El desastre económico que produjo el Gobierno de Javier Milei se supera día a día, rubro a rubro.
Mientras tanto, mandan ahora al nuevo fusible, al inefable Diego Santilli que viene a Misiones a sonreír para las fotos y a jugar a la nada misma, como lo hizo Franco y un rato antes, lo hizo Mazza.

Domingo 23 de noviembre de 2025. En la reflexión semanal, los analistas políticos del Gobierno de Misiones entienden que es muy simplista atribuirle la responsabilidad a los gobernadores cuando la actividad económica no despega en ninguna provincia. Si el empleo se contrae, el consumo se debilita, los negocios cierran y las obras se frenan en todo el territorio nacional, la causa no está en los municipios ni en las provincias sino, recuerdan, en la gestión y directrices de las política macroeconómica que impulsa el Gobierno nacional, solo para que crezca la timba financiera y se beneficien algunas grandes corporaciones.
El programa económico en curso no cumple ni cumplió con sus promesas centrales: impulsar el crecimiento, ordenar las finanzas y mejorar la vida de las personas. En cambio, generó resultados opuestos, visibles en toda estadística: aumento del desempleo, incremento de la pobreza, mayor endeudamiento familiar, comercios en dificultades y economías regionales al límite. Las cifras de empleo, salarios, consumo y actividad no reflejan una etapa de transición compleja hacia un futuro mejor, sino un deterioro continuo que afecta con dureza a la clase media, los jubilados y los trabajadores, tanto formales como informales.
En esa mirada, también insisten -los analistas locales- que tampoco puede atribuirse a los productores o a las provincias el mal funcionamiento generalizado de las economías regionales. En Misiones, sectores como el de la yerba mate, el té, la forestoindustria, el tabaco y la mandioca enfrentan una de las etapas más críticas en décadas. La desregulación del mercado yerbatero y la inacción del Inym dejaron a los pequeños productores en total desamparo, sin precios de referencia ni capacidad de negociación frente a una industria cada vez más concentrada. No es cierto que “antes la situación fuera similar”: los productores llegaron a recibir cerca de 50 centavos de dólar por kilo de hoja verde; hoy, en muchos casos, apenas alcanzan los 15 centavos. Esto es, una caída superior al 70% en términos reales no es un detalle técnico: define la supervivencia o el abandono de la producción.
Esta misma dinámica se reproduce en el comercio y los servicios. En las grandes cadenas instaladas en Misiones se multiplican los retiros “voluntarios”, los pagos de salarios fraccionados, los recortes de personal y las reconversiones de hipermercados en locales más pequeños. Empresas tradicionales prescinden de empleados con antigüedad para reemplazarlos por modalidades precarias a través de cooperativas. No se trata de decisiones aisladas ni de un problema meramente local: es el resultado directo de un modelo económico que reduce el consumo interno, encarece el crédito, permite una competencia desleal con productos importados y elimina los márgenes que permiten a los comercios mantener su plantilla.
Al mismo tiempo, el endeudamiento de las familias alcanzó niveles históricos. Cada vez más hogares dependen de la tarjeta de crédito para adquirir alimentos y llegar a fin de mes, en un contexto de tasas de interés muy superiores a la inflación. El aumento constante de la morosidad en préstamos y tarjetas refleja una realidad simple: el salario ya no alcanza, y muchas familias se ven forzadas a financiar sus gastos básicos. El salario mínimo nacional medido en dólares es actualmente el más bajo de la región, e incluso inferior a los niveles posteriores a la crisis de 2001. No se trata de una cuestión ideológica, sino de un dato concreto: el poder adquisitivo de los trabajadores argentinos se deterioró drásticamente y con un impacto mucho mayor en Misiones, donde los sueldos son aún más bajos y los alimentos y productos de primera necesidad, aún más caros.
El análisis local menciona el aumento continuo de los combustibles que eleva todos los costos y tensiona aún más los presupuestos domésticos. Llenar el tanque se convirtió en un lujo, ya que supera los 60 mil pesos en un Fiat Cronos, uno de los autos más vendidos y más populares del país. Volvió la estrategia de cargan “lo justo”, hacer los services y reparaciones en los países vecinos y soltar la marcha en las bajadas, para que los autos se desplacen «en punto muerto, con el consumo mínimo de combustible porque, sencillamente, «la economía no está funcionando para casi nadie».
Los jubilados también son los que la están pasando mal pero esta situación solo le inquieta a la política en general cuando sirve para los discursos porque, después, el tema queda en el olvido, porque siempre habrá algún familiar que se haga cargo de la situación, «o se van a arreglar», solos, por supuesto.
Como se advirtió hasta el cansancio, al comparar la situación actual con la de los años noventa, aparecen similitudes en el desempleo, el endeudamiento, el ajuste del Estado y la pérdida de derechos, el ABC del neoliberalismo y de los libertarios de este siglo. Muchos relatan que vuelven a recortar medicamentos, a depender de familiares para gastos básicos, y a sentir que el esfuerzo de toda una vida no se corresponde con la pensión que reciben. Cuando una generación que vivió la convertibilidad y sus consecuencias afirma que “la historia se repite”.
El análisis de coyuntura admite que Javier Milei no es un analista ni un comentarista: lleva casi dos años gobernando con amplia libertad para aplicar su programa, pero . Ya no puede atribuirse únicamente a la “herencia” un presente en el que las economías regionales se hunden, los salarios se desploman, la pobreza aumenta y las familias se endeudan para comer. El Gobierno ya superó elecciones de medio término y consolidó su presencia institucional. Es hora de exigirle resultados: fue elegido para gobernar, no para explicar de manera permanente por qué las cosas no mejoran.

Mientras tanto, el nuevo ministro del Interior de la Nación, el inefable Diego Santilli, visitará Misiones el martes para reunirse con las máximas autoridades gubernamentales y políticas, en una agenda que se dará a conocer en las próximas horas. Será su primera visita oficial al interior del país desde que asumió. Por suerte, Santilli es conocido por sonreír, sacarse fotos, decir a todo que sí, prometer y después borrarse. Hay que ver hasta dónde le dan maniobra para su conocida estrategia. Viene como vino Franco (y antes Mazza): a la nada misma.
El marco de esa visita dista de ser el ideal. Según trascendidos, el Ministro llega sin partidas presupuestarias propias y con una tarea ingrata tanto para él como para sus anfitriones: pedir colaboración ofreciendo poco o nada a cambio, en una lógica similar a la de su antecesor, Guillermo Francos. Es la línea de un Gobierno nacional que mostró soltura para exigir acompañamiento, pero poca sensibilidad para garantizar reciprocidad y gobernabilidad a las provincias del interior.
Este esquema se agrava con un intento cada vez más evidente de condicionar a los gobiernos locales desde Buenos Aires, recortando recursos, tensionando la discusión presupuestaria y buscando alinear la política provincial mediante premios y castigos. En lugar de construir un federalismo de consensos, se refuerza una relación vertical donde la Nación exige respaldo, pero no asume plenamente el costo de sus decisiones.
Frente a este escenario, Misiones intenta mantener una estrategia propia, recuerdan los analistas del Gobierno. Desde la defensa de la regulación en el mercado yerbatero, pasando por los reclamos en el Norte Grande por una distribución más justa de los recursos, hasta programas concretos de infraestructura urbana como el plan de pavimentación en Oberá, el Ejecutivo provincial apuesta a un Estado presente que intervenga para corregir desigualdades históricas y mejorar la calidad de vida. No basta, por supuesto, con la acción provincial si la macroeconomía nacional sigue asfixiando la producción, el empleo y el consumo. Pero marca una diferencia de enfoque: frente al repliegue del Estado nacional, Misiones elige reforzar su papel.
La Argentina necesita con urgencia una macroeconomía que deje de castigar al interior productivo y a las familias trabajadoras. Un país donde las provincias tengan espacio para desarrollar su potencial y no se vean forzadas a administrar la escasez. Para lograrlo, es indispensable que el Gobierno nacional asuma plenamente su responsabilidad, rectifique el rumbo y deje de actuar en clave de campaña permanente. No basta con gritos, vetos y recortes. La sociedad votó un cambio para recuperar la economía y la esperanza, no para volver a debatir, una vez más, cómo sobrevivir a la próxima crisis.