Carina Kaplan, la autora de este texto reflexiona –a partir de la película argentina El Suplente (en Netflix)– sobre el impacto de la literatura y gran parte de las enseñanzas de las escuelas que no sirven porque no tienen la utilidad del rédito económico mercantilizado, pero son experiencias formativas relacionales que promueven valores de convivencia y derechos humanos. La literatura sirve para ensanchar el mundo simbólico, elaborar narrativas del dolor social y construir intersubjetivamente las vidas dignas que merecemos, dice.

Miércoles 1 de febrero de 2023 (Del muro en Facebook de Carina Kaplan). Sobre la película argentina «El suplente» del gran director Diego Lerman, con la notable actuación de Juan Minujín (foto), les dejo aquí mi impresión. Comenzando por sugerirles que no dejen de verla. No suelo hacer críticas frente al cine que disfruto sino que me interesa más bien compartir con ustedes el hecho que verla ha sido una experiencia fuerte y que me ha movilizado. Evoqué desde sus primeras imágenes la maravillosa serie chilena «El reemplazante» identificando territorios y rostros de las escuelas argentinas que reconozco. Poner a la figura de un profesor que enseña a jóvenes en escuelas populares en el centro de la escena tal vez no sea un hecho artístico original aunque es de por sí motivo de celebración. Un profe que al que estar en la escuela le cambia la mirada y el sentido de su existencia vale la pena pensarlo y extraer lecciones. El retrato de pinceladas de las vidas y los sentires de sus estudiantes que luchan al estar/por estar en la escuela, a pesar de las adversidades, permite sensibilizarse y siempre da un resquicio para la esperanza. Nos deja reflexionando sobre cómo la literatura, y gran parte de lo que enseña la escuela, no sirve en el sentido que no tiene la utilidad del rédito económico mercantilizado, sino que es una experiencia formativa relacional que promueve valores de convivencia y derechos humanos. La literatura sirve para ensanchar el mundo simbólico, elaborar narrativas del dolor social y construir intersubjetivamente las vidas dignas que merecemos.
La peli nos deja pensando cómo a veces los profesores logramos acariciar el alma de nuestros estudiantes y ayudamos a reparar heridas. No se trata de actos heroicos sino de la invitación a asumir en el cotidiano un compromiso ético con las nuevas generaciones. Los pequeños gestos de un profesor, de una profesora o de una directora -y cuanto más potentes aquellos provenientes de un colectivo docente- potencian y tuercen destinos: «nadie se salva solo». Los vínculos de confianza son necesarios para que el acto pedagógico contribuya a la lucha por el reconocimiento y respeto por el otro. No hay pedagogía sin afectividad.
Cuando todo parece sombrío, la escuela muestra su costado más luminoso.
No quiero spoilear el final pero tal vez es una buena idea para iniciar el próximo ciclo académico con nuestros estudiantes el proponerles compartir sus sentires y sus sueños de cambio. Quizás no sea una propuesta útil para el mercado que descarta a estas pibas y estos pibes pero tal vez sirva para posibilitar acercar la escuela a lo justo.

Carina Kaplan es docente universitaria, Doctora en Educación de la UBA Argentina.