente de las propias capacidades, sentirme bien emocionalmente, ser capaz de afrontar y funcionar cotidianamente como lo hace el resto, y poder trabajar y hacer una contribución a la sociedad. Eso ya habla de la importancia de la circulación social para pensar la salud mental. Por otro lado, Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, decía que la salud mental pasa por poder amar y poder trabajar. Me parece sumamente interesante, porque poder amar implica descentrarse de uno mismo y poder, junto a otra persona, buscar algo en común, considerando las diferencias, entendiendo que el otro no es igual a mí, y aun así predisponerme a construir algo. Y en cuanto al trabajar, no se refiere necesariamente al fin de lucro, a trabajar para ganar plata o para vivir, sino al trabajo como una actividad transformadora. No pensarlo de manera mercantilista, sino como la posibilidad de transformar el mundo que nos toca en el mundo que queremos. Esa capacidad transformadora, que dignifica y reafirma la identidad de la persona, también es fundamental para pensar la propia salud mental. Entonces, la salud mental como la capacidad de amar y de trabajar. Otra cuestión importante es que la salud mental no proviene de circunstancias neurológicas, sino de circunstancias sociales. No somos un conjunto de órganos, no somos solamente el resultado de conexiones neurológicas, sino el resultado de la historia de vida que venimos teniendo y de los vínculos que nos determinan. Esos vínculos determinan nuestra forma de pensar, de percibir, de sentir la realidad, de enfrentar los problemas. Van configurando mecanismos que después se vuelven individuales y singulares. Somos el resultado de esa historia, de ese entorno, y sobre todo de esa historia vincular, de los vínculos que nos han transmitido esos “anteojos” a través de los cuales vemos la realidad. Si lo pensamos así, las conexiones neurológicas tal vez sean el resultado de las experiencias que atraviesa el sujeto. Sobre todo las experiencias emocionales, y no al revés. No es que la salud mental sea el resultado de cómo funciona nuestro cerebro, sino que el funcionamiento cerebral es, de alguna manera, la repercusión o la forma en que se imprime cerebralmente algo cuyo origen es social. Entonces, considerar esta cuestión nos lleva también a entender que contar con una red de contención afectiva es fundamental para pensar la salud mental de una persona. Siempre, más de una vez en estos espacios, he hablado del significado etimológico de la palabra “loco”. Loco significa “sin locación”, sin lugar en la sociedad. Entonces, la cuestión de la locura o la afectación de la salud mental de una persona no solamente tiene que ver con condiciones singulares de un sujeto ruidoso, desarreglado o que no se ajusta a la regla o a la norma social, sino también hay un segundo costado del asunto, que tiene que ver con los mecanismos de inclusión y exclusión que manejamos socialmente. Por eso me parece que la mejor forma de combatir la locura y promover la salud mental es creando espacios de circulación social. Lo que el sujeto necesita para sostener su salud mental es ser alojado y ser tenido en cuenta, tener un lugar en estos procesos de transformación. Y si no lo tiene, hay una afectación. La cuestión de dejar de circular, de dejar de tener un lugar para otro o para otros, necesariamente va a afectar la salud mental. Las situaciones de mayor felicidad y realización personal suceden siempre socialmente. Por eso es fundamental destacar más las circunstancias sociales que las neurológicas.

—¿Eso es un enfoque o un axioma para todo el mundo que trabaja con salud mental?
—Entiendo que debería ser pensado como un axioma para todos. Lo que pasa es que, a veces, en salud circulan determinados discursos que se proponen como reinantes y no dejan ver otros aspectos o dimensiones de los procesos de salud mental. Obviamente, la cuestión neurológica es fundamental, es una pata importante, pero no es solamente eso. La salud mental o el padecimiento mental no dependen necesariamente de cómo se dan las cuestiones a nivel cerebral. Es necesario pensarlo más allá del sistema de órganos, de esa dimensión física. Y así como la salud mental depende de lo social para bien, también hay que considerar que muchas cuestiones del orden de lo social pueden afectarla. Me refiero sobre todo a los prejuicios. Hay determinados prejuicios muy instalados socialmente que terminan habilitando espacios de afectación y de dificultad para sostener ese estado de bienestar emocional del cual partimos. Por ejemplo, el prejuicio de que resulte “gracioso” o “canchero” burlarse de personas más vulnerables. Esto hace que los adultos responsables o las personas presentes no intervengan firmemente frente a un contexto de bullying. Y me parece importante decir que no es una pavada, no es una gracia. Además de no ser gracioso, es perjudicial y afecta significativamente. Tiene un impacto fuerte en quien lo recibe, especialmente durante las etapas más vulnerables del ser humano, como la infancia o la adolescencia. Por eso me parece importante tomar conciencia de la gravedad del bullying. Burlarse de alguien o tomarlo de punto no es un chiste ni una norma, aunque estemos acostumbrados a eso. Este tema debería estar en la agenda de salud mental. Por otro lado, hay otros prejuicios, como pensar que la maternidad o la paternidad son una conexión automática. Y no lo son. La maternidad y la paternidad se construyen culturalmente; no son cuestiones biológicas. No somos animales que instintivamente nos conectamos con la cría, sino que estamos atravesados por un montón de circunstancias que pueden afectar ese vínculo con los hijos. La cuestión de la procreación responsable también me parece fundamental para pensar la salud mental: que los niños sean deseados y que existan condiciones de contención para quienes deciden ser padres, para poder garantizar ese deseo. Porque muchas de las problemáticas que vemos tienen que ver con hijos que llegan al mundo sin haber sido deseados, o con padres que no pudieron conectarse con esos hijos. Esto de no poder conectarse con los hijos es mucho más común de lo que se piensa. A veces se lo llama depresión posparto o psicosis posparto. Tienen nombres feos, pero me parece que hay que poder hablar de eso, y para hacerlo hay que desestigmatizarlo. Lo mismo pasa con los diagnósticos en salud mental. Los diagnósticos son diagnósticos de corte, y la vida del ser humano es un proceso. ¿Qué quiere decir esto? Que cuando hablo de un diagnóstico, estoy recortando y limitándome a considerar una conducta, un comportamiento, una actitud. Pero no te define.

—No te define, decís…
—No me define, y tampoco sería correcto pensar que ese diagnóstico está ligado a una condición genética o a una esencia del sujeto, como si hubiera nacido así y se fuera a morir así. Hay que entender el diagnóstico como una cuestión de corte y entender que la vida es un proceso, en el que uno va circulando, superando obstáculos. Los padecimientos mentales dan cuenta de determinadas fallas circunstanciales, y la diferencia entre la salud y la enfermedad no es tajante, sino una cuestión de grado. Hay momentos en que nuestra salud mental puede verse alterada, y momentos en que podemos recuperarnos. En ese sentido, la salud mental es algo que puede reconstruirse y sostenerse a lo largo de la vida.