La muerte del fiscal Nisman tiene un fuerte olor a las habituales operaciones de la CIA. Hay preguntas metodológicas que ayudan a interpretar sucesos políticos: ¿Quién se beneficia? ¿Quién pierde?

 

Por Aníbal Velázquez

La muerte del fiscal Nisman ya está siendo aprovechada por el poder económico y mediático para enturbiar el cuadro de situación política.  La denuncia por encubrimiento formulada en contra de la presidenta de la Nación, sin sustento y absurda desde donde se la aborde, nada tenía que ver con la intención de esclarecer el atentado a la AMIA.  Constituyó una puesta en escena a través de los medios y la dirigencia política cómplice del poder hegemónico en una indudable escalada en contra de la estabilidad del gobierno.  Fue un intento de abrir un flanco más en la disputa por el proyecto que afecta intereses de todo tipo, fundamentalmente económicos, pero también a los enquistados en las estructuras del Estado, como en el Poder Judicial y los servicios de inteligencia.

Desde los desocultamientos de los Wikileaks se sabe que Nisman trabajaba para la CIA y la MOSSAD y no para esclarecer el atentado. 

¿A qué respondió la decisión del fiscal de indagar a la presidenta? Tenía plena conciencia de lo disparatada de la presentación. Más allá de endeble de la denuncia, nunca podría ser judiciable una decisión de política exterior responsabilidad del Ejecutivo.  ¿A quién obedeció Nisman?

Su muerte hoy, sobrevolada por la carroña de los poderosos y sus alcagüetes como la Bullrich, enturbia el cuadro de situación y perjudica al gobierno, que estaba preparado para dejarlo expuesto a sus ficciones en el Congreso de la Nación.  Quizá, ni él ni sus promotores se esperaban que el FPV decidiera desenmascararlo en la reunión prevista para hoy.

Por eso, su muerte tiene un fuerte olor a las habituales operaciones de la CIA.  La historia de América Latina está plagada de estas intervenciones del imperio.