Las historias permanentes y el cuaderno donde registró 1.540 nacimientos sin perder una sola vida, Catalina Schlindwein de Freiberger, Kathrin, fue la partera que ayudó a poblar la Colonia. Su nieta, Claudia Fernández, rescata la épica de esta mujer pionera que cabalgaba de madrugada para traer a la vida a los primeros hijos de Misiones. «Catalina, las manos que traen vida» es más que un libro familiar: es la crónica de la partera que ayudó a nacer a la primera generación de Puerto Rico (y la región). Su legado en plena selva revela la hazaña silenciosa de las mujeres que pusieron el cuerpo para construir la misioneridad.

Lunes 24 de noviembre de 2025. La periodista y escritora Claudia «Chiqui» Fernández rescata del olvido la épica de su abuela, partera y pionera de Misiones, a través de una novela basada en una vida al servicio de la comunidad. Es que la historia de Misiones se construyó sobre estas historias de entrega de miles de inmigrantes que, armados apenas con coraje, desafiaron la selva para echar raíces. Entre ellas, este relato individual brillan con luz propia. Catalina Berta Schlindwein de Freiberger, Kathrin, «la partera» que trajo al mundo a más de 1500 personas en los albores de la colonización de Puerto Rico y sus alrededores.
Esta historia, narrada por Claudia «Chiqui» Fernández, periodista y ahora escritora que rescata la historia de su abuela materna, es también un poco la historia de la región donde se desarrolló, a partir de una impronta compartida desde el comienzo de la colonia, hace más de cien años.
«Catalina, las manos que traen vida, una obra que, basada en hechos reales, rescata la vida de mi abuela, Catalina Berta Schlindwein de Freiberger, una partera que trajo al mundo a más de 1500 personas en los albores de la colonización de Puerto Rico y sus alrededores». En una entrevista con Plural, Claudia Fernández desgranó con orgullo y emoción los detalles de esta obra, que es mucho más que un simple registro familiar: es un pedazo de la identidad regional contado desde la perspectiva de una mujer excepcional.
Catalina no llegó a Misiones con las manos vacías. Antes de emprender la inmigración desde Brasil, había estudiado obstetricia en Porto Alegre, un oficio entonces exclusivo de mujeres. Llegó alrededor de 1926, con un propósito claro: servir a su comunidad. Su radio de acción era inmenso. A lomo de caballo, atendía partos en una geografía agreste que iba desde Cuña Pirú y Mopicuá hasta Capioví, Puerto Rico y San Alberto.
«Tampoco eran partos programados», relata Fernández, «sino que la llamaban a la madrugada. Y ella también era esposa, madre, y salía, y por ahí tardaba tres días en volver a su casa». Este sacrificio, sin embargo, tenía un respaldo inquebrantable: el de su esposo, el «Opa» (el abuelo), un hombre que, para la época, era un compañero inusual. «Él le ayudaba con los hijos. Era una pareja que… yo siempre digo que eran muy compañeros», destaca la autora, subrayando la modernidad de esa relación de apoyo mutuo.
El testimonio más elocuente de la dedicación de Catalina es un dato que parece sacado de una leyenda, pero que su nieta verifica con precisión: un cuaderno donde registró meticulosamente los 1540 partos que asistió. Allí no solo anotaba los nombres, sino también las condiciones en las que ocurría el nacimiento: «si la noche era estrellada, si hubo tormenta, si el niño nació bien, si venía con alguna complicación». El registro más impactante, sin embargo, es otro: «Nunca perdió una vida ni una mamá», afirma la escritora. En una época sin cesáreas, sin hospitales y con recursos limitados, esta cifra es un monumento a su habilidad y dedicación. Catalina se retiró alrededor de los 70 años, justo cuando llegó el primer médico y se inauguró el primer hospital en la zona. Cerró así un ciclo de servicio ininterrumpido, pero no de reconocimiento, que se extendió hasta su muerte, en 1998.
Si bien la novela se centra en la vida de Catalina, «Chiqui» Fernández se encarga de tejer su relato con los hilos de la comunidad. «Yo trato de relacionar… lo de la comunidad, de la zona», explica. La casa de su abuela fue también un punto de encuentro: allí se hospedaban los maestros de la escuela alemana y española, y la familia participó activamente en la fundación de la cooperativa yerbatera.
Pero quizás el rasgo más destacado de Catalina fue su universalidad. «Atendía a todos», enfatiza su nieta. «Era descendiente de alemanes, hablaba portugués, alemán y un poco de castellano… Atendía a aborígenes que venían a buscarla en medio del monte sin entender el idioma; a ucranianos, a paraguayos; al que necesitara ayuda». Esta apertura la hizo una figura profundamente respetada y querida, un lazo humano que unía a las diversas familias que poblaban la colonia.
Y ese legado perdura en la memoria y en las calles. El libro de Fernández no nace solo de la investigación, sino de la vivencia. «Yo viví y escuché muchas de sus aventuras», recuerda sobre los años en que su abuela, ya viuda, vivió en su propia casa de la infancia y la adolescencia. Ese contacto directo con la protagonista le permitió «mamar» las anécdotas que hoy dan vida a la novela, escrita con un «tono de novela» y «un poco de romanticismo, como para que no sea una historia tediosa».
El reconocimiento a Catalina ya está plasmado en la región: una calle lleva su nombre y varios artículos narraron partes de su vida. Pero con «Catalina, las manos que traen vida», Claudia «Chiqui» Fernández le da una dimensión eterna a su legado, al honrar la memoria de su Oma y al rescatar para siempre la historia de esas «manos que traen vida», que ayudaron a parir, en el sentido más literal, a una comunidad entera.
El libro «Catalina, las manos que traen vida» ya se encuentra disponible en librerías de Posadas y, muy pronto, a través de distribuidoras en Buenos Aires.

Claudia «Chiqui» Fernández en Plural


—¿Qué tenés ahí en la mano?

—Acá tengo mi libro que, como bien dijiste, recién salió de imprenta. Se llama «Catalina, las manos que traen vida». Es mi primera novela. Es una novela histórica basada en hechos reales, porque es la vida de mi oma, mi abuela Catalina. Todo el proceso de cómo sus padres vinieron de Alemania, emigraron hacia Brasil y luego ella, con sus dos hermanos, emigró a Misiones, cuando comenzó la colonización de Carlos Culmey. Entonces vinieron. Ella, antes de acercarse a Misiones, de hacer toda la inmigración, había estudiado obstetricia en Porto Alegre, que en esa época era un oficio solo de mujeres. Vino ya con un oficio y con ganas de servir a la comunidad. Por eso es pionera, porque es una de las primeras inmigrantes en la zona de Puerto Rico, como Mopicuá y San Alberto, allá por los años…

—¿Te acordás?
—Sí, alrededor de 1926, más o menos. También habla de mi Opa (el abuelo), que también inmigró. Él vino antes, porque la familia de ella era muy grande. Ella vino con dos hermanos, y mi Opa, que era de los Freiberger —que eran muchísimos, catorce hermanos—, vino solo primero, en 1922, abriendo el camino para que viniera toda su familia. Y bueno, mi novela cuenta un poco toda la inmigración de ellos, de ambos, y cómo se conocen, se encuentran y construyen una familia en la colonia. Relata las primeras etapas de los colonos construyendo una comunidad, y el rol femenino de ella, principalmente, porque fue una partera que iba desde Cuñá Pirú, Mopicuá, Capioví, Puerto Rico, San Alberto… pero a caballo, en esa época. Estamos hablando de casi cien años atrás. Y tampoco eran partos programados, sino que la llamaban a la madrugada. Y ella también era esposa, madre, y salía, y por ahí tardaba tres días en volver a su casa, porque era algo complicado. Era otra vida. Por eso yo menciono a las mujeres anónimas, porque son aquellas que tenían una vida muy sacrificada y lo hacían sirviendo a la comunidad. Y bueno, después ella tuvo también reconocimiento, y ahí surgió mi idea de escribir. Porque ella, a los 70 años, queda viuda y se va a vivir a Puerto Rico con mi familia, a mi casa. Entonces yo viví y escuché muchas de sus aventuras, sus anécdotas, y siempre me quedó la idea de contar un poco. Ella llevaba registrado —en esa época no había computadora— en un cuaderno sus 1500 nacimientos.

—¿Tenía el nombre de los 1500?
—Sí, tenía. Y aparte registraba, por ejemplo, si la noche era estrellada, si hubo tormenta, si el niño nació bien, si venía con alguna complicación. Ella tenía todo registrado en su cuaderno. En realidad, eran 1.540 nacimientos, y nunca perdió una vida ni una mamá. Por eso digo, era una época en la que no había cesáreas, no había nada de eso. Ella decide retirarse a los 70 años, más o menos, después de su último parto, cuando se va a vivir a Puerto Rico, justo cuando llega el primer doctor y se inaugura el primer hospital. Y siempre le ayudaba a su hermana, que se llamaba Frida, le daba una mano y la acompañaba. Y mi Opa era también una persona muy especial, porque entendía —en esa época— que una mujer se dedicara a algo y no estuviera noches enteras en su casa. Él le ayudaba con los hijos. Era una pareja que, para esa época, yo siempre digo que eran muy compañeros. Ella también ayudaba en la chacra. Él fue presidente de la cooperativa de Mopicuá y colaboró en la creación de la cooperativa de yerba. Ayudaron a los colonos a fundar esa primera organización.

—Esos colonos pujantes que hicieron crecer toda la región…
—Claro, toda la región.

—Una historia muy parecida, Chiqui, a la de las otras familias también, ¿no es cierto?
—Sí. Son un montón de familias que fueron las primeras en la comunidad. Algunos eran constructores, otros agricultores; cada uno fue haciendo su parte. Así que, bueno, yo creo que es una historia muy interesante. Como decía, hay muchas familias que tienen cada una su travesía o su aporte a la comunidad.

—Y ahí empieza este surgir. Yo me acuerdo de la abuela, viviendo ahí a la vuelta de tu casa.
—Después ya vino a vivir con nosotros, y todo eso yo lo mamé viviéndola cerca. Nosotros la disfrutamos mucho con mi hermano; al tenerla al lado, todas las anécdotas ella te las iba contando. Ya estaba más grande, pero falleció a los 94 años y se manejó sola. Por eso, para mí, es un espíritu, un ejemplo, una inspiración. Y bueno, hace mucho tiempo quería escribir este libro, y por una cosa o por otra lo fui postergando. Y este año me decidí. Aparte, ya tenía todos los datos que necesitaba porque fui investigando también con libros de una historiadora, Cecilia Galero, y trabajos hechos por Leonor Kuhn, que es también una profesora de la zona. Recabé datos con mi propia madre, con distintos parientes, y también con todo lo vivido. Así que lo hice más en tono de novela. Tiene un poco de romanticismo, como para que no sea una historia tediosa. Así que, bueno, termina con todo un reconocimiento, porque ella ya tiene una calle que lleva su nombre. Escribieron varios artículos sobre su vida, y también aparece mencionada en libros sobre la familia. Así que, bueno, es un reconocimiento anónimo, pero muy merecido.

—¿Cómo se llamaba exactamente Catalina?
—Ella se llamaba Catalina Berta Schlindwein de Freiberger. Ese era su nombre real, y le decían Kathrin, porque “Catarina” en alemán es así.

—Así que, Claudia, es una historia familiar, la historia de una persona en particular, pero también es la historia y la identidad de una región, de un pueblo. La historia de los inmigrantes, la historia de las familias que se asentaron en la zona.
—Aparte, yo trato de relacionar eso que decís, lo de la comunidad, de la zona, que en su mayoría son inmigrantes alemanes. Integro eso porque, como hablábamos recién, cada uno fue colaborando con algo. Uno construía la iglesia; por ejemplo, en la casa de mi abuela, como en esa época había escuela alemana y escuela en español, los docentes que venían a enseñar muchas veces se hospedaban ahí. Ella les daba habitación, comida, como si fuera un hotel, y así se ayudaban entre todos. Creo que así se fue forjando también la comunidad. Por eso hablo un poco de todo, de varias familias, porque todos se conocían y confiaban en ella. Es más, también —y esto es algo importante que menciono en el libro— cuando formaron la cooperativa yerbatera, ellos eran respetados y apreciados por la comunidad. ¿Por qué? Porque mi abuela, al ser descendiente alemana, hablaba portugués, alemán y un poco de castellano. Y no atendía solo a los alemanes: atendía a todos. Eso lo plasmo también en el libro y lo destaco, porque por eso fue tan respetada. Atendía a aborígenes que venían a buscarla en medio del monte sin entender el idioma, a ucranianos, paraguayos, al que necesitara ayuda. Era una persona muy abierta, y por eso también era tan querida. Hay gente que todavía se acuerda de ella, y por eso la historia se relaciona con toda la comunidad y con muchas familias, no solo con la de ella.

—Bueno, con 1.500 nacimientos me imagino que básicamente toda la fundación de Puerto Rico nació con ella.
—Así es…

—¿En qué año falleció?
—En el ‘98, con noventa y pico de años. Es más, también menciono en el libro a Félix Seidel, que es de una de las familias Seidel, todos nacidos con ella. Él siempre la iba a visitar, y cuando ella tenía noventa años le llevó un ramo de rosas porque había nacido con su ayuda. Fue un parto difícil. Ella siempre tenía ese reconocimiento de la gente. Algunos le decían “abuela”, otros “mamá”, porque era muy dedicada. Y mucha gente quería tener los partos solo con ella. Se resistían, incluso cuando empezaron a llegar los médicos, porque querían seguir con la partera por la confianza, por la forma de relacionarse. Eran familias grandes, con ocho o diez hijos, y ya había un vínculo muy fuerte, como lo que hoy tenemos con nuestro ginecólogo de cabecera.

—Claudia, el libro, ¿dónde se consigue?
—Recién salió ayer. Todo muy reciente.

—Supongo que todavía está guardado en el baúl del auto (risas).
—(Risas) En principio, la editorial que me publicó el libro se encarga de distribuir una parte en librerías de Buenos Aires. Acá, en Posadas, va a estar en la librería Itatí, que está por avenida Uruguay, cerca de Mercado Libre. Y la idea es buscar una opción también para la gente de Posadas, que se pueda vender y acercar personalmente o mandar. Estamos viendo eso, porque también hay interesados en Buenos Aires, que podrán conseguirlo directamente en la editorial en cuanto salga la distribución a librerías (se consigue también en la librería Tras los Pasos, en Posadas).