Por siglos celebramos el Día de la Raza, destacando el gesto de Colón y los suyos que vinieron a civilizarnos y a conquistarnos. Desde hace 10 años, desde 2010, celebramos al 12 de octubre como el “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”, rimbombante impronta simbólica sin políticas públicas efectivas, con Gobiernos que no comprenden del todo nuestra idiosincrasia plurinacional.
Hace 528 años (en 1492) los europeos llegaron a América y comenzó con ello la llamada modernidad; bueno, quizás comenzó un poco antes, en 1453 con la conquista de Constantinopla por el Imperio Turco y se consolidó con la llegada y conquista de América y el genocidio en América; con el desarrollo de la imprenta, con la Reforma Protestante, con el Renacimiento y con la Revolución Científica.
Bueno, decía que ayer -12 de octubre- se cumplieron 528 años de la primera llegada registrada de españoles a nuestro continente y con ese proceso, el genocidio físico y cultural de una tierra que por entonces estaba poblada por más de 500 tribus en toda su extensión, costó entonces unos 70 millones de muertos y cuesta hoy, más de 200 años después de la Independencia, una colonización que perdura no solo en la lengua, ya apropiada y regionalizada, sino en costumbres, mandatos, creencias y hasta en prácticas esclavistas, pero modernas.
La llegada de Cristóbal y sus amigos, a esta tierra que homenajea con su nombre no a Colón -que nos coloniza-, sino a Américo Vespucio, el marino florentino que se dio cuenta que éramos un continente y no el Este de la India, celebró hasta 2010 el Día de la Raza, disfrazado como encuentro de cultura que lleva sobre ese acto la matanza más grande en la historia de la humanidad, con sus 70 millones de muertos, recién mencionados.
La colonización implicó entonces que las principales potencias europeas se repartieron el territorio americano en más o menos, cuatro o cinco grandes colonias:
La colonia española, la primera y más extensa, ocupó lo que es hoy Hispanoamérica, desde el Río de la Plata hasta los territorios mexicanos, parte del Caribe y de las Antillas, con cuatro grandes virreinatos.
La colonia portuguesa, que ocupó todo el actual Brasil, con quince capitanías de casi doscientos cincuenta kilómetros de ancho cada una, fueron otorgadas de manera vitalicia y hereditaria a nobles portugueses encargados de su explotación comercial, aunque en 1549 el Rey designó a un Gobernador General para toda la colonia.
La colonia británica se afianzó en Norteamérica en franca competencia con los franceses a través de trece primeras colonias, constituidas mediante sucesivas oleadas de inmigrantes y sus esclavos negros aunque al vencer a Francia en la Guerra de los Siete Años, controlaron el territorio del continente norteamericano, parte de Antillas y el Caribe.
La colonia francesa se instaló en Quebec y otros territorios de la actual Canadá, y algunas islas como las Antillas.
Y la colonia holandesa. Mucho menor que las anteriores pero con asentamientos importantes en la actual Nueva York, Brasil y las Antillas menores, no prosperaron.
Y la otra que nos colonizó, por supuesto, es la iglesia católica, que jugó un papel importantísimo en la conquista, como brazo moral y cultural de la imposición española sobre los pueblos americanos.
Pero los europeos no pudieron llegar a todos los confines de nuestra tierra: no, no pudieron aunque hoy, sus descendientes, lo están haciendo: por años quedaron protegidas la selva amazónica, la Patagonia austral, el Gran Chaco y los desiertos del norte de Centroamérica, que jamás pudieron ser reducidos ni controlados por los europeos y, menos que más, se mantienen todavía como los últimos bastiones de sociedades precolombinas en un continente que nos fue arrebatado.
Por siglos celebramos el Día de la Raza, destacando el gesto de Colón y los suyos que vinieron a civilizarnos y a conquistarnos. Desde hace 10 años, desde 2010, celebramos al 12 de octubre como el “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”, rimbombante impronta simbólica sin políticas públicas efectivas, con Gobiernos que piensan de alguna manera que somos todos descendientes de europeos –como lo aseguró un expresidente- y no comprenden del todo nuestra idiosincrasia plurinacional.