«Se fue Mauri seducido por el poder, pero nos quedamos en la resistencia. Ahora se van otros, tentados por sectores mucho más poderosos, pero nosotros permanecemos en la misma tesitura: la resistencia sosteniendo las banderas”. La frase resume la posición de las agrupaciones radicales que rechazan la alianza con Macri y fue pronunciada por Fernando Genesini, un referente insoslayable en las batallas éticas de la UCR Misiones. Abre polémicas políticas y reflexiones filosóficas.

A cuatro días de la Convención del partido que en la provincia definirá pactos electorales, todo hace presumir que la alianza UCR – PRO ya es un hecho. Si bien faltan definir fórmulas y listas, la cuestión central no tiene retorno. Una parte y fundamentalmente las autoridades del ucerreísmo misionero se suma al PRO y la otra parte, que en las últimas elecciones internas alcanzó el 45%, está decidida a conformar otra alternativa.

LA TACTICA SIN ESTRATEGIA ES PURO RUIDO: Beatriz Sarlo, que nada tiene de kirchnerista y fue pródiga en la prédica de armar alternativas desde sus columnas en La Nación y Perfil en estos años, no se muestra muy contenta con la Alianza y fue categórica al sostener que Gualeguaychú fue un “regalito” de extensión territorial para la candidatura de Macri.  Destaca que el tacticismo de Sanz fue inspirado en ambiciones personales y el “derecho a ganar”. Es la justificación que ha guiado en Misiones a Hernán Damiani y el jefe de la campaña Cacho Barrios Arrechea. Saben que Sanz no llega y condenan al partido a quedarse sin candidato presidencial por primera vez desde 1916. Dos semanas antes que Sarlo, desde estas columnas hablábamos del tacticismo de Damiani y Cacho que, forzosamente llevaba el partido a su disolución. No es casual la misma observación. Cualquier táctica sin estrategia está forzosamente condenada al fracaso. Puede servir para ganar una batalla, nunca la guerra. Sin objetivos a largo plazo, las decisiones políticas se convierten exclusivamente en reactivas y se termina jugando el juego del oponente.  Las primeras encuestas pos – Gualeguaychú revelan que las preferencias del votante se polarizan. Y con la polarización gana el FPV. Scioli 51%, Macri 40% aventura nada menos que Poliarquía, la encuestadora de La Nación haciendo ejercicios con escenarios posibles y probables.

EL SELLO, VALORES E IDENTIDAD: En este contexto, las rencillas entre la UCR y el PRO por la forma de dirimir las candidaturas en la provincia adquieren una significación especial. Las mismas encuestas dan cuenta que el votante no cautivo, el mal llamado independiente, prefiere las listas con la mayor armonía posible. Que haya sintonía entre Macri y los candidatos de la Alianza. Traducido a Misiones, están diciendo que Alfredo Schiavoni es el mejor candidato para la boleta de Macri. Es lo que están sabiendo en el PRO. Por eso la afirmación “el que gana conduce” con lo que el alcalde porteño desdijo a Sanz que hablaba de gobierno de coalición. Por eso Schiavoni pide internas.  

Sucede que, desde hace un tiempo los votantes de la UCR fueron emigrando al PRO. Macri gana en la Ciudad Autónoma con esos votos. La UCR porteña hace rato se diluyó como alternativa en la CABA. Es el fenómeno que Leopoldo Moreau venía poniendo en debate para advertir que si la dirigencia del partido interpela a su votante desde posiciones conservadoras, lo que provoca, precisamente es correr el votante a la derecha. Por eso, cuando Sanz logra en Gualeguaychú llevar el sello del partido a la Alianza con el PRO, no hace más que sincerar que el comité se había  convertido -parafraseando a Chiche Duhalde- en una cáscara vacía. El radicalismo como identidad, como filosofía política, hace rato que está más afuera que adentro del partido. Es cierto que los partidos para conservar la representación de una sociedad que cambia se ven obligados a seguir las tendencias de esa sociedad aunque sin perder la identidad respecto a otras fuerzas políticas. Deben por lo tanto cumplir con esos dos requisitos: identificación con las aspiraciones de la sociedad y diferenciación respecto a las ofertas de los otros.  Es famoso el apotegma de Raúl Alfonsín: “si la sociedad se derechiza la UCR debe prepararse para perder elecciones”. Hoy Sanz, que preside pero no lidera a la UCR, invierte a RA y consagra “el derecho a ganar” como principio casi filosófico. Pareciera no atender la existencia de la tensión entre: el sistema de ideas que preserva la identidad del partido con la necesidad de expresar el cambio social. Tensión entre los requisitos de identificación y de diferenciación identitaria. No es nueva. No era casual el nombre de la agrupación alfonsinista: Renovación y Cambio. En los cien años de existencia la UCR ha protagonizado la vida política argentina. Todos los gobiernos, hayan sido o no radicales se referenciaron a sus principios. Esta vigencia histórica radica en la expresión de valores que permanecen como demandas explícitas o subyacentes en la sociedad, por más que cambie. Esas categorías centrales aparecen ya en la declaración del Jardín Florida y en los preceptos de la Carta Orgánica de 1892. Están puestas en la libertad, los derechos de las personas y en la soberanía política entendida en el sentido de soberanía popular.  La articulación de estas categorías con la praxis de gobierno y parlamentaria de la UCR fueron palpables en los gobiernos de Yrigoyen, Alvear, Illia y Alfonsín. Por ejemplo, encuadraron la categoría de libertad en la voluntad soberana de nacionalizar la toma de decisiones y en la activa intervención del Estado para proteger la economía productiva de las especulaciones de las estructuras monopólicas del capital. Nunca estuvieron del lado de las corporaciones. Pero además, hay otra categoría que hace a la diferenciación del radicalismo en la vida política argentina. Es más invisible. ¿En qué se asemeja un radical de hace cien año, con uno de la posguerra, con otro de los años de Alfonsín y hace radical a un dirigente de hoy? Para la academia todavía es un misterio esa red que los contiene y les da pertenencia. Hay que buscarlo en las conductas, en la sociedad que imaginan, o en el estilo de manejar la cosa pública.

LOS SIGNOS, LAS BANDERAS Y LA RESISTENCIA: “Quieren monopolizar los signos, pero nos quedan las banderas”,  dijo Genesini para resumir las declaraciones que hicieron después de Gualeguaychú el referente de Vanguardia Radical, Oslvaldo Navarro y los diputados María Losada y Hugo Escalada.

Es sabido que los símbolos partidarios en una campaña electoral actúan como estímulos que movilizan la necesidad de pertenencia al grupo que mueve el inconsciente de cada individuo. Algunos consultores sostienen que en el mundo de hoy, el individuo sometido a ruidos y verdades efímeras, bombardeado desde la tv y las nuevas tecnologías tiene dificultades en la construcción de identidades dadas esas experiencias fragmentarias de vida. Es cuando los símbolos, los colores y el cotillón operan en sentido referencial. De construcción de identidad en ese mundo fragmentario.

Lo que no está claro qué sucede cuando los colores y la parafernalia de símbolos no remiten a ideas precisas, cuando no aparecen las banderas. No es una disyuntiva para Macri. Sus colores son el mensaje. Es propio de la antipolítica. Es, sin embargo una disyuntiva para Scioli. No le alcanza el naranja. Su electorado le exige ideas y que levante con más energía las banderas del kirchnerismo. Es también un problema para el ucerreísmo sanzista. Podrán cantar la marcha y exhibir el escudo con la espiga, la pluma y el martillo pero serán opacados por los colores amarillo y silenciados por el tema de Gilda. Ruido contra ruido pierden. Las banderas y las ideas que operan de espejo y de mirada para la construcción de la identidad, esas quedan en manos del radicalismo que no está dispuesto a votar por Macri. Es el contexto en el que Genesini y todo el navarrismo habla de seguir en la resistencia. De mantener las banderas del radicalismo, banderas, que cumplen en este caso la función de fortalecer una identidad que tranquiliza y da sentido.