El planeta delibera sobre el cambio climático y el acuciante calentamiento global en Egipto, donde tiene lugar la Conferencia de las Partes (COP27). En este marco, el autor de este artículo reflexiona sobre el impacto que produce el turismo en el ambiente y la necesidad que tiene esta actividad de contar con un ambiente sano y un clima relativamente estable para desarrollar sus actividades con previsión. Entiende que el turismo “deberá involucrarse” también, por los daños históricos que ocasionó al ambiente, como actividad capitalista.

Por Oscar Alejandro Degiusti, licenciado en Turismo

Jueves 10 de noviembre de 2022. El domingo 6 de noviembre de 2022 comenzó en Egipto –en Sharm El Sheikh—la Conferencia de las Partes (COP27), el encuentro que convoca a ¿discutir? ¿reflexionar? hasta el 18 de noviembre sobre el cambio climático y el acuciante calentamiento global y que prevé la participación de más de 30.000 personas entre instituciones, gobiernos (197 países), expertos, empresarios y otros.
Los COP son instancias para lograr acuerdos y compromisos que den soluciones al tan temido cambio climático y los impactos que se desprenden del mismo en el mundo.
La primera COP se realizó en 1995 en Berlín. En el COP26 del año pasado realizada en Glasgow se impuso una reducción progresiva de los combustibles fósiles, no la eliminación, y se caracterizó por la falta de acuerdo de las grandes potencias en cuanto al financiamiento a los países en desarrollo respecto a los objetivos para descarbonizar el planeta.
El sitio Expok, la comunidad de sustentabilidad y RSE Mexicana menciona que los principales logros de estos encuentros fueron tres: la adopción del Protocolo de Kioto, en donde los signatarios se comprometieron a reducir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI); mantener el aumento de la temperatura global en menos de 2 ºC, antes de los niveles preindustriales y la creación del Acuerdo de París, considerado el tratado más importante en materia ambiental concebido hasta la fecha.
Este último encuentro, el Acuerdo de París (2015) es el que materializó los grandes objetivos de “192 naciones y la Unión Europea (UE). Entre estos objetivos se encontraba el financiamiento a las regiones en desarrollo ya que son las más vulnerables al cambio climático, además de comprometerse a mantener la temperatura global por debajo de los 1,5°C con respecto a los niveles preindustriales.
Algunas vicisitudes se dieron por el tiempo en que arrancó (5 años después), la salida de EEUU en el gobierno de Trump y ni hablar de las metas alcanzadas, donde algunos datos del sitio ya referido indican que “en 2021 solo hubo 48 nuevas contribuciones nuevas o actualizadas, de únicamente 75 países, lo que se traduce en solo el 40% de las partes y un 30% de las emisiones que deberían de reducirse”.
AbdelFattah El-Sisi, presidente de la COP27, cree “profundamente que la COP27 es una oportunidad para mostrar la unidad contra una amenaza existencial que solo podemos superar a través de la acción concertada y la implementación efectiva”, según expresó.

Épocas del Covid y más…
Estos son algunos detalles a tener en consideración, rescatados durante la pandemia de Covid 19 y sus años siguientes: durante los días de casi absoluta tranquilidad ambiental, la naturaleza parecía querer recuperarse, pero una vez que las restricciones fueron disminuyendo de acuerdo a informes de la ONU las emisiones de carbono nuevamente alcanzan cifras record.
Además, la guerra entre Ucrania y Rusia está obligando a muchos de los países de la Unión Europea que habían ingresado en acciones de descarbonización a partir del gas natural que “les proveía Rusia”, a modificar las decisiones respecto la matriz energética y por necesidad volver a los combustibles fósiles.
Mientras, EEUU, China y la Unión Europea generan el 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero. ¿Estos países serán capaces de modificar sus perfiles de desarrollo?
Para algunas expertos el actual calentamiento podría llevar a 132 millones de personas a una pobreza extrema, por lo que consideran que la COP27 “ya no representa una esperanza de mejoría sino una exigencia” (según el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático).
Por otra parte, los recientes ataques a obras de arte de parte de militantes ambientalistas del grupo Just Stop Oilson son emergentes de lo que se espera también de la COP 27, en un contexto donde el sector privado también tiene una alta responsabilidad en el futuro del planeta, por lo que deberá prestar atención a lo que surja del COP 27, porque urge modificar los hábitos de producción y de consumo que nos impone el actual sistema.
En este marco, después del párate absoluto que tuvo el turismo durante la pandemia, e inmediatamente después en que las restricciones disminuyeron y la flexibilización se volvía cada vez más normal, asistimos a cifras de turistas superiores a los de prepandemia.
Pablo Esteban, en un artículo del diario Página12 tituló “Una nueva edición de la cumbre climática, entre el escepticismo y la esperanza”, que grafica a las claras el pensamiento mundial respecto a lo que se espera de este COP.
El sitio Expok, Comunicación de Sustentabilidad y RSE expresa que se han impuesto algunos de estos objetivos, por ejemplo, acelerar el tránsito hacia los resultados e implementaciones consideradas en los acuerdos de París y Glasgow; construir una agenda ambiental de transformación, basada en la ciencia, pero que responda a las necesidades sociales y al desarrollo sostenible; crear un mecanismo eficaz que apoye en cuanto a las pérdidas y daños que ocasionen los fenómenos meteorológicos; facilitar recursos a las naciones en desarrollo para que logren sus objetivos climáticos y garantizar una transición hacia un modelo económico bajo en emisiones y resiliente al clima.

El Turismo: angel y demonio
La actividad turística se desarrolla sobre una gran paradoja: por un lado tiene una responsabilidad directa cuando hablamos del cambio climático, y por el otro depende en un alto grado del clima, además de justificarse por los impactos económicos que ocasiona. El turismo necesita de un ambiente sano y un clima lo más estable posible para poder llevar adelante sus actividades con la mayor previsión.
Se calcula que el turismo (transporte marítimo y aéreo más los alojamientos) contribuye con el 9% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
En el informe de NatureClimateChange, se eleva el porcentaje de las emisiones achacables a los turistas hasta el 8%, una cifra que cuadruplica las estimaciones precedentes y supone igualar a las emisiones de los coches o al metano expelido por las vacas, que, según sea la fuente, oscilan entre el 8% y el 10%. Muchas de estas emisiones no habían sido tenidas en cuenta hasta ahora, dice el informe en un artículo del diario El País, de España.
María Ángeles Cadarso del grupo de investigación GEAR, de la Universidad de Castilla – La Mancha, expresó que «el transporte es intensivo en emisiones y el turismo es intensivo en transporte», aludiendo como una ecuación muy sencilla: si aumenta el turismo, aumenta el transporte y, por añadidura, aumentan las emisiones contaminantes.
“El trabajo no se queda en los gases emitidos por el avión que lleva al turista ni los del aire acondicionado que refresca la habitación de su hotel. Incluye el CO2 o el metano liberados a la atmósfera en el proceso de cultivar el arroz de la paella que se come o el plástico del que está hecho el souvenir que se lleva de vuelta a casa” dice Arunima Malik de la Universidad de Sidney (Australia).

Transporte
En el transporte, surgen algunas precisiones acerca del transporte que son más preocupantes respecto a las emisiones de CO2, donde detalla al tráfico marítimo y al aéreo.
Respecto al tráfico marítimo, se calcula que es responsable de un millón de toneladas de emisiones de Gases de Efecto Invernadero al año. Este tráfico implica la movilidad de personas como los cruceros sino los diferentes traslados de mercaderías que necesita el turismo. Datos relevantes dicen que en el planeta, “casi el 80% de todos los productos son transportados vía marítima”.
En este sentido, Dietmar Oeliger explica que “los cruceros expulsan un sinfín de las clásicas emisiones contaminantes del aire, como dióxido de azufre, óxido nítrico y partículas de hollín. Esto se debe al carburante utilizado: un aceite pesado, altamente tóxico, que contiene hasta 3.500 veces más partes de azufre que el gasóleo utilizado en camiones”.
Para graficar mejor, estos buques utilizan tradicionalmente fuelóleos para su propulsión, que pueden tener un contenido de azufre de hasta un 3,5%. La combustión de estos fuelóleos produce movimiento, pero también gases contaminantes. El combustóleo, es elaborado a partir de productos residuales que se obtienen de los procesos de refinación del petróleo. Por otro lado los cruceros emiten gran cantidad de residuos, por un lado están las aguas residuales (las aguas grises procedentes de las duchas, piscinas, lavadoras, lavabos, etc. que contienen fosfatos, cloro, bacterias patógenas, nutrientes de jabones y detergentes, entre otras sustancias dañinas).
En cuanto al tráfico aéreo, antes de la pandemia, esta industria venía creciendo entre un 4% y un 6% al año; el doble que el PBI mundial, plantea Jorge Gobbi, travelblogger y doctor en Ciencias Sociales. “Mientras las emisiones de GEI han venido decreciendo en algunas industrias, en la aérea crecieron por encima del 70% en los últimos 30 años”, advierte. El agravante es que sólo el 2% de la población mundial viajan en avión. Según datos de la Universidad de Oxford los países más ricos donde vive el 16% de la población, son responsables del 62% de las emisiones de CO2 relacionadas con la aviación. Entre las naciones europeas, el 1% de los hogares de mayores ingresos es responsable del 41% de las emisiones ligadas a la aviación, según un informe de la organización We are possible.
Aparte del CO2, en los vuelos en grandes altitudes se emiten sustancias dañinas adicionales, como óxido de nitrógeno y partículas de hollín además de vapor de agua, los cuales a grandes alturas contribuyen a un calentamiento adicional de la atmósfera explica un informe.

El contexto
En otros escritos hemos acordado que el turismo es una de las actividades paradigmáticas del capitalismo, pues constituye un conjunto de actos de consumo, donde incluso aparecen procesos de mercantilización de la misma naturaleza. En ocasiones la misma naturaleza es apropiada por sectores ligados a los grandes capitales internacionales.
Desde una mirada, ya dijimos que la actividad se perfila en muchos países como estratégica por los impactos que tiene especialmente en la economía cuando genera empleos y derrama beneficios. Ahora también está la otra mirada que es aquella donde el turismo es “considerado como un privilegio”, más si hablamos del turismo internacional, donde las clases altas y medias son las que viajan y –como dijimos– solo el 2% de la población mundial ocupan el transporte aéreo. Aquí aparece un primer dilema filosófico, si se quiere: los perjuicios climáticos derivados de la actividad turística afectan a todos los habitantes de un lugar, a los que tal vez nunca piensen en aeropuertos y cruceros, y no sólo a los que hacen uso de “ese privilegio”. Privilegio que también se dirime en los destinos y en el “prestigio” que se desprende de ellos.
Entonces como se expresa en un artículo de Alba Sud “las emisiones generadas por el turismo pueden considerarse ‘emisiones de lujo”, frente a las “emisiones de supervivencia” que resultan inevitables para que continúe la vida en este planeta. Y aquí, un segundo dilema con una pregunta: ¿estas emisiones generadas por el turismo deben ser compensadas por todos los otros sectores que pueden ser más esenciales para la vida humana?
El turismo en tanto no está disgregado del actual modelo capitalista, y de los patrones de consumo resultantes, que actualmente distan mucho de ser compatibles con la lógica de los viajes que se genera con el turismo internacional más viajes, más turistas, menos tiempo de viaje, destinos más lejanos y mayor consumo.
El turismo deberá comenzar a pensar en una estrategia que lleve a reducir los gases de efecto invernadero en toda su cadena de valor y suministros, tarea que no será tan sencillo pues posiblemente serán medidas a partir de un nuevo modelo de desarrollo turístico. Desarrollo que deberá redefinir el lujo, la excelencia y la calidad de las prestaciones.
Este modelo de desarrollo también deberá contemplar no solo las voluntades individuales, porque con eso no alcanza, aunque nos pongamos de acuerdo todos los habitantes del planeta, sino que será trascendental que las Naciones más importantes se comprometan políticamente a seguir acciones de reducción y mitigación como a financiar a las naciones más vulnerables, y las grandes multinacionales que deberán modificar sus matrices de crecimiento. El ambiente debe constituir una política global de un nuevo modelo de producción. Por supuesto que también deberá haber un esfuerzo en las comunidades locales respecto a adoptar nuevos hábitos y costumbres más sostenibles respecto al consumo y al turismo. El turismo es parte del sistema por lo tanto hay que pensarlo desde adentro.

Los desafíos del turismo
Aquí vamos a repasar lo que serían las acciones más importantes hacia dónde dirigir la brújula del turismo como una actividad cada vez más sostenible y comprometida con el ambiente. Por ejemplo:
Instalar tecnología de ahorro y eficiencia energética: iluminación, climatización, refrigeración, y muchos otros procesos, son parte del día a día en los hoteles e implican un alto gasto de energía.
Reciclaje y reutilización: uno de los grandes problemas de los hoteles es la cantidad de desechos que se generan, por tanto reciclar es una medida prioritaria. Y esto no refiere sólo a la correcta gestión de residuos, sino también a evitar su generación prefiriendo elementos reutilizables e incluso dándole una segunda vida a algunos artefactos.
Elegir proveedores, locales y sostenibles: una decisión que marca diferencias es la compra de ingredientes y productos para atender a los viajeros. En ese sentido, preferir opciones locales que reduzcan el daño ambiental vinculado a los traslados y despachos.
Eliminar plásticos de un solo uso: cada vez son más los hoteles alrededor del mundo que se han propuesto ser “cero plástico”, eliminando bombillas y bolsas para reemplazarlos por opciones sustentables. El dilema es cómo mantener la experiencia de cliente sin dejar de lado ese objetivo.
Direccionar el turismo MICE y los eventos hacia un nuevo concepto de Fiestas y Eventos Sostenibles.
Eliminación del plástico en toda la cadena de valor y suministros del turismo.
Comenzar a utilizar medios de transporte con vehículos de energías más limpias.
Evitar la expansión de la frontera agrícola como forestal sobre aéreas naturales.
Respecto al transporte marítimo lo ideal es que vayan pasando hacia una propulsión por gas natural licuado (GNL) (produce 0 emisiones de azufre, un 85 % menos de óxidos de nitrógeno, reduce casi al 100 % las emisiones de partículas en suspensión y hasta un 20% de los gases de efecto invernadero) y que cuenten con equipamiento con sistemas de conexión eléctrica a tierra, lo que significara mayores inversiones de los gobiernos invirtiendo en infraestructuras para estos buques. Además deberían contar con sistemas avanzados de tratamiento de aguas.
La industria aérea está apostando a los combustibles sostenibles y el hidrógeno, aunque igual habrá que seguir esperando.

Algunos interrogantes no resueltos…
En un reciente informe del (PNUMA)Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (2022) sobre la brecha de emisiones: La ventana que se cierra – La crisis climática exige una rápida transformación de las sociedades hace un llamado casi desesperado puesto que allí se “revela que aun cumpliéndose los compromisos de acción climática anunciados por empresas y gobiernos para 2030, el mundo experimentaría un aumento de temperatura de 2.5 °C y un clima extremo en cada región del planeta”.
El mencionado informe también reflexiona sobre lo negativo de los subsidios a la agricultura, la redirección de flujos financieros globales hacia proyectos verdaderamente sostenibles, también como los ciudadanos independientes deberían pensar en cambiar las prácticas de consumo diferentes y hábitos más saludables, la redirección de las inversiones en combustibles fósiles (petróleo y gas) hacia energías eólicas y solares entre otras medidas y llamados de atención.
Ahora entre tantas declaraciones y futuras acciones de buena voluntad de la mayoría de las naciones y actores involucrados en esta COP 27 hay algunas preguntas existenciales para el futuro y que aún no tiene una respuesta en concreto y se refiere precisamente a: ¿Quién va a responsabilizarse del financiamiento para revertir esta situación global? ¿Serán los países más ricos o saldrán de nuevos endeudamientos de los países en desarrollo?
Finalmente vamos a esperar que los resultados del COP 27 sean no sólo alentadores para ese mundo planetario del cual todos estamos implicados, con cambios profundos y no solo un maquillaje de carácter ético. Y el turismo deberá involucrarse de los costos por los daños históricos al ambiente que ha ocasionado.
¡Que así sea!