Durante la campaña electoral y tras el resultado de las primarias del 9 de Agosto, se ha registrado una notoria rovirización del discurso de todo el arco de las oposiciones. Todos los candidatos salieron a disputar la representación del “misionerismo”, como expresión de los intereses de los más amplios sectores y clases sociales de la provincia.
Pareciera responder al mismo síntoma del cambio de discurso de Mauricio Macri en la noche que el PRO pudo consagrar a su sucesor en la CABA por apenas el 3% de los votos. Fue una alarma que provocó un tardío reconocimiento al apoyo popular que tienen las políticas centrales del kirchnerismo.
Al respecto, Artemio López recordaba que Ernesto Laclau sugería que un discurso se transforma en hegemónico cuando incorpora parte del discurso que desplaza, resignificándolo. Hay muchos ejemplos vívidos, desde el grotesco de los golpes de Estado que recibían el respaldo de políticos en nombre de la democracia. Desde la última compulsa electoral en Venezuela, el fenómeno se difundió como “caprilización”. Entonces el candidato de todas las oposiciones unidas, Henrique Capriles, escondió el odio que impregnan los sentimientos anti-chavistas, para reconocer hipócritamente los logros sociales del gobierno bolivariano. Esa operación discursiva se desparramó después por el continente y fueron copiadas por las derechas de Brasil y Ecuador. Sin embargo es algo tarde para Macri.
En Misiones, el rescate de las luchas históricas de la provincia por su emancipación económica, social y política estuvo en la base de la doctrina del movimiento renovador inspirado por Rovira como herramienta para enfrentar a los partidos tradicionales de la provincia, que más allá de sus planteos ideológicos y populares, eran y siguen siendo manejados desde Buenos Aires. La oferta para las PASO se ajustó a ese molde: colgarse de los candidatos a presidente. Si hasta se perciben rencillas de peluquería para imprimir en las boletas la figura de Macri.
La UCR apostó todo a Sanz, el PRO a Macri y el puertismo a Massa, mientras el socialismo lo hacía casi vergonzantemente con Stolbizer. Pero paradojalmente, en los discursos, o más bien en las declaraciones que fueron pronunciando a lo largo de la campaña, Puerta, Damiani, Schiavoni, Velázquez, Bárbaro, se advirtió la intención de poner en disputa la significación del verdadero “misionerismo”.
Esta estrategia de resignificación del discurso roviriano no es espontáneo, sino un mero malabarismo discursivo ante la evidencia de la inserción social que tiene.
El “misionerismo”, como palabra, por su uso marketinero corre el riesgo de un desgaste como metáfora liberadora, de agotamiento como enunciado. Utilizada así, casi como un sustantivo personal, se ha transformado en una palabra (des) gastada, de uso cotidiano, ámbito en que lo habitual es lo irreflexivo, usado a la mano para todo y para todos. Todo esto es cierto, pero es consecuencia de la penetración popular del concepto. Porque, el “misionerismo” como expresión de los anhelos libertarios de los misioneros tiene raíces en la constitución de la sociedad provincial. El rescate de las luchas emancipadoras de Guacurarí, la letra del pronunciamiento del Congreso de la China en 1815, la resistencia silenciosa desde los montes de los paisanos guaraníes en décadas del siglo XIX , desde la impronta jesuítica y hasta el rasgo peculiar y distintivo de la inmigración que pobló las chacras en el siglo XX a lo largo y ancho del territorio provincial, el sentimiento autonomista de plantarse y desafiar al centralismo porteño, es constitutivo de la conciencia colectiva.
Rovira, lo dijo varias veces, encontró en ese sentimiento la fuerza dormida para crear el movimiento renovador misionerista. En 2003 su discurso era claramente contrahegemónico desde el punto de vista gramsciano ya que entonces, ayer no más en términos históricos, el discurso hegemónico de las clases dominantes que impone sus razones, sus explicaciones y hasta sus percepciones en el común de la gente, era de resignación ante la asimetría de poder con los “capangas” de Buenos Aires.
Que hoy la categoría misionerismo esté en disputa en el discurso política se puede interpretar como un triunfo en las batallas culturales que inició la Renovación en 2003.

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