La crisis económica en Argentina no solo se traduce en cifras y estadísticas, sino que deja cicatrices emocionales profundas en la sociedad. La angustia, la frustración y la desesperanza erosionan la calidad de vida y las relaciones familiares. La dirigencia política debe enfrentar este desafío con seriedad y empatía, reconociendo que las secuelas emocionales son tan importantes como los indicadores económicos. La esperanza de un futuro mejor no debe desvanecerse, y es tarea de todos, desde los líderes políticos hasta los ciudadanos, trabajar juntos para restaurar la fe en un mañana, un poco más brillante o, al menos, menos angustiante.
Lunes 14 de agosto de 2023. En un contexto marcado por la constante turbulencia económica y la incertidumbre que rodea a la vida cotidiana en Argentina, un estudio del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano evaluó la «otra cara» de las crisis económicas: es decir, los profundos costos emocionales que acarrean para la sociedad.
Los datos son impactantes y conmovedores. Casi el 80% de los encuestados admiten sentir las repercusiones emocionales de la crisis económica, evidenciando una realidad que va más allá de las obvias consecuencias materiales. La «frustración» y la «irritabilidad» se erigen como los testigos silenciosos del impacto emocional que aflora en la sociedad, oscureciendo la calidad de vida y afectando las relaciones interpersonales.
Veamos: Más del 70% de los encuestados señala que la crisis económica impactó en sus relaciones familiares. Las tensiones y presiones financieras parecen filtrarse en los vínculos más cercanos, erosionando la armonía y dejando cicatrices en el tejido mismo de la convivencia familiar. La preocupación por las futuras generaciones es palpable, con más del 60% de los encuestados anticipando expectativas económicas aún más sombrías para los jóvenes en el país.
Orlando D’Adamo, director del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano, psicólogo y experto en medios y análisis de campañas políticas, habl{o sobre la devastación emocional de esta crisis sobre la población: destaca que las secuelas de esta crisis no se limitan a lo cuantitativo, sino que penetran en lo emocional, desencadenando angustia, frustración y desilusión.
La carga de ser el sostén económico de una familia no solo impide la realización de proyectos y sueños, sino que también afecta la esencia misma de la vida familiar.
Este estudio profundiza en la relación compleja entre la crisis económica y la salud física. El profesional destaca que el cuerpo humano es una unidad indivisible, y los problemas emocionales persistentes pueden traducirse en consecuencias físicas.
La angustia y la incertidumbre, presentes en el día a día, dejan una factura que no se limita a lo psicológico, sino que se manifiesta en síntomas físicos.
Una cuestión relevante es cómo la sociedad busca compensar estos costos emocionales. Se revela un comportamiento intrigante: el consumo de corto plazo como un intento de obtener algún tipo de «premio» emocional.
Esto se refleja en la modalidad de consumo de entretenimiento y placer, una respuesta particularmente pronunciada en las clases medias y medias altas. La necesidad de liberarse de los pesos argentinos, impulsada por la alta inflación, se cruza con el anhelo de gratificación inmediata, creando una dinámica compleja y, a veces, insostenible.
Sin embargo, el horizonte se vuelve aún más sombrío cuando se contempla el futuro de las generaciones venideras. El estudio subraya la preocupante noción de que las próximas generaciones no vivirán una vida mejor que la actual. Esta inversión en las expectativas afecta no solo en lo individual, sino también el tejido social en su conjunto. El aumento de la migración entre los jóvenes encuentra su raíz en esta desilusión, ya que la esperanza de una vida mejor en otro lugar eclipsa la incertidumbre de dejar atrás lo conocido.
La pregunta de la responsabilidad recae inevitablemente sobre la dirigencia política. En medio de un panorama donde la estabilidad es efímera y las promesas incumplidas se suman, la apatía electoral parece aumentar.
Los líderes políticos, elegidos para servir a la sociedad, deben asumir la mayor parte de la culpa, entiende. Si bien todos compartimos una parte de la responsabilidad, son ellos quienes eligen liderar y, por lo tanto, tienen la obligación de abordar las preocupaciones que aquejan a la población.
