La desigualdad en la distribución de la riqueza y el estancamiento de la movilidad social son factores que subyacen en las rebeliones y la ocupación de la calle en ciudades ricas como París, Hong Kong y Santiago, observa el diputado MC Hugo Escalada. Entendiendo que el crecimiento económico sin justicia es una receta para el desorden, no para el bienestar, se pronuncia por la idea de desarrollo sostenible adoptada por los Gobiernos del mundo en 2015 que propone avanzar, más allá de los indicadores tradicionales como el crecimiento del PIB y el ingreso per cápita, hacia un conjunto de objetivos mucho más ambiciosos, que incluyan la justicia social, la confianza y la sostenibilidad ambiental.

Por Hugo Escalada
Movilidad Social es el conjunto de movimientos o desplazamientos que efectúan los individuos, las familias o los grupos sociales dentro de un determinado sistema económico.
Una sociedad con baja movilidad social genera pocas esperanzas de progreso para sus miembros, pues las personas tienden a retener el estatus social de sus antepasados sin importar su esfuerzo personal.
A toda sociedad le conviene tomar el pulso de su población y prestar mucha atención a las causas de infelicidad y desconfianza social.
El crecimiento económico sin justicia y sostenibilidad ambiental es una receta para el desorden, no para el bienestar.
Cada protesta -y hay muchas últimamente-tiene sus factores locales diferenciales, pero en conjunto cuentan una historia global acerca de lo que puede suceder cuando una sensación de injusticia se combina con una percepción generalizada de baja movilidad social.
Tres de las ciudades más prósperas del mundo -entre otras- han estallado este año. Según la medición tradicional del PIB per cápita, las tres ciudades son ejemplos de éxito económico. El ingreso per cápita ronda los 40 mil dólares en Hong Kong, supera los 60 mil dólares en París y gira en torno a los 18 mil dólares en Santiago, una de las ciudades más ricas de América Latina.
Hong Kong, Francia y Chile no son los únicos que enfrentan una crisis de movilidad social y reclamos para reducir la desigualdad.
Estados Unidos está experimentando tasas de suicidio en alza y otras señales de tensión social, como los asesinatos masivos, en un momento de inequidad sin precedentes y de un colapso de la confianza pública en el Gobierno. Estados Unidos, sin duda, verá más explosiones sociales en el futuro si continúan -y continuarán- sin cambios en materia política y económica.
Quizá más importante, y menos sorprendente, sea el hecho de que las mediciones económicas de bienestar tradicionales son totalmente insuficientes para medir los verdaderos sentimientos de la población.
El PIB per cápita mide el ingreso promedio de una economía, pero no dice nada sobre su distribución, las percepciones de justicia o injusticia de la gente, la sensación de vulnerabilidad financiera de la población u otras condiciones -como la confianza en el Gobierno- que pesan mucho en la calidad de vida general.
En la Argentina “de mi hijo el doctor” hoy, de acuerdo con estudios de la OCDE que considera los actuales niveles de desigualdad, el niño de una familia pobre necesitaría por lo menos seis generaciones para alcanzar un nivel medio de ingresos.
La idea de desarrollo sostenible, reflejada en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) adoptados por los Gobiernos del mundo en 2015, es avanzar, más allá de los indicadores tradicionales como el crecimiento del PIB y el ingreso per cápita, hacia un conjunto de objetivos mucho más ambicioso, que incluya la justicia social, la confianza y la sostenibilidad ambiental.
Para aprender sobre estos sentimientos es necesario preguntarle a la población directamente sobre su satisfacción en la vida, su sensación de libertad personal, su confianza en el Gobierno y sobre otras dimensiones de la vida social que pesan profundamente en la calidad de vida y, por ello, en las perspectivas de agitación social.

 

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Foto: Susana Hidalgo (Chile)