«Proscriben a Cristina, pero no entienden al Pueblo«, sostiene el autor de este artículo de opinión política que analiza y critica la decisión de la Corte Suprema de Justicia de Argentina de inhabilitar (proscribir) a Cristina Fernández de Kirchner, expresidenta y figura central del peronismo. El autor, Nicolás Schamne, interpreta el fallo judicial como un ataque antidemocrático contra el movimiento popular y lo compara con persecuciones históricas al peronismo, en especial la proscripción de Juan Domingo Perón en los años 50.
Por Nicolás Schamne
Miércoles 11 de junio de 2025. El fallo dictado por la Corte Suprema de Justicia, el calendario marca una fecha que, para quienes conocemos las entrañas de la historia argentina, resuena con una familiaridad dolorosa. En sintonía casi obscena con los intereses de los grandes medios de comunicación y del poder económico concentrado, es mucho más que una resolución judicial: es una confesión. Una confesión de impotencia política, de debilidad estructural y de ceguera histórica.
En su afán por proscribir a Cristina Fernandez de Kirchner, no hacen más que confirmar lo que ya sabíamos: no pueden derrotar al peronismo en las urnas, y entonces intentan sacarlo del juego por la fuerza, como tantas otras veces en nuestra historia.
La Argentina ha conocido este tipo de infamias. No es la primera vez que una figura central del Movimiento Nacional y Popular es perseguida, cercada judicialmente, injuriada y finalmente proscripta. Juan Domingo Perón fue proscripto durante 18 años. Y no solo eso: se prohibió su nombre, sus símbolos, sus canciones. Aquel decreto 4161/56 —emanado del terrorismo de Estado en su versión “liberal” y fusiladora— buscaba borrar de la memoria colectiva a un movimiento que ya se había convertido en el alma profunda de los sectores populares argentinos.
No aprendieron nada. O lo que es peor: aprendieron mal. Porque hoy, casi 70 años después, creen que con artilugios judiciales y con tapas de diarios pueden reemplazar la voluntad popular. Como si un fallo firmado por jueces funcionales al poder real pudiera más que el amor de millones que, con errores y aciertos, ven en Cristina una voz que les dio dignidad, derechos y esperanza.
Hoy no se ataca solamente a una dirigente política. Hoy se hiere, otra vez, a la democracia. Porque si la voluntad del pueblo puede ser neutralizada mediante sentencias construidas en los pasillos de Comodoro Py y redactadas por estudios jurídicos ligados al poder financiero, entonces no hay democracia posible, solo una caricatura vacía al servicio del status quo.
Lo más notable es que quienes hoy celebran esta “victoria” no entienden que han cometido un error estratégico de proporciones históricas. Han despertado al gigante dormido. Creyeron que, debilitando a Cristina, dividían al movimiento nacional. Pero lo que han hecho es todo lo contrario: han encendido nuevamente la llama de la militancia, han sacudido la conciencia de aquellos que estaban desanimados, y han provocado la rearticulación de un campo popular que estaba buscando su rumbo.
Ahora se abre un período de incertidumbre. Los que hoy festejan, impulsados por un odio invertebrado, carecen de la inteligencia suficiente para advertir que al tirarse un tiro en el pie de manera recurrente, se están dañando a sí mismos en primer lugar. Son incapaces de ejercer el rol de clase dominante con tacto, profundidad y cultura política. El resto que celebra, esa masa de impotentes y fracasados, víctimas de un país fallido (sí, en cuya construcción el peronismo también tiene responsabilidades, no lo negamos), solo demuestra su propia fragilidad.
Mi postura es clara e innegociable: estoy con Cristina en este trance. No me prestaré a ser utilizado para denostarla o insultarla. No cuenten conmigo para alimentar la hoguera de la división. El amor por Cristina fue, es y será eterno en el corazón de millones de argentinos. Acá nadie se rinde. La proscripción no es una derrota, es una convocatoria. Este gravísimo error, esta brutalidad política, ha puesto en movimiento un mecanismo de rearticulación del Movimiento Nacional, absolutamente innecesario para ellos, pero fundamental para nosotros.
La unidad, ahora más que nunca, es la clave. Es el momento de trabajar incansablemente para desterrar a este «monigote» que hoy detenta el poder y que no hace más que profundizar la crisis. La historia nos enseña que de las crisis y las proscripciones, el peronismo ha resurgido siempre fortalecido. Y esta vez, no será la excepción. El pueblo argentino, en su sabiduría intrínseca, sabrá discernir entre la justicia y la infamia, entre la democracia y la tiranía. El camino es largo, pero la fe en el pueblo y en el movimiento es inquebrantable. El peronismo, una y otra vez, demuestra que es indestructible.
Ya lo dijo el General Perón: «El peronismo será revolucionario o no será nada.» Hoy más que nunca, el desafío es reconstruir esa fuerza transformadora que no se reduce a una sigla ni a una candidatura, sino que vive en cada comedor popular, en cada cooperativa, en cada madre que pelea por el futuro de sus hijos.
A los gorilas de ayer y de hoy, les decimos una vez más: con proscripciones no se construye futuro. Solo profundizan la grieta entre una elite minoritaria y un pueblo que, con todas sus contradicciones, jamás dejó de luchar.
Cristina no está sola. La historia la acompaña. El amor popular la sostiene. La dignidad de los humildes la defiende. Esta proscripción infame será, como en el pasado, el principio de un nuevo ciclo. Un ciclo de resistencia, de organización y de victoria.
Porque el peronismo no muere: se transforma, se levanta y vuelve. Siempre vuelve.
Nota de la redacción:
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