La política volvió a la calle. En la campaña electoral reaparecieron los actos y movilizaciones políticas recuperados por la militancia de los sets y el show televisivo. Refuerzan el retorno del sujeto como centro de la acción de lo político y se afirman como ritos, como ceremonias de encuentro, de celebración de la pertenencia. A los actos concurre la gente convencida. Pero es lo mismo que un ritual religioso. Precisamente por estar convencidos celebran el encuentro entre pares para reafirmar su pertenencia, a pedir reconocimiento como existente, a apropiarse y responsabilizarse. La nueva vigencia de los actos políticos, constituye así un reconocimiento a la militancia.
Por Aníbal Velázquez
Ya es un lugar común afirmar que la campaña electoral, tanto en el orden nacional como el provincial, no fue muy productiva en la confrontación de ideas. Esta prédica, sin embargo, no deja de ser otra pálida más del discurso hegemónico que siempre juega al desaliento y la tristeza. Es cierto que hubo ausencia de debates de ideas. La imposibilidad de las derechas de sincerar sus convicciones e intereses orientan el discurso a descalificaciones y a centrarse en las simplificaciones de la propaganda. Las oposiciones quedaron así silenciadas en su propia trampa. Pero esto no pudo esconder la verdadera puja de intereses que se juega en las elecciones del domingo 25. La pugna entre dos modelos está a la vista de las mayorías. Entienden y sienten que en la encrucijada de caminos, todo el arco de las oposiciones toma el regreso a las políticas neoliberales de sometimiento al poder económico y fundamentalmente financiero, mientras el kirchnerismo y aquí la renovación propone seguir en la misma senda de apostar al consumo inclusivo como motor del crecimiento. Si bien esta disyuntiva no agota los interrogantes, responde a los criterios no dilemáticos sino dialécticos de la contradicción fundamental. Se elige entre pueblo – antipueblo; entre la política y las corporaciones; entre un Estado regulador o un Estado al servicio de las empresas.
EL FUEGO DE LA MILITANCIA: Esa pugna de modelos políticos, económicos y sociales, estuvo (está) presente en el fuego de la militancia. No se equivoca Rovira cuando en la etapa de renovar la renovación, sostiene que el movimiento supera la política tradicional de agrupar a la militancia, precisamente en “agrupaciones”, y se abre a los no afiliados. La conformación de sublemas, a lo largo y ancho de la provincia demuestra que muchos ciudadanos apuestan a la política en su afán de transformar la realidad en la que viven. Sólo como ejemplo, pongo la candidatura a intendente de Lisandro Benmaor y toda la lista de concejales de pelito Escobar, integrada por gente común, pero que ya han mostrado su vocación política en el compromiso con sus propias tareas. Médicos, empresarios pequeños, deportistas, profesoras de piano, y muchos más. Esta irrupción de “gente común” a la política generó un fenómeno interesante a tener en cuenta. En el trascurso de los días y la campaña fueron comportándose como los viejos militantes y terminaron integrándose a las agrupaciones que los promueven. Fueron ganados por el fuego de la militancia y se confundieron con los viejos y tradicionales militantes.
EL RITO Y LA LITURGIA DE LOS ACTOS: El silencio, digamos doctrinario de las oposiciones en el debate de ideas, por la negativa tuvo el efecto positivo de vaciar de contenido los artificiales y mentirosos debates de los sets de la tv. Aburrieron en programas de periodistas estrella y saturaron con la propaganda. El poder hegemónico terminó destruyendo su propia fortaleza. Y la política volvió a la calle. A los viejos y nuevos militantes no les quedó otra que reforzar el contacto con la gente. Recuperar, al decir de Hugo Passalacqua, la cultura del abrazo, ya como significación política y rehumanización de lo político diferenciado de la política. La campaña fue larga ya que las primarias obligaron a salir antes de agosto. Día a día, el militante y la gente generaron una dinámica de retroalimentación entre demanda y propuestas. Es el contexto en el que vimos reaparecer los actos y movilizaciones, los mismos actos que habían entrado en desuso por la centralidad que había ganado la política como show televisivo. Hasta la academia se dedicó a investigar sobre la pérdida de significación del acto político. La crítica subrayaba tres datos: un acto por más masivo que sea nunca puede reunir la misma cantidad que la audiencia de televisión; el hecho de que al acto asisten los ya convencidos, y vinculaban esta desmovilización con la crisis de representación de los partidos. Estos cuestionamientos ahora, fueron trasferidos a la televisión. No hay independientes prendidos a un acto trasmitido por la tv. Hasta los programas están reducidos a lo que se llama las “audiencias redundantes”: sólo la opo mira a Lanata, sólo los K miran 678. Y los periodistas y diarios perdieron credibilidad. Por eso se registró el retorno de los actos. Diríamos que refuerzan el retorno del sujeto como centro de la acción de lo político. Desde esta mirada, el acto, los actos, se afirman como ritos, como ceremonias de encuentro, de celebración de la pertenencia. Recorrimos varios en estas semanas. Cada uno con su liturgia y su propia carga de significantes simbólicos. Siguiendo a Habermas, podríamos señalar que recuperaron su fuerza en la acción comunicativa más allá de su razón instrumental. Sabemos que a los actos concurre la gente convencida. Pero es lo mismo que un ritual religioso. Precisamente por estar convencidos celebran el encuentro entre pares para, reafirmar su pertenencia, pedir reconocimiento como existente, apropiarse y responsabilizarse. La nueva vigencia de los actos políticos, constituye así un reconocimiento a la militancia.
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