La doctora Estelvina Rodríguez, líder del proyecto #MisiónEstratósfera, revela los desafíos científicos y humanos de la misión estratosférica que llevó adelante la Universidad Nacional de Itapúa al estudiar yerba mate y microplásticos enviados al espacio. «Fue un logro en equipo», aseveró.
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Sábado 6 de septiembre de 2025. «Sin margen de error». Esa fue la consigna que rigió cada paso del proyecto que llevó a Paraguay por primera vez a la estratósfera. La doctora en Ciencias Ambientales, Estelvina Rodríguez, tuvo a su cargo esta misión, junto a otros profesionales, docentes y estudiantes de la Universidad Nacional de Itapúa (UNI), quien en una entrevista con Plural desgranó los pormenores de una misión que combinó rigurosidad científica, trabajo en equipo y también, una dosis de audacia.
El proyecto, que culminó con el exitoso descenso del globo sonda en el Parque Nacional Ñacunday, Alto Paraná, el pasado miércoles 6 de agosto, comenzó de a poco, paso a paso, con una convocatoria interna de la Facultad de Ciencias y Tecnología de la Universidad Nacional de Itapúa para investigar contaminantes emergentes. «Vimos que los microplásticos son una problemática ambiental muy relevante a nivel global», explicó la científica. El objetivo inicial era explorar tecnologías para su degradación, específicamente a través de la fotooxidación. La conexión con el Proyecto Estratósfera de la Universidad de Lima (Perú) fue el puente que les permitió pensar en grande: utilizar la estratósfera como un laboratorio natural con condiciones extremas de radiación y temperatura.
Lejos de la improvisación, la ejecución fue un ejercicio de precisión milimétrica. «Se empieza con los modelados matemáticos de los puntos de lanzamiento. Eso es indispensable», afirmó Rodríguez. La elección de San Ignacio, Misiones (en Paraguay), como sitio de lanzamiento fue el resultado de un análisis estadístico exhaustivo para evitar que el módulo cayera en el río o en una zona fronteriza, lo que hubiera significado el fracaso total.
Cada elemento fue certificado y controlado: el peso de la carga útil, la pureza del helio, la marca del globo y las condiciones climáticas. Respecto a los microplásticos, la docente aclaró que no fueron recolectados del ambiente, sino que se utilizaron microplásticos certificados, procesados en el laboratorio por el equipo de Ingeniería Ambiental para alcanzar el tamaño preciso de entre 100 y 300 micras.
Uno de los aspectos salientes de la entrevista fue el proceso de selección del equipo operativo de doce estudiantes donde, según explicó Rodríguez, el criterio principal no fue el rendimiento académico sino el interés genuino por la investigación. «La capacidad técnica se puede entrenar. Pero el interés, la voluntad y la responsabilidad son cuestiones personales», afirmó. Bajo el lema «sin margen de error», necesitaba un equipo comprometido y responsable, y el resultado, aseguró, fue «totalmente óptimo».
Con el módulo ya recuperado, comenzó la fase más extensa del proyecto: el análisis de los datos. Rodríguez detalló que se registraron parámetros cada minuto durante las aproximadamente 4 horas que duró el vuelo, generando una cantidad masiva de información por depurar.
Entre los próximos pasos, destacó los análisis físico-químicos de la yerba mate para ver si las condiciones extremas variaron sus propiedades, incluyendo una prueba de sabor a través del tereré, reafirmando su valor como identidad cultural. Para los microplásticos, restan análisis físicos para evaluar el grado de fotooxidación.
La científica también reveló un hallazgo intrigante: «Algo que nos llamó mucho la atención fue la temperatura: todavía es solo una hipótesis, pero podría tratarse de un comportamiento anómalo detectado en esta zona de Paraguay», un dato que podría tener relevancia para futuras investigaciones climáticas.
Para esta investigadora, el éxito es, ante todo, colectivo. «Lo veo como un logro en equipo», subrayó, valorando la interacción real entre las carreras de Ingeniería en Alimentos, Electrónica, Ambiental e Informática. Más allá de los resultados concretos, la experiencia deja una capacidad instalada invaluable en el país para el desarrollo de tecnología propia, como los sensores que resistieron -30°C y enviaron datos bajo radiación.
La misión, financiada íntegramente por la UNI, sienta un precedente. Sus aplicaciones futuras son vastas: desde evaluar la resistencia de materiales y mejorar productos agroindustriales hasta desarrollar nuevas tecnologías para degradar contaminantes. Como reflexión final, la científica compartió la imagen que más la marcó: la fragilidad de «nuestra casa común» vista desde arriba, una poderosa razón para seguir investigando y protegiendo el planeta desde la ciencia paraguaya.
Estelvina Rodríguez en Plural
—¿Cómo surge este proyecto? ¿De quién surge, dónde surge y cuándo surge?
—Responde a una convocatoria para presentar proyectos de investigación dentro de la Facultad de Ciencias y Tecnología, en una línea que debía encuadrarse en la temática de contaminantes emergentes. En ese contexto, revisando la literatura científica y los antecedentes, vimos que actualmente los microplásticos son una problemática ambiental muy relevante a nivel global, presente en todos lados. Queríamos abordarlo a nivel local y, como en ciencias ambientales no solo se estudian las consecuencias sino también las causas, pensamos en cómo explorar tecnologías que pudieran ayudar a su degradación. De ahí surgió la idea de evaluar procesos principalmente químicos a través de fotoxidación, que pudieran ofrecernos alternativas para el futuro. Posteriormente, con el enlace con la Universidad de Lima y el Proyecto Estratósfera —que realiza estudios en la estratósfera—, vimos la oportunidad de analizar cómo se comportan los microplásticos en esas condiciones extremas, donde la radiación juega un papel importante.
—Para los que no tenemos idea de cómo se arma o se orquesta esto, ¿cómo se empieza a trabajar de manera práctica?
—Se empieza con los modelados matemáticos de los puntos de lanzamiento. Eso es indispensable. Necesitábamos un análisis estadístico preciso porque el lema desde que se conformó el equipo fue: “sin margen de error”. No teníamos oportunidad para ensayos: a la primera debía salir bien. Y para que saliera bien, los modelos matemáticos debían ser lo más exactos posible. Había que asegurarse de que la carga útil pesara lo que debía pesar, que el helio tuviera la pureza requerida, que el globo fuera de la marca certificada y que se cumplieran las condiciones climáticas y los protocolos de autorización. En cuanto a los microplásticos, la literatura científica indica cuáles son los más abundantes o los de mayor uso. A partir de eso, se escogieron y se procesaron microplásticos certificados. No fueron recolectados del ambiente, sino preparados siguiendo lo que indican los estudios previos. Ingeniería Ambiental trabajó en el procesamiento para llevarlos al tamaño adecuado —de 100 a 300 micras—, lo que requirió un trabajo preciso de laboratorio.
—¿Cuántos estudiantes participaron?
—En el equipo operativo, doce.
—¿Cómo los seleccionaste?
—No, fueron seleccionados, se abrió una convocatoria a nivel de la Facultad de Ciencias y Tecnología. El requisito principal no fue el rendimiento académico, sino el interés por la investigación y por la ciencia, más que el rendimiento académico. En este caso en particular, personalmente para conformar el equipo lo principal fue el interés por la ciencia, porque la capacidad técnica se puede entrenar. Pero el interés, la voluntad y la responsabilidad son cuestiones personales. Y, como mencioné, no teníamos margen para el error, por lo que el compromiso requerido era bastante fuerte. Eso primó por encima de cualquier otro criterio. El rendimiento, de todas formas, ha sido totalmente óptimo; técnicamente fue de alto nivel.
—¿Cómo sigue esto?
—Ahora quedan los análisis físicos, químicos y bromatológicos de la yerba mate, que es un producto emblemático nuestro, y también la prueba de sabor a través del tereré, que nos representa como identidad cultural, para ver si varió el sabor, el color y otras propiedades. En cuanto a los microplásticos, aún restan análisis físicos y mucho trabajo con la gran cantidad de datos que se recolectaron cada minuto durante todo el tiempo que duró la experiencia.
—¿Cuánto duró en total?
—Los datos enviados por los sensores se registraron desde el momento del lanzamiento hasta la recuperación del globo, que duró aproximadamente 4 horas en el espacio. Cada minuto se reportaba información, así que imaginate la cantidad de datos que tenemos que procesar y depurar. Esa información fue enviada por los sensores y es parte de lo que estamos analizando. Algo que nos llamó mucho la atención fue la temperatura: todavía es solo una hipótesis, pero podría tratarse de un comportamiento anómalo detectado en esta zona de Paraguay.
—Además de la yerba y los microplásticos, ¿también están estudiando cómo funcionaron los sensores? ¿Los armaron ustedes?
—Los sensores son placas comerciales, pero el armado es tecnología propia. Con cada fase experimental se aprende de los errores y se mejora. Someternos a las condiciones extremas de la estratósfera y que los sensores respondan correctamente es un gran logro, porque significa que pueden tomar lecturas y enviar datos a -30°C y bajo cierto nivel de radiación. Eso es una ventaja importante en términos de desarrollo tecnológico propio y resistencia de materiales.
—¿Cuál es tu formación?
—Soy doctora en Ciencias Ambientales.
—¿Lo ves como un logro personal, universitario o para el Paraguay?
—Lo veo como un logro en equipo. Me gustó ver al grupo trabajar desde distintas áreas por un objetivo común. No fue un simple ensamble de partes, sino una interacción real: participaron Ingeniería en Alimentos junto con Electrónica, por ejemplo. Fue un trabajo colaborativo en el que espero que todos hayan visto que juntos se pueden lograr objetivos más grandes.
Personalmente, la imagen que me queda, desde mi formación, es la conciencia de que, vista desde arriba, nuestra casa común es tan frágil, y que todo lo que hay abajo forma parte de la red de vida que nos sostiene.
—¿Cómo le sirven esos datos a la humanidad o al Paraguay?
—Desde el punto de vista científico, obtener información precisa ya es un conocimiento en sí mismo, una base para futuras aplicaciones. Puede servir para evaluar resistencia de materiales, en el sector agroindustrial con el caso de la yerba mate, o para generar nuevas tecnologías que ayuden a degradar contaminantes emergentes. Son muchos los campos que se pueden abrir con este tipo de experimentos.
