Los diagnósticos psiquiátricos producen una fascinación que encandila y no permite ver el camino a seguir y a la persona. Son etiquetas que sobre la base de un manual de psiquiatría norteamericano se rotulan a los individuos que dejan de lado sus personalidades para representar el trastorno mental que, aseguran, padecen. Esa clasificación se hace sobre una base moral y política, pero no científica, explica el psicólogo Nicolás Andorno en su columna de Plural TV.

Lunes 7 de noviembre de 2022. “Los diagnósticos psiquiátricos generan una fascinación que encandila, que no deja ver a la persona; sino al rótulo, a la etiqueta, que define a la persona según el padecimiento mental que tiene. Entonces no se tiene en cuenta a la persona sino que sus gustos, pensamientos o su historia son arrasados y obnubilados por el diagnóstico”, definió el psicólogo Nicolás Andorno en Plural TV, al hablar de la fascinación que generan los cuadros o diagnósticos psicopatológicos o psiquiátricos en el paciente, en su entorno y en la sociedad, “que me pareció interesante pensarlo como un efecto de fascinación –no como algo maravilloso o divertido– sino en términos de encandilamiento”.
En esa línea recordó que los diagnósticos psiquiátricos se realizan en base al manual DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales por sus siglas en inglés) que lo elabora la psiquiatría norteamericana y que a medida que publican nuevas ediciones van apareciendo nuevos trastornos. El primer DSM detallaba 178 trastornos, mientras que la última versión del manual psiquiátrico cuenta con más de 520, señaló. “Los profesionales estamos medio obligados a utilizar esas descripciones –con medio obligado me refiero a las exigencias administrativas–. De esa manera el DSM se transforma en una especie de mal necesario. Mal porque termina siendo una máquina de etiquetaje de personas, que son personas que sufren”, aseveró.
Esta clasificación de trastornos mentales no se incluyen ni describen sobre una base científica, sino más bien sobre la base política y moral. Y ejemplificó: la segunda versión del manual –en 1968- incluyó a la homosexualidad como una enfermedad mental, algo relacionado a la moral de la sociedad norteamericana de la época. “Esa es la base de los diagnósticos mentales”, advirtió.
El duelo por la pérdida de una persona cercana ahora es depresión y la menstruación de las mujeres, ahora, es un trastorno disfórico premenstrual, es decir, “un trastorno mental con incidencia en las mujeres que tiene que ver con irritabilidad, disforia, antes de que le venga la menstruación, cuando se trata de una situación totalmente normal”, advirtió Andorno desde su columna en Plural TV, programa periodístico de Canal 4 Posadas.

La columna de Nicolás Andorno en Plural TV

-¿Con qué temas venís hoy, Nicolás?
-La psicopatologización y la fascinación que genera esto en la sociedad. Cuando hablo de la psicopatologización me refiero al fenómeno de los trastornos mentales.

-¿Fascinación, dijiste?
-La fascinación que genera, un concepto que pensé mucho. Cómo definir los efectos que producen los cuadros o diagnósticos psicopatológicos o psiquiátricos en el paciente, en el entorno del paciente y en la sociedad en general. Me pareció interesante pensarlo como un efecto de fascinación. No viendo a la fascinación como algo que a todo el mundo le parece maravilloso, divertido o genial, sino pensarla en términos de encandilamiento. Estar fascinado es estar encandilado. Es como cuando vas en la ruta y otro te pone una luz alta de frente y te encandila y no te permite ver el camino; ahí está el efecto de fascinación. Los diagnósticos encandilan, fascinan y no dejan ver el camino ni a la persona. Los diagnósticos se transforman en una estampilla en la frente, como una suerte de etiqueta que, a partir de esa etiqueta, Pepito deja de ser Pepito y se transforma en una especie de diagnóstico con patas, donde él no es tenido en cuenta, ni sus gustos, pensamientos y su historia es arrasada y obnubilada por el diagnóstico: tiene esquizofrenia, o diagnóstico de TOC. Michel Foucault, que es un crítico de los movimientos psiquiátricos en los años 60 del Mayo Francés, decía que cuando una persona es diagnosticada se realiza sobre él una descarga discursiva que promueve una nominación de la persona, esto quiere decir que la nombra. La persona deja de ser ella para transformarse en la estampilla, en la etiqueta que está adelante.

-El esquizofrénico, por ejemplo…
-El esquizofrénico… Antes era Pepito, que tenía salidas medio raras, ahora es: “ojo, tiene esquizofrenia”. Digo el esquizofrénico, pero puedo decir un montón de diagnósticos psiquiátricos más. Inclusive en la infancia es mucho más terrible con el diagnóstico de TEA. Más allá de describir este efecto que tienen los diagnósticos a nivel de lo social y demás, me parece interesante pensar cuál es la base, el fundamento de estos diagnósticos. Todos los diagnósticos psicopatológicos en salud mental se realizan sobre la base de un manual que se llama DSM. Este manual es elaborado por la Asociación Americana de Psiquiatría, que en realidad no es americana, es norteamericana, porque la base está en Estados Unidos. Los miembros que conforman esta asociación son quienes elaboran estos manuales. DSM es una sigla, que en inglés quiere decir “Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales”. La Asociación Americana de Psiquiatría está conformada por una serie de miembros que no son solamente psiquiatras; también hay psicólogos, trabajadores sociales, filósofos. Lo interesante de esta Asociación es que en 1952 lanza el primer DSM. Esta necesidad de clasificar o categorizar los trastornos mentales no nace de la Sociedad Americana de Psiquiatría. Nace en el 1700 con Philippe Pinel (1745 / 1826), el creador de los manicomios y sigue con un montón de otros autores, sobre todo europeos. Y Estados Unidos de Norteamérica toma esta impronta de categorizar o nomenclar, mencionar, nombrar, los diferentes padecimientos mentales humanos y lo exacerba. Porque en 1952, cuando se realiza el primer DSM con 112 trastornos, comienza siendo una especie de revista en comparación con las ediciones posteriores. El DSM 2 del año 68 cursa con 178 trastornos; el DSM 3, en los años 80, está por encima de los 300 trastornos; en el año 1994 sale la versión del DSM 4, que todavía algunos siguen utilizando con más de 400 trastornos; y en la versión número 5 tenemos más de 520 trastornos: es una versión que sale en el año 2013, es donde aparece el diagnóstico de TEA (trastorno del espectro autista). En diferentes versiones se fueron aumentando muchísimo la cantidad de trastornos. Y alguien me puede decir: “van descubriendo nuevos trastornos”. Pero la realidad es que el DSM no explica los trastornos, no habla del proceso mórbido, del desarrollo de la patología, ni siquiera de qué la causa; lo que hace, simplemente, es clasificar, ponerle un nombre y describir. Y sobre esa descripción los profesionales estamos medio obligados a tener que utilizarlo, con medio obligado me refiero a exigencias administrativas. De esa manera el DSM se transforma en una especie de mal necesario. Mal porque termina siendo una máquina de etiquetaje de personas, personas que sufren. Muchas veces los diagnósticos o las consultas diagnósticas son promovidas por las personas del entorno del paciente que se ven afectadas por el funcionamiento del mismo. Lo interesante también es que cuando los DSM caracterizan un trastorno mental no lo hacen sobre una base científica, sino sobre una base política moral. Porque no hay una base científica que determine que antes había 400 y algo de trastornos y hoy hay 500. Que antes existía el trastorno de autismo, de Asperger, y hoy no existen más los trastornos generalizados del desarrollo, y existe el grupo de los TA. Uno de los miembros de la Sociedad Americana de Psiquiatría propone un nuevo diagnóstico con una fundamentación, y los demás votan. Y por una cuestión de consenso se determinan. Sobre este fundamento que claramente tiene que ver con la opinión particular de una sociedad que es la norteamericana, que muy poco tiene que ver con la realidad latinoamericana, que también no considera circunstancias que tiene la persona. Por ejemplo, en el DSM 5 la cuestión del duelo no excluye el diagnóstico de depresión. Es decir que si perdiste un ser querido, un proyecto de vida muy deseado, en el que tenías muchas expectativas y te sentís mal por esa pérdida, automáticamente tenés depresión, tenés un trastorno de depresión. No considera que estés en duelo. Después aparecen trastornos nuevos como el trastorno disfórico premenstrual, que es cómico si uno lo piensa: se trataría de un trastorno mental con incidencia en las mujeres que tiene que ver con irritabilidad, disforia, antes de que le venga la menstruación, cuando eso es totalmente normal. Entonces el DSM te clasifica como trastorno mental no solamente conductas anómalas o anormales. Por ejemplo, en el DSM 2 la homosexualidad era considerada un trastorno mental y en el DSM 3 desaparece como trastorno mental. ¿Y cuál es el fundamento? El fundamento es moral, político, no científico. Esta es la base de la cual surgen los diagnósticos mentales de los cuales las personas se hacen tanto drama. Un diagnóstico que debería de alguna manera implicar un lenguaje común entre diferentes profesionales de distintas áreas, que debería orientar acerca de cuál es el padecimiento o el sufrimiento de esa persona, termina siendo un mal necesario. Yo les había traído un ejemplo de cómo opera el DSM. Con el ejemplo de uno de los trastornos del DSM 5, que es el trastorno de personalidad obsesivo compulsiva; que tiene como criterio de diagnóstico un patrón persistente de preocupación por el orden, la perfección y el orden de sí mismo, de los demás y las situaciones. Este trastorno se manifiesta por la presencia de por lo menos cuatro de los ocho ítems que voy a leer ahora. Sería interesante que todos vayan viendo y anotando `porotitos´ respecto a estos ocho. El primero dice: preocupación por los detalles, reglas y horarios, organización y listas. No es mi caso. El segundo: esfuerzo por hacer algo a la perfección que interfiere con la finalización de la tarea. Podríamos pensarlo. Tres: devoción excesiva al trabajo y la productividad, no debido a necesidades financieras, lo cual resulta en abandono de actividades recreativas y los amigos. Estamos en Argentina ¿Cómo sería trabajar sin necesidades financieras; trabajar por hobby sería? Cuatro: escrupulosidad excesiva, meticulosidad e inflexibilidad respecto a cuestiones o valores morales. Cinco: falta de voluntad para tirar objetos gastados o inútiles, incluso los que no tienen valor sentimental. Sexto: renuncia a delegar o trabajar con personas, a menos que esas personas estén de acuerdo en hacer las cosas exactamente como los pacientes quieren. Y quiero destacar esta cuestión de los pacientes. Habla de los pacientes, de esta manera, automáticamente está hablando de una persona con una enfermedad mental, por tener estas características que son normales y cotidianas. Séptimo: un planteamiento mezquino al tener que gastar dinero para ellos u otros porque ven el dinero como algo que debe guardarse para futuros desastres. Y el último es actitud rígida y obstinada. O sea, ser un poco cabeza dura. Si tenés cuatro o más, tranquilamente podés estar expuesto a ser etiquetado, si es que vas a consulta -y ahora entiendo por qué tanta gente resiste ir a consulta en salud mental- a ser diagnosticado con trastorno de personalidad obsesivo compulsiva. A mí me parece interesante porque es muy fuerte y muy bravo lo que pasa en la sociedad cuando una persona, un allegado o un familiar, una pareja o un amigo es diagnosticado. Todos se agarran la cabeza, todos quedan diciendo: “yo no sabía que tenía TOC, autismo, esquizofrenia, bipolaridad, y ahora me doy cuenta”. Y en realidad los diagnósticos son sobre esta base. Los mismos deberían ser manejados con mucha más responsabilidad ética y profesional y confidencialidad, tal cual como lo propone la Ley de Salud Mental.