A veces bautismo, otras veces ritos de iniciación. Todas, profundamente violatorias de la dignidad o de la libertad de elegir, que el mundo consensuó sin mucho pienso para que se conviertan en hechos sociales, en todas las tribus, incluso en las autopercibidas como las más evolucionadas. La #Editorial.
Martes 26 de julio de 2022. Los amigos y unos parientes organizaron el asado para la despedida de soltero de Carlos. Excelente propuesta gastronómica para despedir de la soltería a uno de los que se pasaban a la selección de los casados. Mucho alcohol, mucha mezcla y mucho agite. Una vez que el novio estaba fuera de sí, comenzó el rito: atarlo, ensuciarlo, desvestirlo y afeitarle las partes íntimas.
Mariela egresó después de seis años de un sacrificado paso por la Universidad y al salir de la última materia, la esperaban con huevos, harina, tijeras para destrozarles toda la ropa que usó para la ocasión, y la bañaron en todo tipo de inmundicias hasta dejarla en ropa interior en la vereda de la Facultad.
Hay cientos de miles de ejemplos más, pero con estos dos alcanzan.
Lo llaman jocosamente bautismos, como el de las religiones que naturaliza sumergir a sus fieles en un arroyo o perforar las orejas de una recién nacida, sin opción a elección, para ponerles aros, como las que marcan las vacas.
A veces bautismo, otras veces ritos de iniciación. Todas, profundamente violatorias de la dignidad o de la libertad de elegir, que el mundo consensuó sin mucho pienso para que se conviertan en hechos sociales, en todas las tribus, incluso en las autopercibidas como las más evolucionadas.
Repasemos: hay ritos tremendos para celebrar el paso de la infancia a la adultez, que en realidad es el ingreso a vida sexualizada de las personas, que se celebra, por ejemplo, así:
En el amazonas, pasar de niño a adulto implica salir a cazar las hormigas balas, las más grandes y agresivas del mundo, que el chamán de la tribu las adormece y las coloca en un guante para incrementar su violencia cuando despiertan, que es el momento en que los jóvenes deben introducir sus manos y soportar el dolor de las picaduras, más fuertes y peligrosas que el de las avispas.
En Sumatra, Indonesia, cuando la niña empieza a menstruar, pasan dos días de fiestas y después el chamán, con piedra y cincel, les esculpe los dientes, hasta que queden filosos y puntiagudos, simulando la apariencia de un tiburón.
En Latinoamérica, las familias mantienen el sincretismo entre tradiciones prehispánicas y cristianas y presentan a sus hijas de 15 años, poniéndolas en la vidriera de mujercitas listas para ser desposada, porque ya está convertida en mujer.
Hay más: en Australia Occidental, convierten en adultos a los muchachos al cortarles el prepucio con un cuchillo y obligarlos a tragar esa piel, sin masticar, como símbolo de vida y fortaleza. En África y Medio Oriente, las familias alteran, lesionan o quitan los órganos sexuales femeninos, sobre todo el clítoris, entre los 2 y 7 años, o les cosen la vagina hasta que la niña contraiga matrimonio, cuando serán reabierta. Unas 125 millones de niñas y mujeres que viven actualmente fueron sometidas a la ablación genital femenina. Y va en aumento.
El judaísmo, en todo el mundo, sigue practicando la circuncisión.
Ahora, a un pobre niñito le hunden el rostro en la torta de cumpleaños y lo exhiben en las redes sociales.
Hace pocos días, el Ejército Argentino, después de más de 210 años de existencia, recién prohibió los bautismo y los ritos violentos, que no son más que actos de torturas al que ingresa o asciende en la fuerza, después de la muerte de un soldado en Corrientes y del estado de gravedad en que dejaron a otro, acá en Misiones.
Torturas, agresión, sexualización, vandalismo, abusos, violencia. Así la humanidad celebra algunos hitos de trascendencia en la vida de sus hombres y mujeres.
Y esas prácticas siguen.