“El peronismo no tiene primeras damas”, sostiene el dirigente sindical Aníbal Velázquez para denunciar las políticas de contención de la pobreza diseñadas por el gobierno nacional. Enfoca desde esa perspectiva crítica la visita de Juliana Awada a Posadas donde estuvo tres horas. La compara con Inés Pertiné y la pone lejos de las construcciones políticas de Evita, Chiche y Cristina.
Posadas (Jueves, 4 de agosto). Awada no es Juliana. Es decir no es Evita. Vimos las fotos, no a ella. Los videos bajando y subiendo del Jet privado que la trajo a Posadas el martes 2. Regó una plantitas, visitó el Refugio y se mostró interesada en artesanías que se exponen en la rémora de la Estación del Tren. Se fue en tres horas, sin hablar, quizá porque nada tiene que decir. Vino como “primera dama”, título que se nos antoja cuasi nobiliario. Ajeno al peronismo. Los presidentes peronistas no tuvieron “primeras damas”. Lejos de esa construcción simbólica del machismo conservador, ni Evita, ni Chiche, ni Cristina llegaron a la Casa Rosada para complementar la imagen de sus maridos. Awada, que no es Juliana, con estas apariciones que nos regala pareciera que viene a humanizar la gestión de Macri que es hombre y se dedica a cosas más pesadas como la economía y las relaciones internacionales. Ni Evita, ni Chiche, ni Cristina se dejarían fotografiar junto al hombre de la casa haciendo contención en un ambiente para el relax.

Aunque en estas actividades de “bajar” para compartir momentos con los niños pobres, Awada, que no es Juliana, se produzca especialmente con ropa sencilla y el pelo atado, con un “look” como se dice ahora bien diferente con el que posa en las tapas de las revistas de moda, con vestidos de alta costura y el peinado al viento al estilo de las sex simbol del mundo hollywoodense.
La vimos en los medios pasar rauda por Posadas acompañada de Carolina Stanley, la ministra de Desarrollo Social, que es la más rica de un gabinete integrado por multimillonarios. Claro, es hija de Guillermo, el ex Citibank, que puede invertir 500 millones de dólares para gestionar empresas como Distribución Eléctrica de Río Negro y los chocolates Fenoglio o en las cafeterías Havanna (así con “v” corta cuando Habana para nosotros es con “b” larga). Stanley,que sí habló, reiteró que el gran compromiso de su gobierno es la “pobreza cero”.
Y aquí es dónde quedan al desnudo las contradicciones entre las consignas y las políticas del gobierno nacional. La alianza de los sectores económicos que conformó la alianza Cambiemos, llega a la Casa Rosada con doble representación. Desde el presidente Macri para abajo, su gabinete, expresan el voto de la mayoría pero también a sectores empresariales que, incluso tienen intereses que se chocan. Por eso tantas marchas y contra marchas en la toma de decisiones. Los sectores concentrados, exportadores y financieros, son los que empujan un ajuste más salvaje todavía, ajuste que paraliza la obra pública, sector al que pertenecen los Macri y sus amigos.
Aceptando que tengan buenas intenciones y realmente estén convencidos que las políticas de oferta generarán inversiones que luego derramarán riquezas, desde el mundo del trabajo vemos que se han cerrado paritarias a menos del 30 por ciento de promedio cuando la inflación del año estará en alrededor del 45 por ciento. Mientras cae el nivel de compra del salario aumenta, a la vez, el desempleo, y aparecen presiones para la privatización de la economía.
Awada, que no es Juliana, en este contexto, acompañada de la hija de Stanley, viene a Posadas a prometer “pobreza cero”.
Recurriendo al referente indiscutido del Trabajo Social en la Argentina, Norberto Alayón, distingue bien entre las políticas que se proponen erradicar la pobreza y las políticas para controlar a los pobres. Es la diferencia entre asistencia y asistencialismo. Dice Alayón que “el asistencialismo es una de las actividades sociales que han implementado las clases dominantes para paliar mínimamente la miseria que generaban y para perpetuar el sistema de explotación”. Agregaríamos que Awada sabe de esto cuando se siente buena persona dando trabajo, que no entiende por qué es considerado “esclavo”.
Por más que se “bajen” programas con elaboraciones teóricas maravillosas, los recursos que se vuelcan son siempre insuficientes. Se limitarán a paliar los efectos de las políticas de ajuste y no serán suficientes para revertir las causas de la pobreza, la enfermedad, el analfabetismo y la delincuencia.
Por eso Evita fue odiada por las damas de beneficencia. Por eso el peronismo no tiene “primeras damas”. Chiche construyó la red de manzaneras en función de empoderar a las mujeres de sus derechos, de sentirse lindas en la lucha y no frente a un espejo. Cristina fue más lejos al disputar el “mundo de los hombres” en la construcción de políticas macro para enfrentar la pobreza en la distribución primaria del ingreso: en la fábrica con el 50 y 50 entre el salario y el capital.
El poder disruptivo de Evita
Atarse el pelo no es suficiente para que Awada sea Juliana. Así naturalmente reconocida por su nombre. Como Evita. Sólo los ídolos y los mitos populares pasan a la historia consagrando su nombre de pila. Awada con el pelo recogido o suelto a la moda, remite más a Pertiné, la primera dama de Fernando de la Rúa. Aquella que no pudo disimular su asco cuando en Posadas fue arrastrada a la carpa docente. Awada no es Juliana. No creo que en algunos años haya algún lord inglés, conservador y enemigo de la Argentina si los hay, que se inspire en la “primera dama” Awada para escribir una ópera como la monumental Evita. No es la oligarquía, la que se enriquece en los años de crisis, la que tenga el alma de “llorar por la Argentina”.
A pocos días del 22 de agosto, de la conmemoración del Día del Renunciamiento y de la masacre de Trelew, hay que subrayar que Evita no fue un apéndice mediático del presidente Perón. No fue Jacqueline Kennedy, fue un sujeto político y compartió con Perón el liderazgo carismático del peronismo. Además demostró una gran capacidad de conducción y construcción política, al punto de llegar a dirigir dos de las tres ramas del movimiento: la femenina y la sindical. Esta construcción es paralela y le da significación social, al trabajo desplegado en la Fundación, que la consagró para siempre como el mito en el corazón del pueblo.
Evita fue odiada porque al mismo tiempo era femenina, se vestía con ropa cara y joyas ostentosas, como las damas de beneficencia, pero a la vez ejercía el poder como un hombre. Un poder innovador y disruptivo que servía de anclaje a la obra de gobierno y al mismo Perón. Porque tocó intereses, porque luchó por una más justa distribución del ingreso nacional fue odiada. Un odio que no ganará Awada.
Aníbal Velázquez. Ingeniero, secretario general de la Adunam
