El funeral de Brigitte Bardot en Saint-Tropez aglutina homenaje y división política. Mientras la Riviera Francesa se prepara para despedir a su embajadora más famosa, Francia se enfrenta al balance de una herencia tan influyente en lo artístico como incómoda en lo político, que condensa las tensiones culturales y morales de más de medio siglo.

Miércoles 31 de diciembre de 2025. El funeral de la actriz y activista Brigitte Bardot, fallecida el domingo a los 91 años en su residencia de Saint-Tropez, se celebrará el próximo 7 de enero y expondrá las contradicciones de una figura pública que conjugó la condición de ícono cultural con una postura política polémica. La ceremonia, que ya divide al espectro político francés, contará con la asistencia de la líder de la extrema derecha Marine Le Pen y con la ausencia del presidente Emmanuel Macron.
La fundación animalista de la actriz informó que el servicio fúnebre tendrá lugar en la iglesia Notre-Dame-de-l’Assomption de Saint-Tropez, ciudad natal de Bardot y resort de la Riviera Francesa que ella contribuyó a hacerla famosa y donde residió más de medio siglo. La comuna local detalló que la ceremonia se transmitirá en dos pantallas gigantes instaladas en el puerto y en la plaza central Place des Lices. Un entierro privado, «en la más estricta intimidad», seguirá en un cementerio con vista al mar Mediterráneo. Posteriormente, se realizará un homenaje público para los admiradores en un sitio cercano.
Las autoridades municipales calificaron a Bardot como «la embajadora más deslumbrante» de Saint-Tropez, cuya presencia «marcó la historia de nuestra ciudad». El llamado cementerio marino, lugar elegido para su descanso, alberga también los restos de sus padres y de otras celebridades como el cineasta Roger Vadim, su primer esposo. Este plan respeta, en parte, el deseo expresado en 2018 por la actriz de ser enterrada en su jardín para evitar que una «multitud de idiotas» pisara las tumbas familiares. La alcaldesa Sylvie Siri confirmó que se respetaron los últimos deseos de Bardot, sin ofrecer más precisiones.

La grieta política


La cobertura mediática del funeral quedó eclipsada por la confirmación, este martes, de que Marine Le Pen, líder del partido Agrupación Nacional y tres veces candidata presidencial, asistirá al funeral. En contraste, una fuente de la presidencia francesa anunció que Emmanuel Macron no participará, pese a que el domingo elogió a Bardot como una «leyenda» que «encarnaba una vida de libertad».
La decisión de Le Pen subraya la cercanía ideológica que la actriz mantuvo con la extrema derecha en sus últimas décadas. Bardot, una abierta defensora de Le Pen, la describió como una «Juana de Arco» moderna durante las campañas electorales de 2012 y 2017. Esta relación se ve reforzada por los vínculos familiares, ya que el cuarto marido de Bardot, Bernard d’Ormale, fue asesor del padre de Marine, el histórico líder de extrema derecha Jean-Marie Le Pen.
La figura pública de Bardot acumuló varias condenas judiciales por incitación al odio, en particular por declaraciones contra la inmigración y la comunidad musulmana. Este historial provocó un debate sobre los honores que el Estado francés debe concederle. La Presidencia ofreció a la familia de Bardot la organización de un homenaje nacional, similar al concedido en 2018 a la estrella del rock Johnny Hallyday, una idea respaldada por el político conservador Eric Ciotti. Sin embargo, la familia aún no respondió a la propuesta.
Desde la izquierda, el líder del Partido Socialista, Olivier Faure, se opuso con firmeza a un homenaje de esa naturaleza, argumentando que Bardot «fue condenada varias veces por racismo».

El legado de un mito incómodo
El fallecimiento de Brigitte Bardot cierra la vida de un mito cinematográfico y cultural que definió una época. Nació en París el 28 de septiembre de 1934 en el seno de una familia acomodada; su irrupción en el cine de los años 50 y 60, con cerca de 50 películas, rompió los códigos de la feminidad de la época. Escenas como su baile descalza o su desnudo en El desprecio (1963) de Jean-Luc Godard quedaron grabadas en la memoria colectiva. La filósofa Simone de Beauvoir la analizó como un fenómeno social en 1959, y en 1968 su rostro se convirtió en la representación de Marianne, símbolo de la República Francesa.
Su huella se extendió a la música con Je t’aime… moi non plus, canción que compuso para ella Serge Gainsbourg en 1967, y que desató un escándalo por su contenido explícito.
En 1973, en la cima de su fama, abandonó el cine para dedicarse por completo al activismo por los derechos de los animales. Fundó su propia organización y su campaña de 1977 abrazando crías de foca en Canadá dio la vuelta al mundo. No obstante, este compromiso humanitario convivió con declaraciones y posturas que la alejaron de sectores de la opinión pública. En sus últimos años, también se distanció del movimiento Me Too y se negó a vacunarse contra el Covid19.
Su hermana menor, Marie-Jeanne Bardot, conocida como Mijanou, publicó en Facebook una foto de Brigitte a los 12 años con un mensaje en su honor: «la que adoré más que a nada». Escribió que ahora Bardot «sabe si nuestras queridas mascotas nos están esperando al otro lado».
Mientras Saint-Tropez se prepara para despedir a su embajadora más famosa, Francia se enfrenta al balance de una herencia tan influyente en lo artístico como incómoda en lo político, que condensa las tensiones culturales y morales de más de medio siglo.

Dios y el diablo


(Agencia EFE).
«Dios creó a la mujer… pero el diablo inventó a BB». Brigitte Bardot, icono sexual en su juventud y activista animalista y seguidora de la líder de la extrema derecha Marine Le Pen en su madurez, estaría siempre marcada por ese eslogan de promoción de la película que la lanzó al estrellato en 1956: ‘Y Dios creó a la mujer’.
La actriz murió este domingo a los 91 años; fue considerada por muchos como la mujer más sensual del siglo XX, con permiso de la estadounidense Marilyn Monroe, otra célebre rubia de rotundas formas.
Actriz, cantante, símbolo de la emancipación sexual femenina, la musa francesa fue un personaje omnipresente a la que la controversia siempre acompañó.
Así lo demostró desde que irrumpiera a mediados del siglo XX en ‘Y Dios creó a la mujer’, bajo la dirección del primero de sus cuatro maridos, Roger Vadim, hasta bien entrado este siglo, cuando, ya retirada del cine desde hace décadas, hizo de la causa animal su principal credo.
En sus últimos años de vida, siguió alimentando los titulares de la prensa, apoyando a la ultraderecha francesa, negándose a vacunarse contra el covid o relativizando las denuncias de acoso sexual en el mundo del cine.

«JET’AIME, MOI NON PLUS»
Las imágenes de la actriz bailando descalza sobre una mesa en su cinta de debut, o desnuda sobre la cama en ‘El desprecio’ (1963), de Jean-Luc Godard, quedaron grabadas en la retina de generaciones como algunas de las escenas cinematográficas más sensuales de todos los tiempos y que la encumbraron como un mito.
Bardot nació el 28 de septiembre de 1934 en el seno de una familia parisina acomodada, no sólo dejó una huella a través de la pantalla, sino también como cantante.
En 1967 le pediría al entonces chico malo de la canción francesa, Serge Gainsbourg, con quien mantuvo un corto pero apasionado romance, «la canción de amor más bella que pudiese imaginar».
En una sola noche, Gainsbourg escribió la erótica ‘Je t’aime… moi non plus’ (‘Te quiero… yo tampoco’) que grabaron en dúo.
Bardot estaba casada entonces con el alemán Gunter Sachs y, tras una primera difusión en la radio que lo enfureció, la canción se quedó en el cajón hasta que fue publicada en 1986. Los gemidos con los que la actriz interpreta la canción fueron tachados de «obscenos» por el Vaticano.
Por ello, la versión más conocida sería la que Gainsbourg hizo con Jane Birkin en 1968. El músico, no obstante, prosiguió con su colaboración con Bardot con el álbum titulado con su apodo, «BB», del que salieron temas emblemáticos como ‘Bonnie & Clyde’ o ‘Comic Strip’.
La huella de Bardot inspiró también a la intelectualidad francesa. Simone de Beauvoir, una de las pioneras del movimiento feminista, dijo de la actriz que caminaba «lascivamente y un santo vendería su alma al diablo por verla bailar», en su libro ‘Brigitte Bardot y el síndrome Lolita’ (1959).
Icono también de la moda, precursora de las bailarinas y los vaqueros remangados, su influencia se mantiene hoy intacta y parecerse un poco a ella es todavía una garantía de éxito.

ADMIRACIÓN POR MARINE LE PEN
Con casi 50 películas y 24 vinilos en su haber, Bardot abandonaría todo por la causa animal en 1973.
Las fotografías hechas en 1977 en las tierras heladas de Terranova, en Canadá, abrazando un bebé foca dieron la vuelta al mundo y contribuyeron a que los gobiernos fuesen prohibiendo su caza.
En paralelo a su lucha en favor de los animales, los pocos comentarios que hacía públicos levantaban polvareda, tanto que le valieron cinco condenas por incitación al odio.
Su segundo marido, el actor Jacques Charrier, y su único hijo, Nicolas, la denunciaron en 1996 por haber sido tachado en una autobiografía de «violento, machista, impresentable y borracho», el primero; y de indeseado «tumor que se nutría de ella» durante su embarazo, el segundo.
En las últimas décadas, su militancia a ultranza y una colección de comentarios homófobos, xenófobos y racistas, hicieron, en cierta forma, sombra a su legendaria carrera en el celuloide y a sus logros en defensa de los animales.
Llegó a etiquetar a la líder de la ultraderecha francesa y tres veces candidata presidencial Marine Le Pen como la «Juana de Arco del siglo XXI». Durante la pandemia de covid (2020-2022), ya octogenaria avanzada, se negó a vacunarse, alegando que era «alérgica a todos los productos químicos».
Tampoco se libró el movimiento «Me too», nacido en 2018 por varias denuncias de acoso sexual contra mujeres por parte de hombres poderosos del mundo del cine. Para Bardot, varias de esas acusaciones eran «hipócritas», pues muchas artistas «calientan a los productores para conseguir un papel».
Después de haber sobrevivido a varios intentos de suicidio y abortado voluntariamente dos veces -en una de ellas estuvo al borde de la muerte-, Bardot mantenía dos luchas animalistas muy vivas: prohibir que se coma carne de caballo en Francia y que se sacrifique sedados a los animales en los mataderos del país.
Su último combate -que data de 2025 y para el que usó a BFMTV para una entrevista, la primera que daba en 11 años a un canal de televisión- gravitó en torno a la prohibición de la caza de montería en Francia, que consideraba extremadamente cruel contra los animales.
Retirada de la vida pública repartida entre sus dos mansiones de Saint-Tropez (Costa Azul), su inusual vida podría explicarse en una sola frase, según Marie-Dominique Lelièvre, una de sus biógrafas: «Bardot siempre ha sido y será una niña».