«¿Quién sostiene hoy el andamiaje emocional del peronismo bonaerense? Porque los liderazgos como el de Mussi no se reemplazan por decreto ni por algoritmo; se construyen en la trinchera, en el abrazo, en el escritorio lleno de carpetas y en la calle que exige presencia», se pregunta y se responde el autor de este artículo de opinión y homenaje.

Por Nicolás Schamne

Lunes 24 de noviembre de 2025. La muerte del doctor Juan José Mussi no es solo la despedida de un intendente histórico: es la señal más cruda de un tiempo político que se nos escapa entre los dedos. Su partida expone, con una claridad incómoda, lo difícil que se volvió encontrar figuras que sostengan, con la misma convicción y cercanía, el tejido territorial del peronismo bonaerense.
Mussi encarnó algo que hoy parece en vías de extinción: la política como oficio, como presencia cotidiana, como pacto silencioso con el vecino. En una provincia que a menudo funciona como un gigante desordenado, él fue uno de los pocos capaces de darle forma, continuidad y pulso a un territorio que cambia más rápido que sus dirigentes. Su muerte nos recuerda que las estructuras no se mantienen solas: necesitan cuerpos, voluntades, biografías.
Durante más de tres décadas, Berazategui orbitó en torno a su liderazgo. Médico de formación, político por elección –y por destino–, supo construir un modo singular de gestión: firme, territorial, obsesivo en los detalles. Seis veces elegido para conducir su distrito y dos veces responsable de la salud provincial, Mussi combinó lo clínico con lo político, la vocación sanitaria con el instinto popular. Nadie permanece tanto tiempo en un mismo lugar sin entender, con precisión quirúrgica, lo que una comunidad necesita para sentirse acompañada.
Su trayectoria es también el retrato de una provincia que cambió de piel varias veces. Fue jefe distrital desde finales de los ochenta, volvió después del duhaldismo, se reinventó en los años dos mil y, ya entrado el nuevo siglo, ocupó un rol central en la agenda ambiental durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. Cada etapa lo encontró en movimiento, sin perder de vista algo que hoy parece revolucionario: la política no es un espectáculo, es un servicio.
Pero su partida abre un interrogante que excede a Berazategui: ¿Quién sostiene hoy el andamiaje emocional del peronismo bonaerense? Porque los liderazgos como el de Mussi no se reemplazan por decreto ni por algoritmo; se construyen en la trinchera, en el abrazo, en el escritorio lleno de carpetas y en la calle que exige presencia.
La muerte de un dirigente así es mucho más que un duelo: es una advertencia. Si el peronismo quiere seguir siendo un proyecto de futuro y no un álbum de nostalgias, deberá reconstruir la trama que figuras como Mussi supieron sostener con una mezcla de humanidad y disciplina que hoy escasea.
El desafío es claro: reponer liderazgos con raíces y no solo con retuits. Volver a pensar la política como una tarea de largo aliento. Y asumir que, sin esa reconstrucción profunda, el vacío que deja Mussi no será un caso aislado, sino un anticipo de lo que viene.
La historia nos pone, otra vez, frente a una elección: o aprendemos de quienes hicieron de la gestión un acto de compromiso, o nos resignamos a un futuro administrado por la superficialidad. Mussi se va, pero el mensaje queda. La pregunta es si estamos listos para escucharlo.