En esta tercera y última entrega, el autor sostiene que mientras el sector turístico promueve la sostenibilidad como bandera, las contradicciones se multiplican: destinos saturados, tasas turísticas, turismo de lujo y gentrificación. ¿Es el futuro del turismo un privilegio para unos pocos? Analizamos las respuestas del sistema, los discursos vacíos y los desafíos urgentes para un turismo verdaderamente sostenible e inclusivo.

Por Oscar Alejandro Degiusti – Licenciado en Turismo
Tercera parte

Sábado 15 de marzo de 2025. En la última parte, analizamos el presente y el futuro del concepto de sostenibilidad. Luego, las respuestas del sistema turístico ante la realidad de los destinos saturados o con sobreturismo: las tasas, el turismo de lujo, la participación en las COP y el discurso sostenible. Finalmente, con el título de “Las contradicciones del presente que deberán resolverse para el futuro”, se intenta esbozar algunas de las contradicciones que se deberán resolver en pos de un turismo sostenible y para todos.

Presente y futuro de la sostenibilidad

Mientras tanto, el turismo prosigue enarbolando la bandera del turismo sostenible, enmarcado en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Conceptos y objetivos que empiezan a desdibujarse ante síntomas de disconformidad en las comunidades receptoras de varios destinos, que se expresan en movilizaciones y declaraciones en contra de la actividad. Como vimos, los turistas no han modificado, en general, sus hábitos y prácticas de consumo, como se presagiaba allá en los 90. El tiempo del ecoturismo y del turismo responsable, donde el turista adquiría una conducta de “mayor responsabilidad” hacia el entorno y hacia las comunidades locales, por distintos motivos quedó atrás; el compromiso voluntario se esfumó, o al menos se está desvaneciendo.
La sostenibilidad turística se volvió un concepto atrayente e itinerante: fue mutando: ecoturismo, turismo responsable, turismo ecológico, turismo verde, turismo sostenible, turismo regenerativo, y que muchas veces se ha equiparado o confundido con tipologías y productos turísticos (Pulido y Pulido, 2015). Pero aún existe con mucha fuerza en discursos y algunas acciones de sus actores. La “sostenibilidad” ligada a la Agenda 2030 del Desarrollo Sostenible continuó dominando los discursos del turismo, con diferentes interpretaciones respecto a las estrategias para alcanzar el logro de los objetivos de la Agenda. Y desde los sectores empresariales más importantes a nivel global, hay una cuasi negación implícita respecto a los impactos que se le asignan al turismo en relación con el cambio climático y las comunidades anfitrionas; los destinos saturados son coyunturas focalizadas y que la tecnología podrá resolver. No hay nada que temer.

Las respuestas del sistema ante los destinos saturados
¿Este contexto internacional es un indicador del fin de la sostenibilidad en el turismo? No necesariamente, pero sí va a tener consecuencias que se verán reflejadas en los costos de los productos turísticos y en las empresas y fondos financieros que se decidan por la sostenibilidad. Pongamos un ejemplo, como las aerolíneas, sector donde el 1% de la población mundial es la que causa el 50% de las emisiones en vuelos comerciales, frente a un 80% de la población mundial que nunca ha subido a un avión. Hace poco tiempo, el ministro de transporte de Francia decía: “Los billetes de avión por 10 euros ya no son posibles cuando estamos en plena transición ecológica. Eso no refleja el precio para el planeta”. Y hace pocos meses, en la asamblea anual de la Asociación de Líneas Aéreas (ALA), se discutieron los desafíos de la descarbonización del sector, y entre las medidas, la incorporación de combustible sostenible de aviación (SAF), un producto actualmente escaso y muy caro (entre tres y cinco veces más que el combustible tradicional). Y justamente lo que nos comunican las aerolíneas es que, si bien la sostenibilidad en la aviación no es una opción, “nada sale gratis, tampoco la sostenibilidad”.
El período posterior al COVID, con el impulso que adquirió el turismo en el mundo, asistimos a un corrimiento y expansión de las fronteras turísticas, es decir, territorios que no se encontraban en el centro de la oferta mundial se fueron incorporando como nuevos destinos del denominado turismo de lujo o el turismo para un alto poder adquisitivo que demanda productos exclusivos. Según los cálculos de las consultoras, aproximadamente el 80% de las inversiones en hotelería corresponde a categorías de 4 y 5 estrellas. Las acciones de muchos destinos, como lo estamos observando actualmente, se materializan en la creación de tasas turísticas al ingreso o a la pernoctación, con el objetivo de limitar el ingreso de turistas y desmasificar los destinos más maduros y consolidados; y por otro lado, en los destinos más económicos, el objetivo es reconvertir el destino para los viajeros premium, descartando a los de menor capacidad de compra.
Este cambio de modelo, de acuerdo con Macià Blázquez, se asienta en una estrategia a partir de dos componentes: por un lado, la reconversión de la oferta hacia categorías de lujo, y por otro lado, la penalización del llamado turismo de excesos en los destinos de sol y playa (prohibir la oferta de bebidas a bajo precio en hoteles de todo incluido, barra libre, licorerías, party boats, rutas etílicas o happy hour, el alquiler de habitaciones por horas, etc.). Como observamos, la idea es desalentar al turismo low cost o gasolero, realzando el turismo más exclusivo y oneroso.

Comentarios inconclusos
Lo que tenemos, en definitiva, es un discurso sostenible a partir del encarecimiento de la oferta para la instauración de un turismo de élite exclusivo, junto a un proceso de gentrificación que termina expulsando habitantes a las periferias. El capital no está dispuesto a relegar los márgenes de ganancia, motivo por el cual el turismo de lujo le permite conservar la tasa de ganancia, reduciendo la afluencia de turistas y con ello la saturación. El turismo de lujo revalida el acaparamiento que caracteriza al capitalismo, pero ahora vestido de verde mediante giros retóricos (más “sostenible”, “circular”, “accesible”, “desestacional”…) para enmascarar el clasismo bajo el discurso de la calidad. Así, la exclusión derivada del aumento del precio se presenta como solución verde para rebajar la presión demográfica sobre el entorno (Blázquez, Macià; 2023).
La COP29 y la participación institucional del turismo en la agenda oficial significó también desempolvar el ya perimido concepto del “turismo responsable” por parte de la WTTC (Consejo Mundial de Viajes y Turismo), amén de poder demostrar el poder de lobby que posee esta representación empresarial global en los medios de comunicación, que en conjunto resaltaron “la destacada presentación de la WTTC en la COP29” y el compromiso inquebrantable con la sostenibilidad desde lo institucional. Siempre en un discurso en tercera persona, sus representantes expresaron iniciativas “en la adopción de tecnologías más limpias, la promoción del turismo ecológico y el fortalecimiento de las alianzas entre entidades públicas y privadas”. También, en un déjà vu respecto al turismo responsable, hablaron de “la importancia de educar a los turistas sobre elecciones conscientes al viajar. Promover un turismo que valore la autenticidad y la sostenibilidad permite a los viajeros conectar de manera más profunda con los destinos que visitan. La responsabilidad del viajero se convierte así en un pilar esencial para la preservación de nuestros recursos naturales y culturales”. ¿Vuelven los 90?
“Nunca es tarde para actuar en función de salvaguardar nuestra industria, su gente y los ecosistemas de los que dependemos. La descarbonización y la adaptación son inversiones esenciales para construir un modelo turístico resiliente y positivo para la naturaleza”, expresaba Gloria Fluxá, presidenta de sostenibilidad del WTTC, acompañada de un conjunto de datos. Este discurso prolijo, correcto y sin asumir denuncias ni responsabilidades directas hacia adentro del sector por parte del WTTC contrastó con las expresiones de corporaciones de agencias de viajes españolas y alemanas, principalmente, al referirse a la propuesta en la COP29 tendiente a encarecer los viajes en avión y los cruceros como medidas para aumentar la ayuda a los países en desarrollo. Expresiones como “quienes no podrán viajar serán las personas con las rentas más bajas”, y a este respecto, ha recordado que “hoy en día viajar ya no es elitista, se ha convertido en una necesidad”; “los medios para un aumento necesario del apoyo financiero a los países en desarrollo especialmente afectados por el cambio climático deben estar disponibles a través de otros recursos” y que “encarecer los viajes aéreos y los cruceros es claramente un enfoque equivocado”. Y seguidamente, apelaron a los argumentos de asignarles responsabilidades a los turistas, al decir que “encarecer los viajes no es buena idea, hay que buscar fórmulas que contribuyan a que los turistas colaboren con la sostenibilidad sin crear una brecha social”: la misma responsabilidad que, en líneas generales, vimos que ha fracasado. ¿Se quedan los 90?
Es central, ante todo, entender que la maquinaria capitalista no se detiene, a lo sumo se transforma. Por ello, en el actual contexto internacional, donde hay una predominancia del mercado sobre el Estado, no es casualidad la aparición del discurso del “turismo responsable”, como fundamento de un proceso urgente de descarbonización que se le exige actualmente al sector turístico, y que recae en el turista como individuo y en los sectores oficiales que deben garantizar la libertad de comercio. La voluntad nuevamente es lo que distinguiría una actitud hacia la sostenibilidad, de una que no lo es. El turismo no ha dejado de crecer en cuanto a viajeros movilizándose alrededor del mundo, como de nuevos lugares de la geografía planetaria convirtiéndose en nuevos destinos, convenientes al capital, que apuesta a la tecnología como una herramienta para resolver las situaciones de insostenibilidad en los destinos. Simultáneamente, en los discursos, como ya observamos, coloca en un mismo plano de responsabilidades a las empresas, los turistas y los destinos.

Tema a futuro
En definitiva, el sector turístico mundial expresa “una ceguera total ante el contexto de policrisis global”, tal cual lo dice Carla Izcara, en un análisis de los discursos y exposiciones de la reciente Feria Internacional, la World Travel Market, realizada en Londres (4 al 6 de noviembre de 2024), que agrupa empresas del turismo y organismos de promoción turística de varios países del mundo. Fruto de los discursos, se deduce que se plantea sólo la alternativa de seguir creciendo, sin llegar siquiera a cuestionarse el modelo. La creencia en que la sostenibilidad y la tecnología son las soluciones a los graves problemas del turismo se reitera en cada encuentro internacional del sector: “crecer diferente” es el argumento de la sostenibilidad, y la tecnología, asociada al discurso de que nos hará más eficientes y competitivos. Además, de resolver los problemas del sobreturismo en los destinos.
Por supuesto, hay temas que no se hablan, como el trabajo que se perderá por la automatización y robotización de las empresas, la elitización creciente del turismo por el aumento de precios y tasas, el impacto ambiental del transporte aéreo de larga distancia y de los cruceros, es decir, asuntos que no aparecen como síntomas de un sistema que prioriza la renta y el crecimiento continuo, sino como circunstancias del crecimiento del sector y nada que no se pueda resolver.
Por ello, el desafío que tiene el turismo no es tan sencillo, ya que su futuro depende enormemente del impacto generado por el cambio climático en los destinos, y la gestión del mismo en este contexto está abarrotada de contradicciones. Los destinos aspiran a recibir al turismo internacional, que usualmente se moviliza en transporte aéreo, que es simultáneamente el que mayores emisiones de GEI libera a la atmósfera. Las empresas deberán asumir un rol más activo y alejado del greenwashing, en acciones tendientes a la gestión de residuos, la protección de especies y ecosistemas, el apoyo a las comunidades locales, la transparencia de los informes climáticos, etc., pero tampoco el capital está dispuesto a sacrificar márgenes de ganancia. Los turistas, que en general no están dispuestos a abandonar ciertos estándares en los servicios, y cuyos comportamientos y actitudes demuestran un alto grado de incredulidad hacia el cambio climático, tampoco en la realidad están dispuestos a pagar más por productos o destinos sostenibles. Los gobiernos donde se encuentran los destinos están más preocupados por dar garantías y estabilidad al libre comercio de las empresas, que exigirles pautas serias de sostenibilidad por temor a las pérdidas de fuentes de trabajo y pagos de impuestos. Todas contradicciones que habrá que asumir y resolver, por el presente y el futuro del turismo.