Después de once años de avance político la Renovación se encuentra en una etapa definitiva de su consolidación como expresión política de los misioneros. Enfrenta el desafío ideológico de dar la batalla cultural por el sentido de sus ideas y su acción para lo cual es imprescindible la adopción de un lenguaje que lo identifique y al desafío político fundante de renovar la renovación, hoy boicoteada por internismos y la actitud conservadora de preservar espacios.  

 Por Aníbal Velázquez

La Renovación se encuentra en una etapa definitiva que trasciende las elecciones del año próximo.  O se consolida como expresión y recuperación de las luchas de emancipación  invisibilizadas durante años o se convierte en una rémora de las partidocracias. Está frente a una verdadera disyuntiva histórica que es profundamente ideológica. La construcción política del lenguaje emancipador de la sociedad misionera, es  expresada en la actualidad únicamente en la Renovación,  resultado de un hacerse cargo de lo reprimido en la sociedad misionera y su desarrollo histórico. Al hacerse cargo de las contradicciones fundamentales en la toma de decisiones: de la política con las corporaciones en la puja por la distribución del ingreso y de la provincia con la nación por la causa federal,  la Renovación libra una batalla por el sentido, que es siempre una batalla por el lenguaje.

A la política cultural imperialista que busca desideologizar y naturalizar su dominio, la Renovación le enfrenta una política cultural que remarca la necesidad de politizar a la sociedad y de desnaturalizar el dominio histórico del poder económico asociado a los capitales concentrados de la provincia. 

La posibilidad de que la Renovación avance hacia una nueva síntesis que vaya más allá de la construcción de las bases materiales para una transformación estructural de la provincia,  depende de que las contradicciones sean bien definidas por sus bases que son las que sostienen la batalla cultural.

Otra vez hemos escrito parafraseando a J.P. Sartre que “la Renovación será humanista o no será”. Recorriendo los últimos acontecimientos y exposiciones de lenguaje y los gestos tanto en la Cámara de Representantes como en el Ejecutivo se nos ocurrió extender nuestro pensamiento a una nueva interpretación. Sin ningún derecho por cierto, solo la de un militante social con cierta historia.

Sabemos que la Renovación es un proceso de construcción. Y sabemos además que todo proceso de construcción que se estanca se debilita. Desde allí pensamos que hoy, para los renovadores el mayor impedimento reside en la falta de adopción de un lenguaje que lo identifique. A pesar del esfuerzos que puedan aportar sus mejores pensadores.

Desde Ferdinand Saussure sabemos que la lingüística cobra fundamental importancia en la historia del hombre, puesto que el lenguaje identifica a los pueblos como Nación. Todo signo lingüístico aparece como el vínculo más relevante en la comunicación, tanto desde su imagen acústica (significante) como la idea que cada uno tiene en su mente respecto de una palabra (significado). Desde esa perspectiva volvemos a la Renovación como concepto político identificatorio de lo humanístico. Cabe aclarar que no soy defensor de la lingüística con precisión científica, matemática, prefiero las que se embarran en la historia.

Cuando uno aprende otro idioma, le pasó a Julio Cortázar en París, al comienzo se sigue pensando en la lengua madre y la nueva será traducida  permanentemente. “Pienso en español y escribo en francés”- decía Cortázar. Desde esa limitación se pierden conceptos significantes y hasta nuevos significados, para usar léxico sassuriano. Creemos que cada quién no piensa desde la lingüística de la renovación sino, desde su origen Peronista, Radical, Clossista, Rovirista. Y como en la torre de Babel se piensa en la “cúspide” para llegar al cielo y se termina hablando en un idioma que no lo entiende el otro. Recuerdo a Santiago (4-11): “Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tu juzgaras a la ley, tú no eres hacedor de la ley, sino juez”.

Cuando decimos “se pierde conceptos significantes”, nos referimos a eso, el de instalarse en la palabra como juez del otro. Terminaremos todos como en Babel; hablando idiomas incomprensibles y dispersos por la faz de la tierra. En la biblia, Génesis 11 cuando describe la Torre de Babel dice:  “Todo el mundo hablaba una misma lengua y empleaba las mismas palabras. Y cuando los hombres emigraron desde Oriente, encontraron una llanura en la región de Senaar y se establecieron allí… Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre y no dispersarnos por toda la tierra”…” “Si esta es la primera obra que realizan-dijo Jehova-, nada de lo que se propongan hacer les resultará imposible…” (versión libre).

La referencia a la Torre de Babel aloja además otro significado, aquél que ascendió en la estructura de pronto potencia lo de “perpetuar nuestro nombre”. ¿Será eso la Renovación?. Es mucho el daño que hacen los internismos y los grupos que se van cerrando en defensa de espacios. Hemos transitados todos los caminos por lo que nos permitimos aseverar que renovar es sentir que cada uno es una variable de cambio para un movimiento que crece. Aceptarlo es un signo de madurez y de lealtad ideológica. Que los jóvenes nos inunden con sus ímpetus, sus valentías, sus irreverencias. Jóvenes del cambio. También defendemos que no es el simple hecho de “tirar un viejo por la ventana” sino el renovar.

Creemos que el carácter de Movimiento Humanista indica que la esencia de ese lenguaje a crear tiene como sujeto al pueblo misionero, como lo enfatiza permanentemente Carlos Rovira. La historia de la humanidad es rica en ejemplos de toda naturaleza sobre la permanencia. Hay que estudiarlo e imitarlo simplemente.